Sangre mestiza

VIII

"Vivir como un fugitivo a los quince años, cuando no tienes a nadie, te cambia. Y no para bien."

 

Al no estar acostumbrado a pasar tantas horas como un lobo y a hacer un esfuerzo al que no estaba acostumbrado, todo me empezó a dar vueltas cuando recuperé la conciencia. Incluso seguía mareado. Sentía algo pesado sobre mí, algo peludo y pesado. Abrí los ojos, asustado. Al principio no vi nada, luego mi vista se fue aclarando y noté que estaba en una cueva, con la cabeza de una loba sobre dónde finaliza el cuello y empieza la cabeza. Una loba de verdad. Empecé a temblar de solo imaginarme lo que me podría pasar si se enteraban de que no era solo un lobo joven perdido.

          Los lobos y los hombres lobo nunca se habían llevado bien. Al principio era porque los hombres usaban las pieles de los lobos como abrigo, luego fueron las tierras, la comida y mucho más. Si un hombre lobo encontraba un cachorro de lobo, lo raptaba. Tenía dos opciones: matarlo o domesticarlo al punto de que terminara rechazando la vida silvestre. Si un lobo veía a un niño humano, este haría que el niño se transformara en su lado animal y se lo llevaría para que se olvidara de aquel lado horrendo suyo. Nos identificábamos por el aroma, los lobos olían a toda la naturaleza junta, nosotros en cambio podíamos llegar a tener la mezcla de hasta dos aromas.

          Al parecer, donde quiera que me parara estaría en peligro. No podía ser un lobo para siempre, ni quedarme como un humano en un lugar donde me pudieran encontrar.

          —Tranquilo, no te voy a hacer daño —dijo aquella loba acomodándose a un lado mío, liberándome por completo—. Estás herido. Puedes quedarte cuanto tiempo desees. Puede que para siempre, mientras no vuelvas a ser humano.

          —Tengo que seguir, aún no estoy a salvo, pero gracias. —Nunca había tenido una conversación con una loba de verdad. En realidad, con ningún animal, por lo que no estaba seguro de cómo comportarme o qué decir.

          —En ese caso, quédate hasta que mejores. Te cuidaremos mientras estés entre nosotros y, cuando decidas irte, podrás hacerlo. —Se levantó y salió de la cueva.

          Era una loba mayor, de un pelaje negro y brillante, muy hermosa. Por su forma de hablar y tomar la decisión de dejar a un hombre lobo en la manada, supuse que sería la pareja del Alpha, o tal vez su madre. Solo esperaba que el Alpha no se enojara y no me quisiera matar por quedarme.

          Quise pararme y seguirla, pero mi pata estaba muy lastimada. Me quedé esperando que ninguno de los matones del Sr. Russo se acercara a esa manada. No quería poner en riesgo a nadie más, y algo me decía que, si me detenía por mucho tiempo, eso sería lo que pasaría.

          Transcurrieron varios minutos en los que seguí intentando pararme, sin éxito. Mi vista se había vuelto a nublar al recordar como Hardy y mi padre me ayudaban a parar cada vez que me caía y las palabras de aliento de mi madre y las risas de mis amigos cuando me caía intentando mostrarles lo que había aprendido en mis entrenamientos. La imagen de sus miradas vacías, sin vida  y los gritos de mi padre se repetían en mi cabeza una y otra vez, hasta que llegó la loba junto a un pequeño cachorro que lucía igual a ella, sacándome de mis pensamientos y recuerdos. En la boca de la mayor había algún tipo de animal. Al principio no distinguí que era, hasta que lo dejó frente a mí. Era una pequeña liebre muerta. Sin poder evitarlo, miré aquello con asco y luego vi a los lobos frente a mí. Yo tenía hambre y la liebre desangrándose no me ayudaba en absoluto; comer un animal sin cocinar y recién cazado no era algo que tuviera en mi lista de cosas por hacer.

          —Gracias, pero estoy bien. Pueden comérselo ustedes —le dije. Esperaba no ofenderla, pero de solo mirar aquello se me revolvía el estómago.

          —Humano… —dijo con ironía, algo que al parecer era cierto de las leyendas que decían que ellos sí podían pensar y actuar igual que nosotros, solo los humanos no los podían entender —. Llevas días sin comer, por eso estás débil.

En ese momento, escuché una voz fuerte, segura, que emanaba autoridad y que solo podía pertenecer a un lobo:

—Ignora el hecho de que está sin pasar por la luz caliente que ustedes crean. Ya verás que te gustará y te hará más fuerte para poder continuar.

—Alpha… —susurré con miedo agachando mi cabeza en forma de respeto.

          No podía negarme a lo que el Alpha decía, y mucho menos estando de invitado en una manada que no era la mía. Con algo de escepticismo, olfatee a la liebre. Mi lado animal deseaba comerlo; el vampiro estaba asqueado, pero con ganas de tomar la sangre, y el humano quería alejarse de aquello de forma inmediata.

          Con un profundo suspiro, mordí aquel cuerpo con fuerza, tomando toda la sangre que le quedaba. En principio me pareció raro, pues había mucha diferencia entre la sangre animal y la humana; era como comparar una hamburguesa de carne con una hamburguesa vegana. No estaba mal, pero seguía sin ser lo mismo. Cuando ya no había más sangre que tomar, agarré un trozo de carne entre mis dientes y lo arranqué. Masticarlo hizo que tuviera varias arcadas, por los pelos y porque la textura no era la misma a la que yo estaba acostumbrado, sin contar lo sucio que estaba. Entre tanto, sentía la mirada de aquellos tres lobos sobre mí, esperando a que me lo terminara todo. Era bastante incómodo, mas no me atreví a comentar nada. Tragarlo fue aún más difícil; no había forma de que pasara por mi garganta. Quise desistir, pero la mirada atenta del Alpha me obligó a engullirlo. Cuando lo logré, otra arcada vino a mí. Así fueron las primeras mordidas —un total asco— hasta que terminé.




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