Sangre mestiza

Epílogo

Nada pone más a prueba una paz frágil

que el nacimiento de un nuevo legado.

Han pasado veintiséis años desde que ambos bandos acordaron estar en paz. Aparentemente, todo está bien. Durante estos años tuvimos varios problemas, pero nada que no se pudiera solucionar. El único que se mantenía era que los humanos estaban cada vez más pendientes de lo que hacíamos… bueno, no todos los humanos, solo ese grupo que venía cada tanto a amenazarnos desde que nació mi pequeña Aztrid. Al parecer, le tenían miedo a la leyenda que decía que el fruto del amor de mi Flamita y yo traería caos entre ambos mundos. Solo que había una cosa que ellos no sabían… y era lo que más me preocupaba.

—Lian, deja de estar pensando en eso —me llamó la atención mi Flamita.

Estábamos en la cama conversando, esperando que la luna llena se tiñera de rojo.

—Es que no es normal, ya debería haberse presentado.

—Tal vez es porque es hija de una humana, puede ser que sea solo humana —dijo ella, como siempre, queriendo aliviar mis malos pensamientos.

—Nadeem y Biagio también lo son, y ambos lo hicieron a una edad adecuada. El hambre siempre lo han tenido… bueno, Biagio se contiene, pero tiene sus razones —Pensaba rápido y de la misma forma hablaba.

—No todos somos iguales, mi ogro bello. Tú y yo no somos normales, lo lógico es que nuestra hija tampoco lo sea. Solo dale tiempo —Sabía que ella también estaba preocupada, solo que uno de los dos debía mantener la calma, y esa siempre era ella.

—¿Esa gente no descansa? —gruñí al sentir cómo el mismo grupo de humanos que venía a molestarnos se acercaba a la casa.

Me paré de la cama, molesto y sin ganas de abrirles la puerta. No había llegado a la sala y ya estaban tocando como si fueran a tumbarla.

—No es un buen día para venir a importunar a nuestra manada. Digo, si saben tanto de nosotros, deben saber que hoy es un día peligroso para ustedes —dije en cuanto abrí la puerta.

Pude ver cómo, poco a poco, de las casas alrededor salían todos los integrantes de la manada. Todos visiblemente enojados y hambrientos.

—No vendríamos si ustedes siguieran las reglas como debe ser —habló el mismo de siempre; los otros solo venían a hacer bulto.

—Como ve, estamos todos en nuestras casas, disfrutando de nuestra noche. Así que váyase por donde vino.

—No todos. Dígame, señor Russo, ¿dónde está su hija?

—La hija del señor Russo murió en sus manos hace años —Odiaba con todo mi ser que me llamara así.

—No quiera tomarnos por tontos, Kylian —dijo en tono de advertencia, lo que logró que riera sin diversión alguna.

—Mi hija debe estar con sus primos, como siempre hace en estas fechas. Nada de qué preocuparse.

—Kylian… ella está con mi hijo —esa voz… ¿Miguel?

—¿Tú qué sabes de todo esto? —pregunté, confundido.

—Lo suficiente como para saber que mi hijo no debería estar con tu hija, mucho menos hoy —El tono preocupado y hasta aterrado de su voz solo confirmó lo que acababa de decir.

—Mi hija no le va a hacer daño; ella es incapaz, y menos a alguien a quien sabes que le tiene mucho aprecio —Estaba claro que no dejaría que hablaran mal de mi niña.

—Eso esperamos. Más le vale encontrarla antes que nosotros y que no haya pasado nada, o ya conoce las conse… —No lo dejé terminar porque lo había tomado por el cuello con fuerza.

—Kylian, bájalo, él sabe que no puede ponerle un dedo encima a Aztrid. No vale la pena darle una razón para acabar con nuestra paz.

—Hermano, escúchala —dijo Nadeem, con una mano en mi hombro.

Lo solté con un empujón, alejándolo de mí.

—La buscaremos, pero si me entero de que cualquiera de ustedes tocó un solo cabello suyo, se acabó la tregua.




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