"No sabía si estaba listo para lo que vendría, pero con ella todo estaría bien."
—No hagas eso —susurró, dejando su cuello al descubierto otra vez.
—¿Que no haga qué…? —pregunté, separándome un poco, sin entender de que hablaba, yo solo me había quedado admirándola.
—No te contengas.
—Te toca a ti, no a mí —sonreí al ver a que se refería.
—Yo no puedo hacer lo mismo que tú. Mis colmillos apenas se ven.
—Eso lo sé, Flamita —susurré, riendo.
Tomé la piedra que había estado sosteniendo todo ese tiempo y me la pasé por el cuello, apretando con fuerza para hacerme una herida profunda que permitiera que la sangre saliera y ella pudiera tomarla
—¿Estás loco? —preguntó, alarmada, tapándome la herida en un intento de evitar que la sangre saliera.
—Sí, algo. Pensé que ya lo sabías —bromeé ante su reacción—. Soy vampiro y lobo. Me curo rápido, así que, si no me muerdes y te tomas mi sangre en unos segundos, tendré que volverla a abrir.
—Cierto. —Suspiró y quitó la mano de mi cuello—. Lo haré, pero tú también hazlo. Sé que tienes mucha sed. —Fui a protestar, pero me interrumpió— Shh, no acepto un no por respuesta.
Pude sentir que estaba algo incomoda con el hecho de tener que tomar mi sangre, por lo que estuve a punto de decirle que no lo hiciera, pero tanto mi lado vampiro como el lobo me detuvieron. Ambos me recordaron que, a ella, al ser humana, su instinto le decía que tomar sangre estaba mal, pero que eso no significaba que no quisiera hacerlo. Cuando por fin sentí sus labios alrededor de mi cuello esperé una fuerte mordida, pero en cambio fue algo que a penas me rozaba la piel, provocando que gruñera molesto. Me costaba entender por qué tenía tanto miedo de dejarse llevar, pero aun así no me moví; solo le hacía saber que podía seguir hasta el final. Confiaba en ella.
Sonreí cuando comenzó a disfrutar de tomar mi sangre y me dispuse a hacer lo mismo. Ambos bebíamos uno del otro con un deseo que jamás habíamos imaginado que podría existir. Mis manos fueron hacia su cintura atrayéndola aún más a mí. A pesar de que la Luna ya no estaba sobre nosotros la sed no disminuía, solo aumentaba.
Pude sentir como en ocasiones ella se debilitaba, pero en cuestión de segundos volvía a tomar con la misma intensidad que lo hacía yo. Ahora podía entender porque todos la codiciaban, nunca me cansaré de decirlo, tenía una sangre deliciosa y adictiva. La unión estaba hecha, el lazo creado, pero el deseo continuaba. Ya no me conformaba con su cuello; entre besos y mordidas había creado una especie de collar, que pasaba por sus hombros, cuello y clavícula. Sentí que en cualquier momento se desmayaría, antes de ello la besé, un beso lento, suave, pero sin quitar la intensidad de lo que estábamos sintiendo.
La cargué entre mis brazos, pegándola a mi pecho, y avancé hasta la pequeña isla del centro. Con cuidado, la dejé reposar ahí, acostada, y me recosté a su lado. Me tomé un instante para contemplar el lugar… el mismo en el que alguna vez me vi tocar fondo, rendirme, y que ahora compartía con la chica que más amaba: mi Flamita, con quien pasaría el resto de la eternidad. Ya no era un rincón triste, ni un refugio al que acudiría para ahogarme en soledad y depresión, sino el santuario donde recordaría el mejor día de mi vida. El silencio dentro de mí resultaba extraño, casi abrumador; después de una existencia marcada por la lucha constante, por fin podía escuchar el susurro del viento y el leve crujir de las hojas, moviéndose con una paz absoluta.
No dormí casi nada en toda la noche de la emoción, disfrutando del momento, de la tranquilidad, de verla dormir. Cuando despertó, busqué a través de nuestro lazo cualquier arrepentimiento, por más pequeño que fuera, en cambio solo encontré felicidad, emoción, fuerza y conexión, sonreí, ella estaba igual que yo.
—Buenos días, dormilona —canturree, abriendo los ojos y sonriéndole.
—Dormilón tú. Yo me desperté primero —replico con una risita boba.
—Que tenga los ojos cerrados y permita que me acoses mientras finjo que no me doy cuenta no significa que esté dormido —dije, acostándome de lado para verle a los ojos.
—Yo no te acosaba. Solo me quedé pensando y tratando de recordar todo lo que pasó anoche. Y sí, estabas dormido, no te hagas. —Me dio un pequeño empujoncito.
—Por mi lado vampiro no necesito dormir, pero por mi lado lobo sí lo necesito, por lo que para equilibrar eso solo duermo unas pocas horas. Así que, señorita, yo llevo varias horas despierto mientras tú soñabas con no sé quién que te hacía sonreír y reír de forma pícara. Hasta te sonrojaste y todo —me burlé.
—Ni idea de lo que hablas, lo único que recuerdo es cuando te mordí y de ahí nada más. —Se encogió de hombros, sentándose.
—Es normal, fue demasiado veneno en tu organismo. Ahora, de aquí a doce horas, intenta no morirte o que algún tipo de luz de luna te toque. —Suspire sentándome a su lado.
—Es fácil decirlo cuando justamente esta noche vienen tus abuelos y toda su gente a matarnos. Corrección: a matarme, pues tú no puedes morir. —Pude notar la confusión en sus palabras y en su mente, y la entendía, como ella misma dijo, era mi propia sangre la que venía a querer acabar con nosotros.
—Tú tampoco puedes morir. Si te «matan», revivirás como vampiro y tu sangre dejaría de funcionarles. De todas formas, tengo que darte la noticia de que, a partir de anoche, dejaste de ser mortal.
#720 en Fantasía
#336 en Thriller
#158 en Misterio
miedo, vampiros lobos, persecucion traiciones amores prohibidos
Editado: 17.08.2025