Se Busca Mamá

CAPÍTULO 5

Narrado por Stefan Zajac

 

—Señor Zajac, ¿puede venir al aula un momento?

Ando con toda la bronca encima mientras busco mi horizonte fijo en el aula de los chicos, cual ya conozco la que es ya que tuve oportunidad de visitarla el primer día de clases y también porque hace tiempo tuvimos aquí una reunión de padres.

Una vez que llego, me encuentro a Ulises llorando en una esquina, con Alenka sentada a su lado. Ambos están sentados, uno en cada silla. También están los padres de una criatura que parece haber estado llorando y tiene un moretón en un pómulo derecho.

—¿Qué…qué ha sucedido acá?

La maestra llega agitada al descubrir la situación.

—Su hijo—me dice la madre del niño con el moretón en el pómulo—. Su hijo ha golpeado al nuestro. ¡Es un brabucón!

—N…no es…cierto—dice Ulises.

El otro niño agacha la mirada y la maestra interviene:

—Es sobre este asunto que tenemos que conversar. No ha sido Ulises sino…Alenka quien golpeó a Luca.

Ambos padres echan un vistazo al tal Luca quien aún tiene gesto de estar apenado. Ellos de pronto se ven…¿decepcionados?

Miro a Alenka con gesto de reprimenda.

—Hija—. Mi voz sale con preocupación genuina—. ¿Es cierto eso?

—Lo siento, papá—dice ella—. Pero él se lo buscó.

—Es sobre lo que teníamos que hablar.

—¡Tienen que expulsar a esa niña!—suelta la madre de Luca—. ¡Es una amenaza para todos los niños de este colegio! ¡Yo sabía que nada bueno podía esperarse de esta familia! —Porque algunos padres tomaron conocimiento del estado público al que se elevó la situación de mi lucha por la tenencia de Ulises y de Alenka. Fue polémico ya que me costó demostrar que la madre era una amenaza para ellos.

Por lo general las cosas son al revés y la justicia está preparada para fallar en la dirección contraria a lo que sucedió en mi caso. Gracias a Dios.

El padre de Luca se le acerca y le da una reprimenda:

—¡¿Cómo dejas que una niña te golpee?!

—Ni modo que le devuelva el golpe a una niña—le suelto—. Sino ahí sí que los problemas serían más graves.

—¿Nos está amenazando?—suelta la madre de Luca—. O aun peor, ¿está amenazando a un niño de siete años, señor Zajac?

Claro que también saben mi apellido.

Porque además, soy el padre de los niños que quiere que elijan su propia espiritualidad, que elijan si seguir o no una religión y que ha conseguido la no obligatoriedad de asignaturas como catequesis o formación cristiana católica.

—No es así—le advierto—. Lo grave es que tendrían que educar en valores a Luca, quien parece tenerlos porque se abstuvo de devolver el golpe a mi hija.

—Su hija entonces es la que carece de valores—advierte él—. Será mejor que nos vamos, no quiero que nuestro hijo siga cerca de esta familia de brabucones.

—U…Un momento, estoy segura de que podemos hablarlo—interviene la maestra, quien tiene la misión de mediar entre ambas familias, pero no parece estar saliendo airosa del intento.

En vano.

Salen del salón.

—¿Me aguardan un instante?—me pide la señorita Bello antes de salir para cruzar algunas palabras con el matrimonio.

—Sí, claro—convengo.

Y sale.

Acerco una silla y me incorporo frente a ambos.

Una parte de mi corazón parece ya saber de qué se trata el asunto, antes ya escuché a los niños hablarme del tal Luca.

—¿Volvió a molestarte?—le pregunto a Ulises.

Él tiene uno de mis libros bajo las manos, observando fijamente hacia adelante. No mira directamente a los ojos sino que estos le lagrimean aún con los bordes llorosos y rojizos de la pena.

—Es un tonto—me dice Alenka—. ¡Es un tonto porque Luca le sigue molestando y no se defiende, ahora nosotros quedamos como los malos!

—No es justificativo para que golpees a nadie, hija—le advierto.

—Es todo por culpa de tus libros, papá—me dice Ulises.

Su voz quebrada me conmueve.

Me vuelvo a él y le miro, extrañado

—¿De qué hablas hijo?

—Perdón la demora, se fueron. No hubo manera que estén dispuestos a conversar—advierte la señorita Bello, entrando al salón.

Acerca su silla y la incorpora junto a la mía.

Sus mejillas rosadas y sus labios carnosos sumado a su perfume dulzón y fresco me llena los pulmones y el espíritu.

Es hermosa.

Pero no es la clase de persona que necesito ahora mismo para que prevalezca a mi lado, sino todo lo contrario. Es quien me hace falta para que se preocupe de mis niños. Es decir… en el salón, acá en la escuela.

—Señorita—le digo—, según me indica Ulises, ¿es culpa de mis libros? ¿Me explica qué es lo que ha sucedido?

—S…sepa señor que he leído sus libros y son fabulosos—me dice—. Al menos tres de sus libros leí. Y me fascinaron.

—Oh. Gracias—murmuro, teniendo un pie delante en esta situación—. Pero parece ser que están implicados en la guerra que mis hijos libran en el aula.

—No, por favor. No considere al aula como un campo minado. Es solo que…necesitamos que los chicos puedan crecer en valores y cuidarse cada día.

—¿Cuidarse cada día?

—Así es. Un golpe no es una moción de cuidado mutuo.

—Tampoco molestar a alguien por llevar un libro bajo el brazo.

—Quizá sea buena idea rever por qué el pequeño Ulises siempre lo lleva y así prever que los demás niños no se molesten.

—¿Qué hay de malo en un libro, señorita Bello?—. Él levanta la mirada y se acomoda las gafas—. A mí no me molesta, a Luca sí.

—No hay nada de malo en un libro, corazón. Pero quisiera saber qué es lo que anda sucediendo contigo. Creemos que podrías llevar otros libros más para tu edad, ¿no crees?

—El problema es otro—intervengo—. Y es que mi hija ha golpeado a otro niño. Eso es inaceptable. Es lo que debemos cambiar, no un libro.




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