Sanando su Corazón

Capítulo 7: No Entres en Pánico

Dámaso 

Es viernes en la tarde y me encuentro en la salida de la empresa esperando a Ria para que me acompañe al centro comercial para comprar las cosas para la «superpijamada» como ella la llamó. Cada vez que nos vemos, se encarga de recordarme nuestros planes, si no estuviera tan nervioso por hacerlo bien, probablemente compartiría su misma emoción. 

No es que no esté contento y ansioso por pasar tiempo con Nayla, sino que será la primera vez que estemos solos desde que regresó a vivir con su padre. 

—¿Listo para las compras, jefe? —La voz de Ria me saca de mis cavilaciones. 

—Llámame Dámaso, Ria —le digo—. Al salir de la empresa somos amigos. 

—Vamos, Dámaso. —Me apura. 

Le abro la puerta de mi auto y luego nos llevo hasta el centro comercial. Ria camina a paso rápido, lo que me obliga a igualarla. El primer sito que visitamos es una tienda de pijamas, al parecer tenemos que comprar pijamas a juego. 

—No me pondré eso —Me quejo cuando me muestra una de gatitos. 

—No seas así, míralos, son adorables —Abre los ojos y pone un puchero demasiado tierno. 

—Me veré ridículo. 

—Para nada, te verás como un padre adorable. 

Cuando suspiro, festeja porque sabe que he cedido a comprarlos. Coge el mismo modelo para mi hija y después de pagar, vamos a otra tienda donde venden cosas para la cara. La asesora nos pregunta si necesitamos algo, pero Ria se niega, asegurando que tiene todo cubierto. 

—Agarra esa canasta —Señala una de las grandes. 

—No necesitamos tantas cosas —digo. 

—La experta soy yo, hazme caso. 

—Sí, señora. 

Pongo los ojos en blanco por su intensidad, mas hago caso. Recorremos los pasillos de la tienda, Ria echa un montón de cosas que no sé para qué sirven, y no acepta quejas de mi parte. 

—Nayla sabrá para qué se usa cada cosa, estoy segura. —Afirma—. Si no, puedes llamarme y los guiaré. 

—Ya estás haciendo mucho por nosotros, no quiero molestar más. 

—Ni hablar, es divertido. 

Comprueba que la canasta contenga maquillaje delicado, esmalte para uñas, mascarillas para el rostro, toallas desmaquillantes y no recuerdo qué más. Cuando está satisfecha, procedo a pagar una cantidad absurda de dinero, pero Nayla se lo merece. 

Habiendo conseguido todo, salimos de la tienda con la intención de irnos del centro comercial. Sin embargo, me detengo cuando pasamos por la heladería. 

—¿Puedo comprarle algo a Niek? —pregunto. 

—Sí, ama el helado. 

No es el único. Ingresamos a la heladería y pedimos para llevar, y cuando tenemos el pedido, finalmente salimos de aquel lugar. Dejo las bolsas en el asiento trasero y le abro la puerta a Ria para que se acomode. 

—Gracias por la ayuda, Ria. —Rompo el silencio. 

—Deja de agradecer, lo hago con mucho gusto. 

—Dime cómo va el trabajo. 

Hago conversación, me gusta escucharla parlotear sobre cosas sin sentido. Aunque en este caso, todo lo que dice tiene significado. Me habla sobre lo amable que son los trabajadores con ella, lo mucho que le gusta estar en la planta y demás cosas. No me da un adelanto del primer reporte porque todavía no está lista y no insisto porque confío en ella y su criterio. 

—Oh, ya llegamos —habla cuando me detengo frente a su casa—. ¿Quieres pasar? 

Mi primer pensamiento es negarme, pero no tengo nada mejor que hacer que sentarme en mi casa, solo. 

—Me encantaría. 

Agarro la bolsa con el helado y la acompaño hasta la entrada. Abre la puerta con su llave y la risa de Niek me hace sonreír a mí también. El niño corretea por todo el lugar, mientras una mujer mayor lo persigue a paso lento. 

—Niek, no hagas correr a la abuela —Lo regaña su mamá. 

—¡Mamá! —grita el pequeño cuando se da cuenta de su presencia. 

—Deja que el niño corra, me ayuda a mantenerme en forma —alega la señora—. ¿Y este quién es? 

—Mucho gusto señora, soy Dámaso Katsaros —Me presento. 

—Oh, el jefe apuesto de mi hija —manifiesta—. Eres agradable a la vista, ya veo por qué Ria no deja de hablar de ti. Soy Greta. 

—¡Mamá! —Se queja la susodicha. 

Sus mejillas están rojas y rehúye de mi mirada, hasta yo me siento avergonzado por las palabras de la señora. Carraspeo un poco antes de hablar: 

—Sí, soy el feje de su hija. 

Omito la palabra apuesto para no agravas más la situación. Para mi suerte, Niek se acerca para abrazarme, rompiendo el momento incómodo. 

—Hola, Dámaso —saluda. 

—Hola, amigo. Te traje algo —Le enseño la bolsa para que vea el contenido. 

Niek comienza a brincar cuando ve el helado. 




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