Sanando su Corazón

Capítulo 5: El Pequeño de Rizos

Dámaso 

Es fin de semana, normalmente lo pasaría en casa de Silas, pero saqué una excusa para ausentarme. No me siento capaz de pasar el día con ellos, verlos felices mientras me siento miserable por no tener lo que ellos tienen. 

Sé que el amor de Nayla no lo compraré con regalos, lo hago por el hecho de que quiero compensar el tiempo perdido; el que Fátima me quitó con su egoísmo. Y pensando en esa bruja, no hemos logrado encontrarla, es como si la tierra se la hubiera tragado, lo cual no es nada bueno. 

Como no quiero quedarme todo el día en casa, me visto con ropa cómoda por ser domingo. Ya he almorzado y se me antoja algo dulce. Salgo de casa para ir al centro comercial más cercano; no es como que estar rodeado de familias sea lo que necesito en estos momentos, pero tampoco me puedo recluir, debo aprender a lidiar con mis emociones negativas para poder ser un buen padre. 

Tal como me lo temía, el lugar está lleno de niños corriendo y padres persiguiéndolos, lo que para ellos puede ser un estrés, para mí significaría felicidad y plenitud. Mis ganas de ser un buen padre son tantas que incluso he contemplado la posibilidad de alquilar un vientre. Sin embargo, lo que me impide hacerlo es que en el fondo sé que soy bueno, solo que mi mente me juega pasadas y me hace ser inseguro sobre lo que valgo. 

Esquivando a los pequeños que corretean, llego hasta mi heladería favorita. Hago la fila como todos los demás y cuando llega mi turno, pido un helado gigante de chocolate y vainilla con galletas y salsa de chocolate. Hay una mesa que está desocupada y la ocupo rápidamente, a los minutos me traen mi pedido y comienzo a degustarlo. 

Estoy centrado en mi helado cuando siento que alguien jala mi pantalón, me asomo por encima de la mesa y veo a un niño con el cabello lleno de rizos chocolates y los ojos café oscuros. Su sonrisa es tan grande que me hace sonreír a mí también. 

—¿Estás perdido? —le pregunto. 

—No, mi mami está pidiendo helado, ¿puedo sentarme con usted? —pronuncia las palabras con suficiente claridad como para que pueda entenderle. 

—Claro que sí. 

El niño intenta subirse a la silla, mas no lo consigue por su baja estatura. Me levanto, lo tomo de las axilas y lo siento, se acomoda y me da otra sonrisa infantil cuando regreso a mi asiento. 

—¿Se va a comer todo eso? —Abre los ojos, viendo mi helado gigante. 

—Sí, me gusta mucho el helado. 

—A mí también. 

—¿De qué lo pediste? 

No estoy seguro de que haberlo sentado en mi mesa haya sido la mejor idea, puesto que si su madre se altera podría de acusarme de algo grave; no obstante, espero que eso no pase y que solo me vea como el sujeto amable que soy. 

—De chocolate y vainilla, son mis sabores favoritos. 

—¡Qué coincidencia! Los míos también. 

Mi alegría es genuina, por lo que la amargura queda de lado por un momento. Sigo conversando con mi nuevo amigo hasta que una figura familiar se acerca a nosotros, la mujer de los ojos azules y el cabello negro como la noche, Ria Akster. 

—Veo que encontraste la mesa, Niek. —le dice al niño—. Es bueno verlo, jefe. 

Así que el pequeño es su hijo, no lo hubiera imaginado porque no se parecen en nada. Debe tener los rasgos de su padre. 

—Hola, señorita Akster. Espero que no haya problema porque Niek decidió sentarse conmigo. 

—Para nada, pero llámame Ria, por favor. 

—Solo si me llamas Dámaso. 

Ria asiente y se sienta en la silla desocupada, acomoda a su hijo mejor y luego centra su atención en mí y mi helado. 

—Parece que alguien es dulcero —Se burla por la cantidad que tengo en mi plato. 

—Un gusto que me permito cada cierto tiempo. 

También cuando me encuentro desanimado por algo, es una tentación que no puedo evitar.

Traen los helados de mis nuevos acompañantes, el de Niek es una versión pequeña del mío, mientras que el de Ria son solo dos bolas de helado de menta. Hago una mueca por su elección de sabor, el gesto no pasa desapercibido para ella. 

—¿Qué? —pregunta. 

—Eso sabe a pasta de dientes. —Me quejo. 

—¡No lo hace! —chilla. 

—Mami, él tiene razón. 

—¿Lo ves? Hasta Niek lo admite, no sé cómo puedes comerte eso. 

Finjo un escalofrío a modo de broma, Ria pone los ojos en blanco, pero se ríe de nuestro ataque contra su sabor de helado. 

—No es mi culpa que ustedes tengan gustos tan simples como la vainilla y el chocolate. 

—Lo simple sabe mejor. —decimos Niek y yo al mismo tiempo. 

Extiendo mi puño en su dirección y él lo choca. Es la primera vez que interactúo con un niño tan pequeño, y es incluso más loco que nos llevemos bien. 

—Genial, se han confabulado en mi contra. 

—Solo decimos la verdad. 




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