Scarlet

11

Cuando el helicóptero llegó, a Scarlet le costó un poco subir, entonces Rodrigo la tomó de la mano y la ayudó, ella algo tímida le dio las gracias y se sentó. Fue algo extraño, pero cuando tuvieron ese corto contacto sintió que se le erizaba todo el cuerpo, los poros le reaccionado al calor de su mano, como si ya lo conociera desde antes y fueran algo más que un cliente y su dama de compañía.

Rodrigo mismo se encargó le abrocharle el cinturón de seguridad, mientras lo hacía, ella sentía que su cercanía le estremecía, era algo extraño, pues no solía ser tímida ante ningún hombre, pero era que Rodrigo nunca sonreía, su rostro la dejaba fuera de acción, ella no sabía cómo comportarse delante de él.

Antes que la hélice se echara a andar Rodrigo le señaló el fondo del helipuerto y le dijo:

—¿Ves allá? Ese helicóptero que está aterrizando viene en busca de tus guardaespaldas, así que ya puedes estar tranquila, no soy un psicópata asesino de bailarinas.

Ella se sonrojó a la vez que sonrió y lo miró de frente, él aun con su cara seria se quedó plasmado con sus ojos clavados sobre los de ella embelesado por varios segundos; en eso su rostro tomó una apariencia apacible, Scarlet sintió que el hombre intimidante había desaparecido, ahora podía apreciar en él a un hombre dulce y encantador. De pronto Rodrigo reaccionó y su semblante cambió y volvió a ser el mismo tipo de antes.

En monterrey llegaron a la casa donde se encontraba un primo de Rodrigo, se trataba de Israel Salvatierra, que vivía en Holanda pero estaba en Monterrey por asuntos de negocios.

El hombre no disimuló cuando vio a Scarlet, sus ojos se posaron en ella con curiosidad; ella de inmediato supo que él sabía de su existencia, le pareció algo ilógico que su cliente pusiera al tanto a su primo acerca de ella, pues era tan solo una de las tantas bailarinas que a lo mejor él estaba acostumbrado a frecuentar; pero ella ignoraba su gran parecido físico con la difunta esposa de Rodrigo.

Israel los condijo hasta la barra de un pequeño bar que tenía en la cocina, el horno estaba encendido, Israel se puso un delantal y sirvió tres copas de champan.

—Huele esquisto primo —Dijo Rodrigo—. ¿Qué estas preparando?

—Estoy horneado un esquisto pollo a la manzana con hierbas aromáticas, lo acompañaré con una ensalada de vegetales y puré de patatas.

Israel miró a Scarlet y le sonrió, parecía que el tipo tenía un personalidad jovial, eso comparado con su contraparte, su primo y amigo Rodrigo que parecía un témpano de hielo difícil de atravesar, eso al parecer de Scarlet que estaba en medio de los dos.

Luego llamaron a la puerta, llegaron a la casa varias amistades que Israel y Rodrigo tenían en común, él presentó a Scarlet como una amiga suya que lo acompañaba; para ella el que hubiera llegado más gente le cayó como anillo al dedo, la incomodidad que sentía al estar allí sola con un par de tipos desconocidos desapareció y comenzó a sentirse como pez en el agua.

La reunión era un simple encuentro entre amigos y viejos compañeros de estudio de los dos hombres que tenía sin verse sus caras desde que salieron de la prepa.

Israel resultó ser un excelente cocinero, durante la cena recibió halagos de todos; él resultó ser el dueño de una cadena de restaurantes de lujo en Holanda, además tenía otros negocios en el ramo en Estados Unidos y México.

Después de la deliciosa cena fueron a jugar billar, Scarlet era una experta en ello, además que compaginó muy bien con todos. Hubo guerra de sexos con el juego, los hombres uno a uno fueron descalificados hasta que quedaron solo las damas dominado la mesa de billar.

Israel y Rodrigo se quedaron juntos a un lado apartado de los demás, ambos observaban a Scarlet que estaba inmersa en el juego.

—En verdad se parece a tu esposa.

—No del todo.

—Pero es increíble el parecido, como si fuera su hermana gemela, bueno Ángela estaba más grande, ¿qué edad tiene Scarlet?

—23 años, Ángela en este momento tendría 30.

—Siete años de diferencia, tú le llevas nueve, se podría decir que eres un rabo verde.

A Rodrigo le dio risa.

—¿De qué hablas?

—Le llevas 9 años. —Rodrigo se agarró la barba.

—Aun soy joven y muy guapo.

—Pero le llevas 9 años.




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