Scarlet

34

Alejandro se metió a un bar, allí esperó a Chaustre, un reconocido psicoanalista que varios años atrás había sido su terapeuta, pero el hombre se enamoró de Alejandro, entonces lo remitió con un colega y se convirtió en su amigo y confidente. Él llegó al bar y lo buscó en la barra. Cuando Alejandro lo vio le dijo:

—Pensé que no llegarías nunca.

—Vine en cuanto pude. Te noté alterado cuando me hablaste por teléfono, ¿qué sucedió?

—Ángela me dejó plantado en el altar.

—¡Vaya!

—No solo eso, ahora resulta que está preñada de otro.

—¿Y te lo confesó así no más?

—La muy descarada me lo gritó en mi cara.

—¿Qué piensas hacer? digo, supongo que no pensarás perdonarla por su burla?

—Por supuesto que no. —Alejandro se bebió el whisky del vaso de una sola sentada, luego empezó a sollozar y le dijo:

—¿Qué se supone que será de mi vida sin ella? ¿Cómo voy a levantarme cada mañana sin la esperanza de tenerla conmigo? ¿Sin poder a amarla, sin ver sus ojos, sin oír su preciosa voz? —Después comenzó a jadear.

—Amigo no será fácil, pero con el tiempo...

—¡No! el tiempo no me ayudará, me voy a morir antes que eso suceda lo sé.

—En ese caso deberás ser muy fuerte.

—Quiero pedirte un gran favor.

—Claro, si está a mi alcance.

—¿Puedo quedarme en tu apartamento de la playa? es que necesito estar solo, no quiero que mis padres se metan en mi vida, quiero emborracharme para olvidarme de ella. Mi mamá no me dejará en paz si me ve así.

—Claro que sí, sabes que no te lo negaría, más tarde vamos a mi casa y te doy las llaves.

El domingo por la mañana en la casa de Ángela, sus padres y Carlos Daniel estaban en la mesa desayunando cuando de pronto ella llegó al comedor, se acercó a su padre y lo saludó con una beso, después a su madre, Regina le dijo:

—Hija no te llamé a desayunar porque creí que estabas indispuesta.

—No tengo mucha hambre, pero...

Ángela iba a decir que por su embarazo debía comer, pero se sonrojó al recordar que ellos no conocían de quién era el niño y se quedó callada.

—No debes avergonzarte. —Le dijo Alberto—. Es tu hijo y no vamos a reclamarte nada, así que haz lo que una buena madre hace, cuidar de su bebé.

Ángela se quebrantó y le bajaron las lágrimas, ella quería contenerse pero era un sentimiento muy fuerte, Regina la agarró de la mano.

—Hija nosotros te vamos a apoyar.

Ella llorando les dijo:

—Es que siento que les fallé.

—Un hijo nunca es una falla, y lo vamos a querer igual como te queremos a ti.

Alberto agregó:

—Si hija, te apoyaremos, ya come y alimenta a ese pobre chiquillo.

***

Por la noche Alberto y Regina estaban en su habitación hablando de Ángela y él le dijo:

—¿Quién será el padre?

—Lo sabremos cuando ella esté lista para decírnoslo.

—Sí, ¿Y él sabrá?

—¿Quién?

—El padre ¿Quién más? ¿Ángela se lo habrá dicho?

—No lo sé, pero si él pretendiera hacerse cargo me imagino que Ángela ya nos lo hubiera dicho, pero ella no toca ese tema.

—Tal vez el hombre no tenga idea. Tú que eres su madre deberías preguntarle.

—Sí, tienes razón.

Regina fue a ver a su hija. Cuando entró a la habitación, Ángela ya estaba acostaba viendo televisión.

—¿Cómo te sientes hija?

—Me siento un poco mejor mamá.

Regina se sentó a un lado de la cama y le agarró la mano a Ángela, después le dijo:

—Hija, sé que aún es prematuro preguntarte esto, pero tu papá y yo quisiéramos saber quién es el padre de la criatura y si él sabe qué esperas un hijo suyo.

—No, él no lo sabe ni lo sabrá, lo que sucedió fue un accidente, algo que jamás debió pasar, criaré a mi hijo yo sola. Tampoco pienso decir quién es, por favor respeten mi decisión, quiero cerrar este asunto.

—Está bien hija, si es eso lo que quieres te comprendemos. Por cierto, ¿Ya fuiste a chequearte con el doctor?

—No, es que con todo lo de la boda no pude.

—Entonces mañana pediremos una cita, ¿Qué te parece si te pones en control con el Dr. Germán Manrique, es un excelente obstetra y además es el hijo de mi mejor amiga.

—Está bien mamá.

—Entonces mañana le pediré que te atienda lo antes posible.

El lunes por la mañana Alberto y Regina salieron temprano, él para la oficina y Regina a otros asuntos. Después Ángela bajó a desayunar, cuando terminó ella le dijo a la criada:

—Lupe, voy un rato a la playa a caminar.

—Está bien señorita.

Ella llevaba puesta una blusa de cuello alto que le disimulaba los moretones que Alejandro le había dejado.

Al rato que Ángela salió, en la casa sonó el teléfono, Lupe atendió la llamada.

—Casa de la familia Robles a su orden.

—Lupe pásame a Ángela. —Ella reconoció la voz de Alejandro.

—La señorita Ángela no se encuentra en este momento joven.

—¿Para dónde salió?

—No lo sé.

—¿Está segura que no lo sabe?

—Si.

—¿Salió sola o acompañada?

—Es que no me di cuenta cuando salió, es que yo estaba en el jardín cuando vi su auto salir.

Alejandro colgó el teléfono casi sin esperar que Lupe terminara de hablar.

Cuando Regina llegó Lupe le contó, ella se sintió alarmada.

—¿Qué será lo que quiere hablar con Ángela?

—Y usó un tono muy arrogante, la verdad que nunca lo había oído hablar así.

—Sí, es que ya mostró su verdadero ser, antes nos tenía engañados a todos. No le vayas a decir a Ángela, y por nada del mundo permita que ella conteste el teléfono.

—Sí señora.

—Ve y desconecta el cable del teléfono de la habitación de Ángela.

Regina llamó a Alberto y le contó, él le dijo:

—¿Es que ese animal no tiene vergüenza?

—Tengo miedo, ¿Qué tal si empieza a acosarla?

—Eso no lo permitiré. Hiciste bien en desconectar el teléfono de su habitación.

Al otro día Alberto iba de salida para la oficina cuando de pronto Ángela bajó las escaleras e iba vestida de ejecutiva.




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