Se Busca Mamá

CAPÍTULO 4

Narrado por Stefan

 

Estoy esperando en la puerta de la escuela de los niños. Las campanas de la parroquia de la institución educativa anuncian que en breve los chicos saldrán. Suena cada día a las doce del mediodía y a las ocho de la noche, cuando se hace la misa cada día. La comunidad de este pueblo siciliano es muy aferrada a sus convicciones religiosas, por lo que resulta muy difícil encontrar una institución fiable que esté por fuera de los preceptos católicos.

Mis niños están exceptuados de tomar actividades de imposición religiosa, por lo que no es necesario que deban quedarse a misa al finalizar clases al igual que tampoco es obligatorio que sean evaluados en las clases de catecismo, a veces tienen permitido salir a jugar al patio: por lo general deciden ir a la biblioteca, un espacio que a Ulises le fascina frecuentar, pero que al comienzo fue señal de que el gabinete psicopedagógico me envíe a llamar porque “no es normal que un pequeño de su edad que apenas ha aprendido a leer decida un espacio tan apartado de los demás niños y sus atracciones”, al parecer la profesión del padre no es buena influencia porque hoy no está bien visto de parte de los adultos que los niños sientan atractivo por los libros. Paradojas de la vida. Analicé la opción de quitarlos de esta institución lo cual se suma a que algunos padres no estuvieron de acuerdo con que la educación religiosa no sea obligatoria para todos por igual porque “influye mal” a sus hijos de quienes sí proviene la costumbre de profesar la religión católica. De todas maneras, ha sido un proceso el tener que proveer de opciones a mis hijos para que no solamente sepan qué elegir a la hora de contemplar su propia espiritualidad sino también qué responder para que algunas situaciones violentas no se conviertan en situaciones de bullying que los adultos contemplan como conductas normales porque “son niños”.

Qué va, uno sigue siendo escritor con algunas inversiones vinculadas a las finanzas y nada de lo “estrictamente humano” aunque mi profesión esté estrictamente ligada a ello. Se hace entendible también que el círculo de relaciones al que esta gente siempre se ha visto ligada no ha sido más que su pueblo, su gente cercana y pocos han decidido salir, principalmente porque las experiencias vinculadas con la ciudad no siempre son las mejores y porque tienen un paraíso terrenal, son paisajes maravillosos, lo cual está muy vinculado a cuestiones religiosas. He visto en estados de WhatsApp de algunas madres del grupo de padres de la escuela que suben agradecimientos divinos por las nubes que a veces tienen formas un poco psicodélicas o por la parroquia más antigua edificada al pie de la montaña. De todas maneras, me gusta que la gente persista en su fe y en su creencia, lo que no me gusta en absoluto es que esas creencias limiten las maneras de vivir de otras personas que están muy por fuera de lo que comunmente se suele vivir más allá de las franjas de este pequeño fragmento de la población de Sicilia.

De todas maneras no me puedo marchar de este lugar. Es el indicado. Primeramente porque está apartado del caos en el que en su momento tuve que vivir para poder hacerme de la tenencia legal de mis hijos tras haberlos encontrado abandonados en el aparcamiento del edificio donde se manejan las finanzas de la inmobiliaria que me llevaba los apartamentos antes de decidir venderlos para marcharme de Varsovia en Polonia sino que también es este espacio uno donde he conseguido la protección necesaria para que algunos que querían encontrar a los chicos para cosas horribles, principalmente, referido a vinculaciones con la ladrona y dealer de su madre, no se acerquen debido a otros clanes enemigos con los cuales no les conviene vincularse.

Los montones de parejas de padres, aunque principalmente madres y hermanos mayores, se acercan a los portones de las escuelas mientras los docentes salen con los pequeños así que decido que es hora de bajar del coche.

Mientras lo hago, el móvil me suena.

Una vez más.

Este último tiempo he recibido un aluvión de mensajes de parte de mujeres que directamente me dejan su contacto de teléfono móvil o me dejan detalles de su currículum, si tienen hijos o no, detalles de ellas mismas en la cama o fotos poco apropiadas para tener en mi casilla de mensajes directos de instagram. También me ha sucedido algo similar con los mails y con mi perfil privado de Facebook, aunque este último no tiende ser algo que use con frecuencia.

Lo que me preocupa son los mails ya que es algo que uso estrictamente por asuntos de trabajo. Lo máximo que tiendo a aceptar son mails directos donde me recomiendan algunas lecturas, me dan reseñas positivas o negativas de mis propios libros o recibo contratos importantísimos respecto de mis nuevos nexos de publicación ya que he decidido la autopublicación para evitar los negocios que algunas editoriales intentaron conmigo y en nada se diferencian de lo que han intentado con otros autores, siendo lo mío un extremo que jamás pensé posible de parte del mundo de escritores. Asombroso esto, es como las ocasiones en que la política contamina algo tan maravilloso como es el mundo de los libros y el prestigio que esto involucra a lo largo del tiempo.

Intento subestimar el mensaje que acabo de recibir, pero parpadeo y debo leerlo varias veces antes de decidirme si prestarle la suficiente atención o no.

“Hola, Stefan. Disculpa la osadía de escribirte. Soy Mirtha, he venido a buscar a mi hija, vienen al mismo colegio que tus pequeños. ¿Te parece a la noche venir a casa o que vengan los tres a almorzar a casa?”

¿Quién es esa mujer?

Levanto la cabeza, buscando la dirección en la que me están mirando. No es la primera vez que llamo la atención de las madres que vienen a buscar a sus pequeños, algo que ni siquiera le religiosidad estricta de este lugar tiende a ajustar en su eje, pero me aterra ver a una mujer de unos cincuenta, que prácticamente es del doble de mi porte y tiene toda la pinta de ser de las personas que se pasan horas en el casino del pueblo. Está fumando, tiene ojeras enormes y los labios pintados. Trago grueso y le dedico una sonrisa tensa para luego perderme entre la gente.




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