Narrado por Stefan
—¿Crees que se pueda solucionar?
—Claro, Stefan. Debes comprar algunos repuestos.
—Te doy el dinero y vas tú, ¿puede ser? Un interruptor que corte la luz sería necesario para evitar que se vuelva a quemar esto.
—¿Cómo sucedió? Anoche no hubo tormenta ni viento o algo parecido.
—Pues, ni yo me lo explico.
Saco mi billetera y le extiendo unos billetes al electricista, quien lo recibe y se encamina a su camioneta mientras observo la caja de controles eléctricos completamente quemada luego del incidente que anoche tuvimos con los niños. ¿Qué estaban haciendo en la computadora de escritorio? Comienzo a temer por sus actitudes y respuestas: primero el puñetazo al compañero de parte de Alenka, luego el hecho de que Ulises no suelta los libros lo cual no le veo nada de malo pero el mundo parece que sí porque no creen que un libro sea buen compañero de un chico de siete años ya que los brabucones lo toman como motivo para comportarse manera abusiva con él, luego el punto de que han estado usando Internet a mis espaldas (solo les dejo ver tiktok y dibujos animados desde mi celular o desde la TV, ellos no tienen celular siquiera, pero es probable que sus amigos o compañeros de la escuela sí tengan y reconozco que no estaba al tanto de que supieran manipular la máquina tan bien, evidentemente son mucho más intuitivos de lo que yo creía, o bien, llevan haciéndolo hace tiempo), luego la reacción tan alterada de parte de Alenka de hacer pedazos la computadora. Dudo que tenga arreglo porque es con gabinete incorporado al monitor y posiblemente eso ya no sirva en absoluto. De hecho, yo tampoco la uso y los archivos que tenía ahí son los mismos que trabajo en la nube, últimamente solo ando con mi portátil. ¿Qué estaban haciendo ahí tan escondidos? ¿Intentando jugar a algo en línea? Aún no lo he podido conversar con ellos. Anoche sólo limpié el desastre ayudado con la linterna del celular, los mandé a la cama y no puedo obligarlos a dormir bajo llave, pero con la computadora sin poder funcionar, supongo que ya no hay peligro alguno. Les prometí que hoy conversaríamos al respecto, pero no lo hicimos cuando los llevé a la escuela, posiblemente al regresar.
Una hora antes de la salida, debo ir a una reunión con el equipo de orientación de la escuela por la agresividad e impulsividad de Alenka tras la gresca que tuvo con el tal Luca. También para hablar una vez más de lo que ellos me advirtieron de que la actitud de Ulises de llevar siempre el libro bajo el brazo podría ser mal vista de parte de sus compañeritos, algo que a mí me enorgullece, pero que a los demás les hace ver raro. Quiere ser escritor como el papá, aunque temo que mi profesión opaque sus propias virtudes y talentos; aún así no quiero que el contexto termine vetándolo de sus sueños.
Además, temo estar viendo débil a mi hijo y no en un sentido de fuerza física, lo cual me preocupa también.
Una vez que decido regresar a casa y escribir con lo poco de batería que le queda a mi portátil, caigo en la cuenta de que no puedo concentrarme. En breve será el horario de la reunión con el equipo de la escuela, y si bien no he cumplido como es debido en mis labores matutinas de escritura ya que mi cabeza ha estado sumamente ocupada, termino por aplicar mis propios preceptos escritos y busco lo que puede traerme un poco de paz. Dejo una nota escrita frente al la caja externa de electricidad indicando al electricista que saldré, también un mensaje de WhatsApp y enciendo mi coche para ir a mi destino.
Una vez que llego a la escuela, me anuncio con portería y escucho el timbre sonar. Los chicos salen al recreo.
Mientras camino con dirección a la ubicación del equipo pedagógico, tomo la decisión de pasar por el salón de mis hijos.
Para ver a la maestra.
Mientras paseo por la puerta, algunos niños me miran como si fuese un bicho raro. ¿Qué hace un adulto entre clases? Quizás es la ilusión de ver a un padre en medio de clases, lo cual es algo muy lindo para los pequeños.
—¡Papi!—dice Ulises.
Y viene corriendo hasta mí.
Está sentado a orillas de un cantero, observando a los demás niños jugando. Alenka está a lo lejos empujándose y corriendo junto a otros niños.
Ulises viene y el corazón se me acongoja en cuanto caigo en la cuenta de que está solito comiendo su merienda.
Me abraza y se acerca de inmediato la señorita Bello.
—Señor Zajac—me dice. Me pongo de pie con mi hijo en brazos—. Buenos días—. Puedo notar una chispa de luminosidad en sus ojos al verme. Se acomoda las gafas e incorpora un mechón de cabello tras su oreja, lo cual libera una parte de su cuello esbelto y pálido que me deja fascinado de pronto.
—Buenos días, señorita Bello.
—Me temo que la reunión con el equipo es por allá.
Me señala en dirección al salón donde están los profesionales de pedagogía.
—Oh, claro. Lo siento—digo, bajando a Ulises.
—Ve cariño a jugar con tus amigos. ¿Sí?
Una vez que él se acomoda las gafas me dice:
—Te quiero, papi.
—Yo a ti, mi vida.
Y sale para incorporarse a un costado de los juegos de Alenka con los demás chicos. Espero no le hagan daño.
—Algo me dice que no se le ha perdido el lugar de la reunión—advierte ella—, pero no puede sobreproteger a sus hijos durante toda la vida. No siempre estará ahí para ellos.
—Lo sé—contesto y muero de ganas por añadir “lo cierto es que también tenía ganas de verla a usted”—. Lo siento. No lo pude evitar. Quedé muy preocupado luego de lo de ayer.
—Descuide, tengo vigilado a Luca y a sus amigos. Realmente son unos matones con los chicos que no le hacen frente, pero la violencia tampoco es una respuesta idónea. Aún así, no puede acecharles.
—También quería verle a usted.
—¿P…perdone?
—Yo…quería pedirle eso mismo. Que los acompañe y los defienda. Ulises tiene un objetivo muy claro desde pequeño y no quiero que se vea opacado por los ataques de otros niños con familias mucho más disfuncionales.