Narrado por STEFAN
—No puedes estar acá, Sabrina—digo, seguro de mis palabras una vez que Alenka y Ulises regresan a clases.
La directora de la institución interviene y nos dice:
—Mamá. Papá. Sugerimos resuelvan sus diferencias fuera del establecimiento educativo y encuentren ayuda terapéutica para parejas de ser necesario.
—¿Ayuda terapéutica? ¿Es una broma?—murmuro, preso de la furia que sube por mi sangre—. Esta mujer no es mi pareja y jamás lo fue, de hecho, tiene órdenes expresas y legales de que no puede acercarse a los niños.
—En Varsovia—dice Sabrina.
—Sabes el daño que les has hecho, Sabrina—la miro fijo—. Tú y toda tu familia. ¿Cómo es posible que sigan haciendo esto a los niños? ¿Cómo crees que acaban de regresar a clases? Ten un poco de piedad al menos.
La tensión es palpable entre todos.
El equipo docente insiste en que debemos resolverlo fuera, sino se verán obligados a llamar a la policía para evitar conflictos y convengo en que sí, es mejor salir, no puedo arruinar una nueva oportunidad de educación que tienen ahora mis hijos.
Una vez que estamos fuera, observo a diestra y siniestra.
—¿Con quién viniste?—le pregunto.
Ella me señala en dirección a una chica que aguarda en la esquina. Al vernos, viene caminando en nuestra dirección.
Su maraña de cabello rojizo ensortijado y sus mejillas pálidas hacen inconfundible aún a la distancia quién es.
Suspiro al verla.
Wanda. Hermana de Sabrina.
Quien estuvo conmigo en algún momento, solo para estafarme en beneficio de su hermana y de sus padres, quienes intentaron por todos los medios sacarme una suma de dinero inmensa con tal de dejarme en paz con mis propios hijos.
—Tiene que ser una broma—me vuelvo a la hermana.
—Creo que todos nos debemos una explicación—me contesta Sabrina.
—Hola, Stefan.
Su voz.
En algún momento de mi vida, Wanda, sin saber que era la hermana de Sabrina, llegó a interesarme de manera genuina, me gustó, los niños comenzaban a tomar cariño hacia ella, pero el daño que hicieron a todos fue monumental.
—¿Es necesario que deba verlas? Caray, lárguense. Me largaría yo, de no ser que mis hijos están ahora mismo en esa escuela y haré lo que ninguna de ustedes hizo cuando fue la oportunidad: cuidar de ellos.
—Vamos a un lugar más tranquilo donde podamos hablar—insiste Wanda.
—De ninguna manera pienso moverme de acá hasta que salgan los niños de la escuela y los lleve conmigo a casa.
De hecho, estoy considerando la idea de irme a otra ciudad, otro país, dondequiera que sea que no sepan ellos dónde estamos ahora, no pueden acercarse. De hecho, regresando a Varsovia puede que entren en vigencias las intervenciones judiciales, pero las mafias y el daño que han sido parte ya de la salud emocional de mi familia ha sido seriamente perjudicada por estas dos que tengo aquí ahora, la policía o los jueces no son lo suficiente ante esta situación en que ese suelo nos dejaría totalmente desprotegidos ya que es donde operan a gusto los criminales y narcotraficantes del matrimonio Jefferson, padres de Wanda y de Sabrina, lastimosamente los “abuelos” de mis hijos.
Sabrina suspira y habla en mi dirección:
—Stefan, ¿tú crees que yo no quiero lo mejor para mis hijos?
—No digas que son tus hijos—sentencio firme—. Perdiste cualquier derecho sobre ellos y los dañaste de muchas maneras.
—Yo no perdí el derecho, te lo cedí. Cuando ellos aparecieron en tu vida, fue con todo lo necesario para que ejerzas tu potestad.
—Alguna vez te respeté porque hayas decidido ponerlos a salvo conmigo, ¿sabes?—mi voz es ácida, tajante, punzante—. Hasta que comprendí que todo era parte de una estafa familiar de una familia que solo acostumbra a vivir huyendo, escondida, como los auténticos ladrones que son.
—Puede que mis padres te hayan engañado, pero nosotras no somos ellos.
Me vuelvo a Wanda, indignado:
—¿Qué hay de ti? ¿Vas a decirme que no tuviste que ver en absoluto con todo lo sucedido y que nunca me mentiste? Si hasta te metiste en mi cama haciéndote pasar por alguien que realmente me quería.
—Lo hacía. Te admiro. Y sigo siendo una lectora tuya.
—Detente con ese verso que ya lo escuché antes. ¿De quién, precisamente? Oh, ya sé. De tus padres. Hasta toda una biblioteca completa de mis libros me enseñaron con diversas ediciones, son unos perfectos estafadores.
—Son estafadores, pero nuestros padres no son nosotras—responde la pelirroja.
Sabrina es quien interviene ahora:
—Stefan, ni mamá ni papá saben que estamos acá contigo. O nos matarían.
—Claro, seguro que el señor y la señora Jefferson les harían algo a ustedes, si son la principal moneda de comercio que tienen. Y como no les basta, ahora quieren usar a Ulises y Alenka con los mismos asquerosos y negligentes fines.
No hay palabra que alcance a describir lo que realmente me parece lo que han hecho con los niños.
Por fin tengo oportunidad de protegerlos y no permitiré que sigan infringiendo a ellos daño alguno.
—No, nuestros padres no—dice Wanda.
—Ellos nos matarían—adhiere Sabrina—. Los hombres malos.
“Los hombres malos”.
De quienes huían los niños cuando apenas nos conocíamos.
Tenían miedo de ellos.
Era un miedo genuino.
Apenas llegué a conocer quiénes eran esos sujetos, pero jamás llegué a profundizar tanto ya que los auténticos malvados todo este tiempo fueron los Jefferson tanto padres como sus propias hijas.
La clave es que Alenka y Ulises también les temían.
Pero no les temían a los Jefferson.
Y Sabrina… Sabrina siempre les habló a los niños de su padre.
Hay un cabo suelto en todo esto que ambas parecen tener a mano para mí. Está en mi propio juicio si decidir creer o no.