Sanando su Corazón

Capítulo 6: Visitas Reveladoras

Dámaso 

Es lunes, una nueva semana comienza y después del fin de semana reparador que tuve, estoy recargado de energía para enfrentar lo que sea. Bueno, no tan así, pero se le acerca. 

La cuestión es que estoy feliz y supongo que se nota porque mientras camino por la empresa, los trabajadores mi miran raro. Están exagerando, no es como que yo sea un ogro amargado o algo así, ¿cierto? La cuestión es que no es relevante, no dejaré que nadie dañe mi buen humor. 

Al llegar a mi piso, encuentro a Chris y Drea hablando, me detengo abruptamente porque se comportan como profesionales, lo cual es raro en ellos. 

—¿Y este milagro? —Los interrumpo. 

—Tenemos una tregua, Dámaso —responde Chris. 

—Así es, el incidente de la vez pasada no se repetirá —Asegura Drea. 

—Bueno, me alegra mucho. —Algo me dice que esta paz no durará tanto—. ¿Algo para hoy? 

Mi secretaría agacha la cabeza para comprobar la información en su tableta; entretanto, la atención de Chris se queda en ella, incluso veo que sus ojos brillan un poco. Aquí pasa algo, puede que me anime y haga de casamentero o deje que el destino siga su curso. 

—Tiene reunión con algunos proveedores e inversores. Y la señorita Akster pidió verse con usted. 

Eso no lo esperaba. 

—¿Dijo la razón? 

—Algo sobre la producción. 

—De acuerdo, ponla luego del almuerzo. —Me dispongo a caminar hasta mi oficina, pero antes me dirijo a mi primo—Ven conmigo, Chris —le pido. 

—A su orden, jefe. 

Una vez estoy en mi despacho, me quito la chaqueta del traje y la cuelgo, me siento en mi silla y enciendo el computador, todo esto bajo la mirada de mi vicepresidente que cada vez se vuelve más impaciente. 

»¿Me dirás para qué soy bueno o tengo que esperar hasta que te acomodes? —se ofusca. 

Permanezco en silencio unos minutos más, solo porque me gusta provocarlo, así como tantas veces él lo ha hecho conmigo. 

—¿Por qué Drea y tú decidieron hacer esa tregua? —finalmente inquiero. 

—¿En serio? Has estado detrás de nosotros para que no peleáramos, ahora que estamos bien, resulta que estás inconforme. 

—No evadas la pregunta, vi la manera en la que la miraste hace un rato. ¿Qué te traes entre manos? 

—¿De qué hablas? No la he visto de ninguna manera, estás viendo cosas donde no las hay —Se pone a la defensiva—. ¿Sabes qué?, me voy. Tengo cosas por hacer. 

Se levanta de la silla y camina hasta la puerta, antes de que salga le digo: 

—Ten cuidado con lo que haces, me agrada Drea. 

—Sí, como sea. 

Cierra con fuerza la puerta detrás de él, la manera en la reacción fue más brusca y evasiva de lo que esperaba. Sé que hay algo pasando entre esos dos y no me atrevo a preguntarle a Drea porque eso sería cruzar una línea; sea lo que sea, espero que no me deje sin secretaria. 

La hora de mi primera reunión llega y con ello mi mal humor ante la incompetencia de las personas, ¿por qué nadie puede hacer las cosas bien? Encuentro tras encuentro, debo contenerme para no perder los estribos; o me ofrecen precios demasiado bajos por mis telas, o los proveedores que han pedido citas conmigo buscan engañarme con productos de mala calidad. 

Para cuando llega la hora del almuerzo, estoy exhausto y quiero irme, pero nunca he sido capaz de eludir mis responsabilidades. El teléfono suena y cuando lo levanto, escucho la voz de mi asistente.

—Señor, hay un hombre llamado Silas que pide verlo. 

—Hazlo pasar. 

Me levanto de mi silla y abro la puerta para verlo, me sorprende que esté aquí y a esta hora. 

—Dámaso, qué bueno verte. —dice, extendiendo su mano para saludarme. 

—Lo mismo digo —le regreso el saludo—. ¿Qué puedo hacer por ti? 

Regreso a mi silla para sentarme y él hace lo mismo frente a mí. 

—No estuviste en casa en todo el fin de semana, Nayla preguntó por ti —Rehúyo de su mirada, apenado—. Entiendo el motivo por el que lo hiciste; sin embargo, esa no es la respuesta a lo que sientes. 

—¿Y qué sabes tú de lo que yo siento? —inquiero, mi tono es duro. 

—Cuando me enteré de que Nayla no era mi hija biológica, fue como si mi corazón hubiera sido arrancado de mi pecho. No solo hubo dolor, también sentí miedo y desesperación porque su padre era un hombre poderoso que podría quitármela con solo chasquear los dedos.

—Nunca haría eso. 

—Lo sé ahora, pero en su momento estaba aterrado. ¿Y si mi hija amaba a su nuevo padre?, ¿y si se dejaba deslumbrar por la riqueza que yo nunca podré darle? ¿Tal vez no sea suficiente? —Lanza preguntas—. Dime, Dámaso, ¿con cuál de esas dudas te identificas? —Me quedo en silencio—. Apuesto a que es la última. 

—Silas… 

—Has estado en la vida de Nayla menos de un año y ella ya te ama, pregunta y se preocupa por ti. No te ama por los regalos que le das, sino por la manera en la que la cuidas, lo mucho que te preocupas por ella y como siempre velas por su bienestar. Ella puede ser pequeña, pero lo sabe. 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.