Narrado por STEFAN
—Sabrina. Qué diantres haces acá.
Llego a la sala de dirección justo a tiempo para lo que necesito. Puede que el instinto y las señalas hayan sido confusas, pero no lo suficiente como para que no sepa verlas como correspondía que eso sucediera en mi vida.
El tiempo es hoy y no hay con qué darle, una parte de mí sabía que tarde o temprano esto sucedería.
—Vine a ver a mis hijos. Es mi derecho como madre—sentencia ella, encontrándomela a ella de frente, cara a cara.
Es como ver a todos los demonios renacidos, listos para atacar, los peores miedos y fantasmas preparados para encarnar el tiempo justo para hacerme saber que no se les puede huir por mucho más, ellos llegarían más tarde que temprano y están encarnados en una misma persona. Una a quien odio con todo mi ser por el daño que hizo a mis hijos, por vetarme de saber de ellos durante años, por haber hecho sentir mi vida como algo sin sentido, como algo al límite de hacer reventar todo.
Lo peor es que ella no está sola.
No ha venido sola.
Hay miles de secretos detrás, hay asuntos legales con severos peligros amenazando por dañarnos vilmente.
El mundo se erige con todas y cada una de sus amenazas ante esta situación.
—No—aseguro—. Ese derecho lo has perdido hace tiempo, en cuanto dejaste a los niños abandonados a merced del destino, aunque una parte de mí está segura que fue lo mejor que podría haberles sucedido porque llegaron a mí y ya no tienen que pasar por lo que tu les obligaste durante todos estos años.
Tantas cosas.
Tantas que siempre morí de ganas por querer decirle, querer gritarle todas juntas, finalmente ha llegado el momento en que las palabras se atoran todas en mi garganta, que la sangre hierve bajo mis venas y que la tensión del momento hace que la atmósfera pueda cortarse con cuchillos de pronto.
La máxima autoridad de la escuela está mediando en esta situación. No nos conoce y apenas está al tanto de la cuestión legal con Ulises y con Alenka, no me explico cómo fue que le permitieron el paso para poder verlos.
No tiene sentido.
Aunque si lo pensamos por la vía de que es la madre y el sentido común indica que en cuanto madre querría lo mejor para sus hijos y que se supone que les cuida y da la vida por ellos, no tendría que quedar tan fuera de lugar la decisión de la gente de la escuela que apenas conoce a los niños.
—Me temo que esta situación debieran resolverla en un juzgado—propone la directora—. Dudo que la escuela sea el contexto idóneo para llevar a debate toda esta situación, ni creo que sea saludable para los pequeños.
—No lo es, claro que no. Por eso, esta mujer debe retirarse ahora. No puede permanecer cerca de mis hijos—declaro.
—Son mis hijos, antes que los tuyos—contraataca—. Aunque no está mal la idea de que resolvamos esto en un juzgado, ¿no crees, Stefan? Porque en ese caso, tendríamos que ir a los juzgados de Polonia, de donde son los niños y no merecen ser sacados. ¿Por qué un cambio tan rotundo en la vida de ellos?
Porque los criminales y narcotraficantes con los que ella se ha metido y también a los que dirigen sus padres son los mismos que están en Polonia y en los Estados Unidos, pero no tienen ingreso en Italia.
Menos en Sicilia.
Es terreno protegido.
No les pertenece.
Esto es otra “jurisdicción” de otros criminales.
Reconocer regresar a Polonia implica sacar a la luz que acá tengo protección de criminales. Regresar allá, implica quedar a merced del mayor de los peligros.
Porque si esperaba a que la policía, la ONU, las embajadas o Naciones Unidas actúen por mis hijos, terminaría siendo una auténtica utopía de burocracias imposibles. Para entonces, ya lo habría perdido todo y solo resultó en lo que es ahora la oportunidad de salvar a los niños y estar al fin con ellos.
Alguien golpea la puerta al otro lado.
Es una maestra o eso parece, quizá la reconozco de algún lugar cuando traje a mis hijos, pero no es ahora la ocasión.
Apenas voy conociendo a todos aquí.
—Disculpe, directora—dice ella—. Señor Zajac. Señora Zajac. Ya están los chicos acá, tal cual la madre lo pidió.
—Pero no…—empiezo.
Y ya es tarde.
Alenka se ha filtrado por un recoveco entre la puerta, el umbral y la mujer y ya ha entrado a la dirección de la escuela.
Queda de piedra observando a la mujer que tiene delante.
Su voz se quiebra en cuanto la palabra sale de su boca y reconozco que ya no hay vuelta atrás en este caos.
—¿M…ma…mamá?
Ulises también se vale de la situación y entra.
Los dos de piedra.
Con Sabrina adelante.
—Sí, mis bebés—dice ella, poniéndose en cuclillas frente a ellos—. Mamá llegó. Mamá está aquí, mis amores. Vengan a darle un abrazo a su madre que les ha extrañado tanto en todo este tiempo.