Sangre mestiza

I

"En ocasiones, solo necesitamos un pequeño empujón para hacer aquello que tanto deseamos, pero no nos atrevemos".

        

Desde que mi padre me había contado aquello intenté volver a pasar tiempo con Agathê, pero un día quise hacerme el interesante y entre tartamudeos traté de mostrarle lo que había aprendido en el entrenamiento con mi padre. Al final terminé cayendo al suelo por un mal movimiento logrando que Massimo, Agathê y su amiga Eleonor se rieran. Estaba tan rojo que mi mejor amigo comentó que parecía un tomate entre carcajadas, Agathê lo regañó por burlarse y me ayudó a levantarme. Desde ese día, hace cinco meses, me cuesta mucho trabajo estar cerca de ella o tan solo dirigirle la palabra.

—Pareces un acosador —me regañó Massimo—. Corrijo: lo eres. Deberías hablarle. Es solo Agathê, nadie de otro mundo.

         Negué ante su sugerencia.

         —No es tan fácil como dices. No quiero volver a hacer el ridículo.

         —¡La conoces hace once años, Kylian!

         Lo miré con enfado.

         —Si quieres grita más alto, creo que ella no te escuchó.

         —Deja de mirarme así, das miedo —reclamó asustado, extendiendo las manos en señal de inocencia.

         —Entonces no grites. —Me encogí de hombros.

         Comía mi merienda mientras continuaba mirándola. Cada vez que ella o Eleonor se movían en mi dirección, yo miraba hacia otro lado. Era un cobarde y un bobo por hacer eso, pero era lo único que podía hacer. De lo contrario, me petrificaba y pasaba pena.

         —Ayer mi padre me llevó a entrenar al campamento que está en el bosque. Es increíble todo lo que hace, es super bueno con la espada. Me enseñó algunos movimientos. —Moví mis brazos de un lado a otro con una espada imaginaria hasta que caí al suelo.

         —Ya veo que aprendiste mucho —comentó Massimo riéndose.

         —Aún me falta practicar más —susurré, parándome del suelo—. Mi papá es el mejor, no creo lograr ser igual o mejor que él —afirmé con desánimo.

         —Sí serás bobo. No tienes que ser igual que él o mejor; solo se tú y ya. —Me dio un golpe con la mano abierta en la cabeza.

         —¡Oye! ¡No hagas eso! —Me pasé la mano por donde él me había golpeado—. Entrenaré mucho más fuerte y seré muy bueno, ya verás.

         En la tarde estábamos jugando con unos amigos, entre ellos Agathê y Eleonor. Massimo las había invitado, según él para que yo pasara más tiempo con «mi chica». Habíamos ido a las afueras del bosque como solíamos, cuando el Alpha de otra manada junto a unos hombres se nos acercaron.

         —Aléjese. Este territorio le pertenece a otra manada. No les conviene estar aquí —advertí.

         Me aseguré de que todos, en especial Agathê, estuvieran detrás de mí.

         —¿Y quién nos lo va a impedir? ¿Un niño vampiro cómo tú? —se burló el Alpha mientras los demás hombres nos acorralaban.

         —No soy cualquier vampiro —aseguré gruñendo, y más al sentir a Agathê temblando.

         —Oh, mira, el pequeño chupasangre se cree que puede con nosotros —se burló otro, haciendo que sus demás acompañantes se rieran.

         —Dije que se fueran —amenacé con una voz más grave de lo normal.

         Sentí el cambio en todo mi cuerpo. Se hizo más grande y fuerte. Mi forma de ver cambió, lo que me hizo entender que el color de mis ojos también debía haber cambiado, era parte de la transformación de un lobo presentado. Pude ver y oler el miedo que venía de todos los presentes. Cada uno de mis sentidos se agudizaron a niveles que nunca imaginé.

         —¿Qué demonios eres? —exclamó con la voz entrecortada el Alpha.

         —Soy el hijo del Alpha de esta manada y un híbrido. Y esta es la última vez que se los pido amablemente —volví a gruñir.

         Entonces desaparecieron.

         —¿Estás bien? —susurró Agathê detrás de mí.

         Asentí y, antes de que pudiera responder con palabras, me desmayé.

         Al despertar, estaba en mi cama, con uno de mis padres a cada lado. Al parecer, no sabían si estar preocupados, orgullosos o ambos.

         Casi al instante de abrir los ojos, solté un fuerte grito de dolor. Sentía como si todos y cada uno de mis huesos se rompieran; como si mi sangre en un momento hirviera por completo y luego pasara a congelarse a miles de grados bajo cero. El veneno de ambas partes de mí peleaba por tomar el control.

         —¿Qué sientes, mi cachorrito? ¿Qué te duele?—preguntó mi mamá tocándome la frente.

         —Todo me da vueltas y siento como si me picaran en millones de pedacitos a la vez —susurré arrastrando las palabras—. Es como si hubiera una guerra por obtener el poder de mi cuerpo.

         —Así serán los primeros días hasta que te adaptes al cambio —dijo mi padre apretando con fuerza mi mano—. Estoy muy orgulloso de lo que hiciste para defender a tus amigos, eso es lo que haría un verdadero Alpha, pero ahora tienes que pasar unos días de reposo hasta que mejores.




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