Sangre mestiza

IV

"Cuando te rompes, es mejor tener a alguien a tu lado, hasta que vuelvas a la normalidad".

 

—Lian, ven, vamos… Tú no tienes por qué estar en medio de esto —dijo Agathê.

         Ella me abrazó y me ayudó a pararme para irnos de allí. Tenerla a mi lado fue como si le dieran “mute” a todas las voces a mi alrededor, excepto a la de ella y a la otra voz, producto de tantos cuentos de terror en mi cabeza: su padre.

         —¿Por qué están molestando a Kylian? Saben perfectamente que tienen prohibido hacer eso y que, cuando el Alpha no está, es a mí a quien deben preguntar.

         Eso fue lo último que escuché, porque Agathê y yo ya nos alejábamos de allí lo más rápido posible.

         Caminamos en silencio hasta llegar a mi casa. Entramos. Entonces me apoyé en la puerta con mi espalda, resbalando hasta caer al suelo. Estaba exhausto y aún aturdido.

         —¿Cuándo dejarán de molestarte? —preguntó al aire Agathê, frustrada.

         —Nunca, supongo… —le respondí desanimado. Si en quince años nunca habían parado, a pesar de las advertencias, las amenazas y castigos de mi padre, dudaba que lo hicieran en algún momento.

         —No debe ser fácil aguantarlos todo el tiempo —comentó ella mirándome con inquietud.

         Sonreí y negué con la cabeza.

         —No lo es, pero ya estoy acostumbrado… Es solo que la desaparición de mi padre y que mi mamá esté tan mal me tienen muy preocupado y con las defensas bajas. —Le restaba importancia a lo que los demás hacían; mi problema real era el estado en el que se encontraban mis padres.

         Agathê se sentó frente a mí para agarrar mis manos y así evitar que yo siguiera rascándome los pulgares.

         —Sabes que puedes quejarte ante tu padre y hacer que eso se acabe de una vez, ¿no? —preguntó.

         —Sí.

         —Pero no lo vas a hacer, ¿cierto?

         —No.

         —Deberías —dijo con un tono de reproche.

         —No quiero hablar de eso. —Aparté mis manos de las suyas y miré hacia otro lado.

         —Bien. Iré a ver a tu madre. —Sin más, ella se levantó y se fue.

         Solté un fuerte suspiro de alivio una vez que estuve solo, de esos que uno deja salir cuando lleva rato sosteniendo el aire. No me gustaba hablar del tema por lo que, cada vez que salía a la luz, me ponía tenso. Cerré los ojos, mientras intentaba respirar profundo.

         —Me enteré de lo que pasó. ¿Estás bien? —preguntó Massimo bajando las escaleras. Al parecer había entrado por la ventana de mi habitación, como era costumbre—. Dice Agathê que no quisiste hablar con ella, pero tú sabes que conmigo sí lo vas a hacer. ¿Qué está pasando? Y no vengas con que nada, tú no lloras.

         —No quiero hablar de eso —declaré. Solo quería dejarlo pasar, como solía hacerlo siempre.

         —Y yo no me voy a ir de aquí hasta que hables —se sentó frente a mí, solemne, decidido a hacerme hablar.

         —No molestes, Massimo. No tiene sentido, no hablaré —repetí irritado, apartando la mirada.

         —No, Kylian. Lo que no tiene sentido es que allá arriba hay una chica preocupada porque su novio tuvo una crisis en medio del pueblo y no le quiere contar qué está pasando. Lo que no tiene sentido es que yo, siendo tu diario andante, no sepa qué rayos te pasa cuando se nota que estás de todo, menos bien.

         —¿Qué quieres que te diga, Massimo? Estoy cansado de que todo lo que pasa en el pueblo sea culpa mía. Desde que tengo uso de razón, siempre es lo mismo. Por mucho que mi padre les amenace con severas consecuencias si me siguen atosigando, lo siguen haciendo y hasta peor. Sé que en unos años eso será parte de mi día a día, pero ¿por qué ahora? —Hablé en el tono más neutro que pude. Seguía esquivando sus ojos, ignorando el nudo en mi garganta.

         —Sigue, que eso no es todo —me alentó (o más bien ordenó).

         —La gente del pueblo me trata como si las desapariciones de los hombres, de mi padre… —Me callé por unos segundos, negándome a la idea de que algo les hubiera pasado—, fueran mi culpa. Estoy cansado de que, desde que llegamos a este lugar, me culpen de todo lo que pasa aquí, sin importar que fuera un bebé o que aún soy un niño. Estoy harto de esto y aún no ha empezado la peor parte… No sé si pueda hacerlo… —confesé. Acababa de soltar todo aquello que venía a mi mente en ese momento.

         Mi pecho dolía como si algo me apretara con fuerza, tanto desde afuera como desde adentro. El nudo en mi garganta casi no me dejaba hablar, por lo que me había forzado a decir cada una de esas palabras. No miré a mi amigo; estaba perdido en cada uno de los malos recuerdos de las personas del pueblo, de mi manada.

         —Tienes que ponerte fuerte y enfrentar a todas esas personas que están allá afuera. O cuando seas el Alpha, si es que algún día lo llegas a ser, te van a pasar por encima y todo lo que tu padre a construido con tanto trabajo se irá a la basura. —Tal vez Massimo había sido un poco tosco, pero era la verdad. Yo tenía que dejar mis miedos y traumas a un lado para hacer mi trabajo como hijo y futuro Alpha.




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