Todo empezó con un adolescente de edad dudosa pero podemos decir que ronda entre los catorce y los dieciocho años. Un día llegó del colegio con un dolor punzante en la cabeza al que no le dio demasiada importancia, ya que había hecho una maratón de The Walking Dead durmiendo unas dos horas y media antes de ir a la escuela. El fin de semana salió de fiesta, despertando la tarde del domingo con un pequeño dolor en el pecho, se lo adjudicó al sedentarismo ya que tuvo que bajar corriendo las escaleras a abrirle a su madre quien se había olvidado las llaves. Un jueves, no se sabe con exactitud cuánto tiempo pasó desde el último síntoma, despertó con el olor a alguna comida que su padre hizo por su cumpleaños. Su familia subió con un gran desayuno, ahí fue cuando el tercer y más importante síntoma apareció, un líquido negro machaba la parte del piso al lado de su cama. Varios médicos, estudios, algunos síntomas más y meses después llegó un tipo que le aseguró que su enfermedad era una maldición de cupido por haber herido al amor. Lo que le salía era la sangre del ángel. Él había intentado explicarle que no era un ángel y la historia de Cupido pero el hombre lo ignoró. Así el mundo conocería la enfermedad como "La Muerte de Cupido" o "La Maldición de la Sangre de Ángel".
Aquel muchacho habría preguntado ¿Cómo sabes que es?
El hombre respondió:
-soy el único que la padeció y vivió para contarlo.
-Entonces, ¿Qué debo hacer?- Dijo ya resignado.
-¿Cuándo fue que pasó?
-¿Qué cosa?
"Hace unos años yo era casado, iba por mi aniversario número quince y entonces pasó. Conocí a alguien, era tan distinto. Tan nuevo. Por dos horas la monotonía dejaba de existir, no tenía que ayudar a ningún niño con su tarea, llevarlo a algún cumpleaños, cambiarlo; tampoco había discusiones sobre deudas, por insultar frente a los niños sin querer, la falta de contacto íntimo, reclamos por olvidar fechas importantes, haber dejado de decirle cuánto la amaba o no haber pagado impuestos al olvidarme que era yo ahora quién se encargaba de eso. En esas dos horas aprendí a conectar conmigo nuevamente. Dejé de ser esposo y padre para ser Gregorio. Un tipo al que se le daba bien el yoga y disfrutaba estar rodeado de personas -en su mayoría ancianas- que no hacían más que ir hacer su clase, hablar de alguna noticia banal por un momento y volver a casa."
-Greg, hoy Holga trajo una torta de frutillas. Es su cumpleaños, sería genial que te quedes a compartir con nosotros.- dijo sonriendo.
"Oh esa sonrisa".
-Es que...- no tenía nada que hacer y la verdad Holga era excelente pastelera. -claro, por supuesto, me quedo.
Esa tarde marcó un antes y un después. Ya casi no quedaba gente, juntaban las pocas cosas que estaban en la mesa cuando se dio cuenta de que se sentía ligero, no sentía que fuese resultado de la práctica. Más bien era como si un gran peso hubiese sido retirado de sus hombros. Se sentía tranquilo, el mundo giraba más lento, el reloj se detenía cada tanto y no comprendía el apuro por irse del resto.
-Estaba pensando en hacer un pequeño grupo de meditación guiada, me gustaría que vengas.-levantó la vista y lo miró, pensando, dejó las colchonetas en su lugar y Santo agregó:- Recordé lo que me dijiste hace un tiempo. Eso de querer aprender a meditar y...
-Ah, no hacía falta. Pero de todas formas, me encantaría- aceptó sonriendo.
-De hecho tenía pensado hace tiempo, solo no sabía si a alguno le interesaba. Me alegró mucho saber que a ti sí- comentó devolviéndole la sonrisa.
Quizá no fue por completo ese día, sin embargo, el solo hecho de que haya recordado ese pequeño intercambio de palabras después de haber tenido una discusión por teléfono con su esposa fue gratificante. Alguien lo escuchaba y tomaba en cuenta sus deseos.
Aunque lo de grupo no pasó, aprender a meditar con un guía como Santo fue toda una experiencia. Quizá al principio le costó dejar de pensar en sus problemas, su esposa e hijos, su trabajo, su pasado, su presente y futuro; pero con el paso de las sesiones se sentía más presente en el aquí y ahora. La primera vez que ocurrió se lo contó a Santo una vez terminada, él lo felicito y se quedaron hablando una hora más. Estás charlas cada vez se alargaban más, tan así que Mónica, su esposa, comenzó a reclamarle el poco tiempo que lo veía. Es que entre su trabajo como profesor de historia y las horas extra que daba particular de idiomas se le iba casi todo el día. Antes las dos horas tres veces por semana eran nada, comparado con las actuales seis horas semanales del yoga más las indefinidas horas de los jueves y domingos que decidieron dejar para la meditación.
Seis meses y miles de cosas en medio tuvieron que pasar para que él se diera cuenta de lo que le estaba pasando. Su instructor de yoga estaba en una posición que decidió nombrar como "complicada" en su vida. Entre ellos pasaron tantas cosas que prefirió pasar por alto quedando como recuerdos confusos y borrosos.
Su único síntoma fue la sangre de ángel.
Ese día todo parecía ir horriblemente mal, había discutido con Mónica, la directora de uno de los colegios lo trató de adoctrinador, Santo no paraba de mandarle mensajes diciéndole que tenía ganas de verlo, casi lo chocaron y ese día empezaban las fechas de exámenes. No eran ni las diez de la mañana cuándo se empezó a sentir asfixiado, caminaba de una punta a la otra pasando por los bancos cuidando de que no hagan trampa, la hora parecía infinita hasta que se escuchó el timbre, se paró junto al umbral de la puerta para que sus alumnos al salir le entreguen los exámenes.
Era el cumpleaños de Mónica, lo había olvidado por completo. Se sintió peor al recordar que había quedado con Santo, alegando que necesitaba esa inyección revitalizadora, siendo que su día a día le quitaba dejándolo completamente exhausto. La paz que ese hombre le provocaba no tenía explicación, al igual que la estabilidad que por fuera de él no hallaba; el caminar, como si el tiempo les diera el espacio para que puedan dar sus pasos lento, sin el apuro del mundo en general. Sin embargo, con ese correr de los meses también se dio cuenta que no podía separarse. Porque Mónica, sus hijos y todo lo que estaba por fuera de su instructor de yoga le aportaban cosas que él jamás podría.