“Esa noche entendí que no solo la amaba, sino que era parte de mí… y siempre lo sería”
Tomé su mano, entrelazándola con la mía, y juntos nos sumergimos bajo el agua. Descendimos hasta el fondo para evitar enredarnos con las raíces o la tierra de la isla, pero también porque necesitaba tomar una piedra puntiaguda para cuando llegara el momento en que ella tuviera que beber de mi sangre.
Nadamos de regreso a la superficie, emergiendo casi en el centro de la cueva, justo debajo del punto donde la luna se asomaba. Reí por lo bajo al ver cómo ella soltaba una fuerte bocanada de aire al salir. La entendía; al principio, me sucedía lo mismo, aunque eso no evitaba que me causara gracia.
Sin esperar más tiempo, la abracé por la cintura. Ambas partes de mí luchaban por determinar cuál sería la primera en crear el lazo, cuál tendría más control a partir de ahora. Con mi mano libre, la tomé de la barbilla, obligándola a mirarme directamente a los ojos. Necesitaba asegurarme de que su respuesta fuera sincera, de que pudiéramos avanzar sin miedos ni incertidumbre.
—¿Para qué agarraste esa piedra? —preguntó.
—Ya lo verás —dije antes de suspirar por lo bajo—. ¿Estás segura de esto? Es la última vez que te lo pregunto. Después no habrá oportunidad de echarse atrás. —La miré serio; en este momento ya no podíamos dudar. Era un paso agigantado y definitivo, y no quería que se sintiera mal después.
—Estoy más que segura, Kylian. ¿Tú lo estás? —preguntó con el mismo tono de seriedad que yo, mientras me acariciaba la mejilla, un gesto que me tranquilizó un poco.
—Sí —susurré, acercándome a su cuello.
Sonreí con felicidad al ver cómo, sin necesidad de pedírselo, ya me daba acceso por completo, como si su propio cuerpo hubiera estado esperando que esto sucediera, como si lo necesitara tanto como yo. Con lentitud, comencé a dejar besos húmedos a lo largo de su cuello y hombro, asegurándome de que aquella zona estuviera relajada para que el dolor fuera menor. Al mismo tiempo, acariciaba suavemente su cintura, intentando distraerla, hacer que su mente se enfocara en otra cosa y no en lo que estaba a punto de ocurrir.
—¿Qué te gusta más? ¿Un lobo o un vampiro? —susurré con voz ronca sobre su piel.
—Un lobo —respondió con un hilo de voz, sin dudarlo ni un segundo.
Su certeza hizo que mi lado vampiro protestara con fiereza, intentando imponerse, mientras el lobo dentro de mí celebraba su victoria con orgullo.
—También prefiero eso —murmuré, aunque sabía que mis palabras solo avivarían la pelea en mi interior.
Mi agarre sobre ella se volvió más firme, siempre con cuidado de no hacerle daño. En ese momento, lo único que ocupaba mi mente era cuánto la amaba y cuánto deseaba que fuera mía para siempre, sin que nada pudiera separarnos jamás. Justo cuando estaba más absorta, la mordí. Pude ver cómo se mordía el labio para no gritar, algo que lamenté, porque me habría encantado escucharla.
La sed que había estado conteniendo todo este tiempo se desbocó sin control. Bebí de su sangre como si no hubiera un mañana, hasta que el veneno de mi lobo comenzó a fluir dentro de su cuerpo. Sentí cómo se estremecía debajo de mí; lejos de causarle dolor o incomodidad, como había temido, parecía disfrutarlo. Me incitaba a continuar. Su cuerpo, en lugar de debilitarse en señal de rendición, parecía fortalecerse, como si se preparara para entregarse por completo y saciar mi sed sin reservas.
Entonces lo sentí. Aquello de lo que tanto me habían hablado. Esa conexión que nos unía de una forma irreversible, convirtiéndonos en uno solo. Ella se mostraba aún más segura que yo, más decidida, esforzándose por contener cualquier rastro de ansiedad o incertidumbre. Percibí cada emoción suya como si fueran mías: todo por lo que había pasado, la forma en que la habían protegido y amado, su entrega incondicional a sus amigos. Y, sobre todo, cómo conmigo se sentía más segura que con nadie.
Mi lobo, por otro lado, solo podía reclamarla como suya. Lo único que deseaba era que ella pensara en nosotros, en brindarle amor y protección, en permitirse ser libre para expresar todo lo que sentía sin tener que reprimirlo nunca más.
Me costó mucho apartarme del cuello de mi Flamita; se sentía tan bien que hacerlo parecía una ofensa. Al instante, la miré a los ojos, buscando cualquier rastro de arrepentimiento o dolor, pero solo encontré en su mirada algo completamente distinto. Esta vez, ella estaba mejor que nunca, como si toda su vida hubiera estado esperando este momento. La felicidad y el alivio me consumieron por completo.
Su rostro, iluminado por la luz de la luna, era una obra de arte perfecta. Nos quedamos mirándonos, embelesados, disfrutando de la conexión que compartíamos, hasta que mi lado vampiro decidió tomar el control. Ahora era su turno. Él también quería divertirse.
La observaba con deseo, con la necesidad de poseerla, de que su sangre solo le perteneciera a él y a nadie más. Si alguna vez había ansiado probar su sangre, nada se comparaba con lo que sentía en ese instante. La desesperación me dominó, y sin pensarlo dos veces, volví a morderla en el mismo lugar donde antes ya lo había hecho.
Como era de esperarse, la respuesta de su cuerpo no fue la misma. Se hizo más pequeña entre mis brazos, y su piel comenzó a arder. El veneno del vampiro era mucho más espeso, lo que intensificaba su dolor, aún más al verse obligado a enfrentarse con su propia sangre y el veneno del lobo, que lo atacaban sin tregua hasta mezclarse y convertirse en uno solo.
Momentos después, ya no quedaban dudas: el lazo estaba sellado… al menos por mi parte. La conexión que sentía con ella era inexplicable, algo que iba más allá de cualquier palabra o pensamiento racional. La adrenalina y la euforia se apoderaban de nuestros cuerpos. Su tensión se disipó de golpe, y supe que el dolor había desaparecido por completo.
Mi sed aumentaba con cada sorbo. Nunca en mi vida me había sentido tan hambriento. Ya no existía esa lucha constante dentro de mí; ahora solo había un mismo objetivo, una única voz que anhelaba más… y al mismo tiempo, ofrecía más.
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Editado: 17.08.2025