Rodrigo no pudo refutar a Elena y se quedó en la sala observando a Juan Carlos subiendo las escaleras. Lucrecia le avisó a Scarlet.
—Tiene una visita, es el joven Juan Carlos Ibáñez. —Scarlet se extrañó.
—¿Quién es? no lo conozco.
—Es el joven que la atropelló, ¿Le digo que pase? —Ella vaciló por algunos segundos, no deseaba recibirlo, pero le daba vergüenza hacerle el desplante.
—Está bien, dile que pase. —Lucrecia fue al pasillo.
—Siga adelante joven.
—Gracias Lucrecia. —Juan Carlos entró. Tenía el ramo de rosas sobre su regazo.
—Buenas tardes señorita Scarlet, no sé si me recuerda.
—Si lo recuerdo, pero no sabía su nombre. —Él le mostró el ramo.
—Le traje estas rosas para alegrar un poco su habitación, ya que por mi culpa debe permanecer encerrada.
—Gracias, en realidad no fue su culpa. —Ella las recibió, luego Lucrecia lo agarró y se fue al pasillo a buscar un jarrón.
—¿Y cómo se ha sentido?
—Bien, con un poco de dolor, pero pudo ser peor.
—No sabes cuánto lo siento, por cierto, mi nombre es Juan Carlos Ibáñez. —Él extendió la mano y estrechó la de ella.
—Mucho gusto Juan Carlos, el mío ya lo sabes.
—Sí, señorita Scarlet.
—Solo dime Scarlet. Juan Carlos sonrió.
—Mucho mejor, Scarlet.
Rodrigo subió y se consiguió a Lucrecia acomodando el ramo.
—¿Cómo está la señorita Scarlet?
—Ha estado tranquila señor. —Rodrigo se quedó mirando las rosas, por dentro estaba celoso de Juan Carlos, sabía que él sería un fuerte rival si se lo llegara a proponer, era apuesto, millonario y divorciado. Fácilmente podría llevársela de su casa, lo peor era que no tenía la certeza de cuáles eran sus intenciones, a lo mejor estaba equivocado; pero hubiera preferido que Scarlet jamás lo hubiera conocido.
—Voy a ver si ella necesita algo. — Rodrigo se fue a la habitación, entró con cara de Póker. Scarlet y Juan Carlos estaban hablando de Jr. entonces Rodrigo la saludó.
—¿Cómo siguió?
—Bien, hoy no sentí tanto dolor.
—Eso me alegra. —Alejandro agregó:
—Bueno señorita... perdón, Scarlet —Él sonrió—. No le robo más tiempo, no olvide la invitación para este domingo.
—Sí, gracias Juan Carlos.
—Yo mismo vendré a buscarla. —Rodrigo ya estaba empezando a hervir por dentro, no le gustó para nada lo de la invitación quien sabe a dónde.
Juan Carlos se despidió de los dos y se marchó, cuando quedaron solos Rodrigo se esforzó en esconder los celos y con una falsa serenidad le preguntó:
—¿A qué invitación se refería Juan Carlos?
—Su tía, una señora que es medio escandalosa, no recuerdo como es su nombre...
—Marina Satré.
—Sí, ella, me invitó a almorzar con ellos el domingo.
—Ah pero que amable.
—Sí, aunque a mí me da vergüenza ir a comer con gente que ni conozco.
—Bueno, conoces a Juan Carlos y al parecer ya se hicieron buenos amigos.
—Solo lo he visto un par de veces, no somos amigos.
—Bueno, por Marina no te preocupes, ella es una excelente persona, Jr. puede acompañante, ella tiene un nieto casi de su misma edad, y Juan Carlos tiene una niña, posiblemente su esposa se la deje el fin de semana.
Rodrigo se dijo en sus adentros:
"Es mejor que piense que está casado todavía".
Por la noche cuando Scarlet estaba que se dormía, el ruido detrás de la puerta comenzó de nuevo; ella puso atento el oído intentando descifrarlo. Era como roces suaves sobre la puerta. Después pequeños golpecitos, de pronto se oyó como si alguien jadeaba haciendo fuerza. Scarlet se tomó en serio lo que Albani le había contado acerca del fantasma de Ángela, pero no sintió miedo, ella era algo supersticiosa, pero no le tenía temor a los fantasmas.
Al otro día Jr. fue a despedirse de ella antes de irse al colegio, detrás de él llegó Rodrigo.
—¿Dormiste bien?
—Si dormí estupendo.
—Jr. ve a despedirse de tu abuelo.
—Sí papá. —Después que quedaron solos Rodrigo cerró la puerta y se sentó al lado de ella, quería besarla.
—Pero nos pueden ver ¿No te da nervios?
—No me dan nervios, para mí mejor que nos descubran, así que bésame. —Rodrigo se pegó en sus labios. Después le dijo:
—Me desespera tenerte tan cerca y no poder ni hacerte el amor por culpa de ese maldito yeso. —Ella le dio otro beso.
—Yo también quiero mi amor, este fin de semana se suponía íbamos a ir a nuestro nidito.
—¿Qué castigo estaremos pagando? —Él comenzó a besarla de nuevo, esta vez sus besos fueron más calientes y le desabrocho los primeros botones de la blusa, la besó por donde podía.
—No sabes cuánto deseo tenerte entre mis brazos.
—Yo lo deseo tanto como tú, pero mejor vamos a calmarnos, ya hasta me dio calor.
—Está bien —Él se puso de pie—. Bueno, te dejo, voy a llegar tarde a la oficina, nos vemos ahora.
Esa mañana Lucrecia se encargó de llevarle a Scarlet el desayuno.
—Buenos días Scarlet.
—Buenos días Lucrecia, ¿cómo amanece?
—Yo bien, y usted ¿si pudo dormir con ese yeso?
—Sí. Lucrecia, hay algo que me tiene desconcertada.
—Sí, ¿y qué es?
—¿Es verdad que han oído el fantasma de Ángela por la casa?
—¿Quién se lo dijo?
—Solo oí algunos comentarios.
—Seguro fueron las muchachas que no saben tener la boca cerrada. Bueno, es que Jr. estuvo muy enfermo y él ignora la muerte de su madre, hubo algunas veces que decía que su mamá lo cuidaba de noche en el hospital y que le decía cosas como que no tuviera miedo, que ella siempre lo cuidaría. Pero más nadie ha visto ni oído cosas, y las muchachas tienen la lengua muy larga, no les creas todo lo que dicen.
Annie llegó a la oficina de Rodrigo.
—¿Cómo estás Rodrigo?
—Bien Annie, dentro de lo que cabe.
—¿Lo dices por las estocadas que nos está dando Alejandro?
—Sí, no sé qué vamos a hacer si continua empeñado en arruinarme.
—A ti, a tu familia y a la mía, ¿Quién podría imaginar que tus líos con Alejandro pondría en peligro la fortuna de todos nosotros?