"Lo que para unos es lo mejor del mundo, para otros puede llegar a ser tedioso".
Corría y corría sin mirar a donde. Las lágrimas nublaban mi vista, haciendo que tropezara con todo lo que estaba en mi camino. Tenía que seguir, a pesar de las heridas y del vacío en mi pecho. La desesperación, la tristeza, el dolor, el rencor y el odio eran mi única compañía mientras huía por mi vida.
No tenía idea de cuántos tenía detrás de mí o si ya no había ninguno. Mis piernas no aguantarían mucho más. Llevaba horas corriendo sin descansar, primero como humano y después como lobo. Llegué a un punto en que las emociones fuertes y el agotamiento me ganaron, dejándome inconsciente en medio del bosque, aún sin saber cómo había llegado a ese punto.
*
Desde pequeño conocí lo que era el rechazo por parte de las personas que se suponía que más amor deberían darme, después de mis padres, aunque podría decir que pasaba con casi todas las personas a mi alrededor.
Había crecido sabiendo que mis abuelos no eran buenas personas, de hecho sabía que eran considerados monstruos en un mundo lleno de criaturas de todo tipo. Desde mi nacimiento o incluso antes, mi abuelo paterno, Sr. Russo, me quería muerto. Mi abuelo materno, Sr. Tran, no sabía de mi existencia, cuando se entero fue directo a la casa donde vivía con mis padres y le advirtió a mi madre que si no se deshacía de mi padre y de mí, vendría y lo haría el mismo.
Ese mismo día de madrugada mis padres salieron huyendo de la ciudad, conmigo en brazos, hiendo de un lado a otro. De lo único que realmente me acuerdo era todo oscuro, sentía a mis padres muy asustados, tenía hambre y estaba cansado por no dormir bien en días, por lo que había comenzado a llorar. Esa fue la primera y única vez que mi padre uso su voz de Alpha conmigo. Al instante paré de llorar, incluso mi lado vampiro obedeció. Desde ese día al único lobo que mi vampiro le hacía caso era a mi padre, sin cuestionarlo ni un poco.
Con solo un año con mis padres huimos hasta el otro lado del país a un campo, no reclamado por ningún ser. Era un lugar precioso a la vista: por un lado, alrededor había un denso bosque en el que, si no lo conocías, te podías perder fácilmente; y por el otro, había un campo de arroz de un verde brillante: ese color que si describes no te creen por lo imposible y bello que suena. Estaba rodeado de montañas que hacían que fuera más difícil llegar allí, por lo que nadie iría a buscarnos a ese lugar, solo unos pocos lo conocían.
Allí nos esperaban varios amigos de mi padre, entre ellos los padres de Agathê. Eran personas que crecieron junto a mi padre o que simplemente habían escuchado hablar de él y preferían estar bajo su mando que el de mi abuelo. Eran personas que habían jurado serle fiel a mi padre, si este les prometía que Sr. Russo no les haría daño. Así entre todos formaron la manada en la que crecí, ese pequeño pueblito que se sostenía con lo que nos daba la naturaleza y los inventos creados por nuestros ancestros que los humanos decían recién haber inventado, como la electricidad creada con cosas básicas, que la misma flora nos daba. Éramos muy unidos tanto que más que una manada, éramos una familia: una formada por personas que huían de mis abuelos y que no estaban de acuerdo con ellos.
Tenía vagos recuerdos de eso, gracias a que los lobos y vampiros a partir de los diez meses a un año comienzan a tener memorias y retener información igual que un humano de cinco años, en otras palabras mental y emocionalmente todos los que no fuéramos cien por ciento humanos nos desarrollábamos primero que ellos. Yo al ser un hibrido de dos de las criaturas más poderosas había desarrollado esta habilidad mucho antes y en mayor medida.
Podría decir que todo era perfecto. Todos amaban a mi padre, su Alpha. Todos aceptaban a mi madre a pesar de que era diferente al resto. En mi caso, no me miraban como el bicho raro que soy. Solo tenía un problema: sentía mucha presión, porque necesitaba ser perfecto e igual de bueno o más que mi padre. El pueblo entero esperaba que algún día sustituyera a mi padre e hiciera de ese lugar algo mucho mejor, pero yo solo era un niño.
Mis primeros dos años no fueron tan agobiantes, luego cuando empecé a jugar en la calle o en el parque, sin la compañía de mis padres fue que empecé a escuchar los comentarios de las personas sobre mí.
—Debería ser más tranquilo —comentó una de las madres de la manada, que estaba sentada en una de las bancas del parque viendo lo que hacía su hijo.
—Sí, debiera ser un ejemplo para los demás, no alborotar a los pequeños —decía otra, mientras yo corría con los demás niños.
Yo había estado riendo y jugando como cualquier otro chico de mi edad, pero, al escuchar que renegaban de mi comportamiento y notar sus miradas molestas, terminé sentándome en una roca, cabizbajo. Comencé a rascarme la zona entre los dedos índice y pulgar con algo de fuerza, sin importar el dolor que esto me causaría después.
Los otros niños pasaron de jugar y fueron a mí, preocupados, para terminar haciendo lo mismo que yo, sentados, sin hacer nada, solo esperando a que yo hiciera otra cosa. Pude escuchar más comentarios en contra de mi comportamiento y sobre cómo influía en los otros. ¡Yo no pedía eso! Entonces, ¿por qué solo yo me llevaba las malas caras?
—¿Podrían dejar de molestar a mi sobrino e ir a regañar a sus hijos por no tener personalidad y hacer lo mismo que un niño menor que ellos? —gruñó mi tío, cosa que provocó que todos diéramos un salto del susto.
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Editado: 09.11.2024