Cuando llegaron donde estaba el auto Ángela dijo algo sorprendida:
—Es igual a mi auto.
—¿De verdad? este me lo dio mi padre en mi cumpleaños.
—¡Vaya! —Ella estaba anonadada, porque pensaba que era el chofer de la familia de Alejandro. Pero no hizo algún comentario al respecto. Rodrigo se percató de ello.
—Alejandro te dijo que enviaría por ti al chofer de su familia?
—Si, después me dijo que estaba de reposo, pero luego me dijo que enviaría a otro.
—A si claro, es que en realidad no soy su chofer, Alejandro y yo somos amigos.
—Ya cobró sentido.
—¿Qué?
—Tu porte, no pareces chofer, y el auto, sé lo que cuesta, mi padre jamás se lo dejaría al chofer.
—Bueno, aclarado el asunto, mejor nos vamos, se ve que nos espera una fuerte lluvia.
Por el camino se conocieron un poco más, Ángela ignoraba por completo la sorpresa que le tenía Alejandro.
Antes de salir de la ciudad comenzó a llover y hubo relámpagos, la tarde estaba muy oscura. Rodrigo tomó la autopista que los conduciría al pueblo donde los esperaba Alejandro, ya eran más de las seis de la tarde, pronto la noche los atraparía.
Empezó a oscurecer y la lluvia se calmó. Ángela al ver que se habían alejado de la ciudad y se adentraron en una montaña le preguntó:
—¿Dónde me espera Alejandro?
—En una cabaña campestre de su familia. Quiere estar en un lugar solo contigo.
—Bueno, hoy me imagino que deberás quedarte.
—Si Alejandro me deja. —Los dos se rieron.
Se hizo de noche y de pronto empezó a llevar con fuerza. En realidad era una fuerte tormenta, la lluvia sobre el parabrisas hacía difícil la visibilidad, la carretera parecía un río, era difícil andar así. Después llegaron a un tramo donde los autos cruzaban un arroyo, éste siempre era tranquilo, pero hubo una crecida y arrastró rocas y las dejó sobre la carretera. Ningún auto podía pasar, varios sujetos aguardaban allí. Rodrigo bajó del auto y aquellos hombres le dijeron que era imposible cruzar, había que esperar a la mañana que todas las rocas acumuladas fueran remolcadas.
Rodrigo volvió al auto.
—No podemos seguir, hay un montón de rocas muy grandes, mañana temprano serán remolcadas, no nos queda de otra que volver a la ciudad.
—Bien, son cosas de fuerza mayor.
—Sí.
Rodrigo dio la vuelta y fueron de regreso, de pronto se toparon con una cola de autos. Rodrigo bajó a ver que sucedía, un guardabosques llegó del otro lado en una moto y les informó que se había desbarrancado un buen tramo de la carretera. Que los pueblos aledaños estarían incomunicados al menos unos tres días. Nadie podía llegar a la ciudad.
Rodrigo le contó de la situación a Ángela.
—Lo siento.
—No es tu culpa.
—Vaya bienvenida te ha dado Ciudad de México. Sabes, por aquí cerca está la casa de campo de mi familia, tocará pasar allí la noche. Tendré que forzar la puerta porque no traje las llaves.
Lograron llegar a la cabaña, Rodrigo consiguió en el auto una herramienta con la que abrió la puerta y así entraron. Él encendió la luz, el lugar estaba frío.
—Bueno, bienvenida a la cabaña de mi familia. —Ella sonrió.
—Gracias.
—Veré si hay té para hacer, estas temblando de frío.
—Te acompaño.
—Mejor ve a la habitación del fondo, esa es de mi tía Elena, ahí seguro debe haber algún abrigo para ti.
—¿Y tú no tienes frío?
—Sí, buscaré el té y después voy a buscar alguna manta.
—Bien, entonces voy... ¿la habitación del fondo me dijiste?
—Sí.
Ángela consiguió un abrigo y se lo puso, cuando se dio vuelta para salir de la habitación se topó con Rodrigo y se sobresaltó.
—Perdón ¿Te asuste?
—No, solo me sorprendí. —Él vio el abrigo.
—Qué bien que conseguiste abrigo.
—Sí.
—Conseguí té de manzana con canela y de menta, ¿Cuál prefieres?
—Manzana con canela está bien. —Dijo ella sonriendo, Rodrigo por un momento se olvidó de Alejandro y dejó que sus ojos se recrearan con la belleza de Ángela, su linda cara y sus ojos lo cautivaron. De pronto recordó frente a quien estaba, ella era la prometida de su mejor amigo, entonces se reprochó así mismo lo que estaba haciendo.
—Voy a buscar un abrigo y vamos por el té.
—Está bien, te espero en la cocina.
Después que bebieron el té, buscaron que hacer de comer. Ángela buscó en los gabinetes mientras él revisaba la nevera.
—La semana pasada vinieron algunos de mis primos, seguro algo dejaron.
—Mira aquí hay espaguetis y una lata de atún. —Dijo Ángela. Él le preguntó:
—¿Te agrada el atún?
—Si me encanta.
—Aquí hay salsa para pizzas.
—Entonces comeremos italiano.
—Sí, tu cena romántica terminó siendo comida chatarra.
—¿En serio?
—Sí, mi pobre amigo quería darte la sorpresa.
—Bueno, nadie tiene la culpa, pero seguro debe estará de los mil genios.
—¿Aún sigue siendo iracundo mi amigo?
Ella bajó por un momento su mirada.
—A veces pienso que debería ir a terapia para controlar la ira.
—No exageres, Alejandro tiene mal carácter, pero no creo que necesite ir a terapia.
—Puede que si exagero.
—Pondré a calentar el agua.
Cenaron y se fueron a dormir. En la mañana salieron de la cabaña esperanzados en poder llegar a la ciudad, pero durante la noche la lluvia hizo más estragos y no pudieron salir. Entonces regresaron a la cabaña.
Allí ella encendió el televisor, Rodrigo se fue afuera y miró la montaña, estaba despejado. Entonces entró y le dijo a Ángela:
—¿Te gusta acampar?
—Sí.
—Deberíamos ir, allá podemos preparar pasta con atún y salsa de pizza.
—Claro, si es lo único que tenemos.
—Entones deberíamos apurarnos, así pasaremos más entretenido en día.
Se pusieron ropa de invierno, luego subieron a la montaña, Rodrigo fue muy atento con ella por todo el camino cuidándola. Tardaron un poco más de una hora para llegar a la cima. Cuando al fin lo hicieron se instalaron e hicieron el almuerzo mientras hablaron de muchas cosas. Después él le contó de su hermano Rolando.