Se Busca Mamá

CAPÍTULO 26

 

Narrado por STEFAN

 

Una vez que la señorita Bello se pone a participar de hacer la cena, los niños le van indicando dónde queda casa cosa.

Esta vez estar sin la compañía de Helena me da cierta tranquilidad, aunque también un poco de culpa. Lo cierto es que dos niños ya son mucho, pero estar atento al mismo tiempo a tres chicos es demasiado.

Dicen que una vez que la vida te convierte en madre o en padre, jamás se vuelve a dormir de la misma manera por las noches.

Yo no parí a estos chicos, pero un día llegaron sin más y mi vida no volvió a ser la misma en absoluto.

—¿Y qué tal estuvo el primer día de clases en la nueva escuela?—pregunta ella, mientras dispone en la encimera trasera algunos elementos que los chicos le van pasando para pelar verduras al tiempo que yo me encargo de la carne en el sector cocina.

—Estuvo bien—dice Ulises, cuando les miro de reojo. Se acomoda las gafas y se arremanga para luego venir hasta la bacha donde se lava las manos y le siguen tanto Alenka como Tina—. No hice amigos. Ni uno.

—Tranquilo, cielo, ya harás muchos—le contesta ella para luego volverse a Alenka—. ¿Y qué hay de ti? Tu seguro hiciste amigos, Alenka.

—Más o menos. Un niño me empujó y me arrojó al suelo.

—Oh, cielos. ¿Te lastimó?

Me vuelvo, sorprendido.

Esa parte no me la habían contado.

—Un poco—. Se encoge de hombros—. Una vez en el suelo, se acercaron entre varios y comenzaron a darme patadas y puñetazos en el suelo, pero me levanté, salí corriendo y otra de las niñas me jaló de los pelos y me rompió una ventana en la cabeza.

Okay, eso sí que ya está raro.

Bello y yo nos miramos, con cierta suspicacia.

—¿Todo eso te hicieron?—pregunta ella.

—Y hay más.

—Cielo, será mejor que esas cosas se las cuentes a papá cuando suceden y no luego, porque no podemos permitir que pasen esas cosas en la escuela—le advierto.

Ella viene caminando hasta mí mientras le sigue contando a Tina todo el relato de sus hechos de terror:

—Luego una niña me amenazó con un cuchillo y otra me quiso enterrar un lápiz en la barriga, pero no la dejé.

Una vez que está cerca de mí, me hace agachar y me dice al oído:

—¡Cállate, papá!

—¿Por qué dices esas cosas, hija?—cuchicheamos.

—Porque se va a dar cuenta de que necesitamos que siga cerca de nosotros porque ella nos protege y nos cuida.

—No podemos obligarla ni mentirle.

—Tú no puedes porque eres adulto, yo soy niña.

—¿Y? No está bien mentir.

—Puaj, papá. Mira lo que haces, de seguro nos escuchó.

Se vuelve a Tina y la ve que se está sonriendo.

Su sonrisa es luminosa, bellísima. Como todo lo que hace a su sencillez, a su claridad, a su manera de ser tan genuina y delicada. Se acomoda un mechón de cabello tras la oreja y me quedo un rato observando su cuello esbelto.

Dios, es bellísima.

Se sonríe mientras sigue haciendo lo suyo y busco desviar el tema para conversar acerca de cómo está Helena, qué hace ella, su madre, cómo es la relación en su familia y demás asuntos así que no vienen muy al caso.

Ella se acerca a mí por momento y me habla al oído. Lo cual me resulta vilmente seductor. Así que decido hacer lo mismo yendo hasta ella y aprovechar para rozarle el lóbulo de la oreja o el cuello al acotar algunos comentarios. Sigue así el asunto en un claro vaivén seductor hasta que ponemos todo en cocción. Preparo unos tragos con alcohol, limonada para los chicos y snacks con queso para degustar mientras hacemos tiempo.

Ulises se limpia las manos y va hasta el living donde busca en la TV la conectividad a streaming y pone una serie que de inmediato Alenka capta ya que ambos la ven y les resulta super atractiva por lo que corre también hasta los sillones y Bello sigue a mi lado.

—Wow—dice ella—. Esa serie del Teniente ¿es apropiada para los niños?

—La ven con mi supervisión, pero por suerte, le han dado un tono bastante afable con la finalidad de que la autora tiene un público bastante joven.

—Lo sé, he leído las novelas de Lucinda Willington. Al menos la primera del Teniente y otra que sacó para chicos.

—Sï, las historias que le narra al bebé que tuvo con su marido. Que no es hijo de sangre de ella sino que él antes…

—Es viudo. Lo sé. Era su capataz cuando trabajaba como empleada en la hacienda de ese hombre mientras su esposa se morías tras haber parido recientemente.

—Vaya, estás al tanto de ese culebrón.

—Da para una película en sí misma la historia de esa escritora con su capataz.

—Yo la conozco.

—¡¿La conoces?!

Me sonrío, divertido.

—Por qué será que siempre quedan sorprendidas cuando les digo que conozco a Lucinda Willington.

—Vaya, es la estrategia de seducción del escritor.

—Sí, pero esa escritora puede que se ande robando más corazones que yo.

—Es que ella tiene una sensibilidad tan exquisita…

—¿Y yo no?

—¿Son celos?

—No, para nada.

Suelta una carcajada y yo también.

La risa de ambos en la cocina, a solas, se vuelve tan mágica que podría asegurar que saltan chispas entre los dos durante el instante que permanecemos en silencio.

Hasta que su semblante decae a la seriedad y estoy seguro que hay más de lo que pensaba que podría encontrar jamás en una mujer soñada. Tanto como es ella.

—Tina, yo…—empiezo.

—¿Sí?—pregunta, expectante.

—Te veo y no soy de escribir ficción, pero al verte, siento ganas de escribir una novela cargada de romance y emoción inspirada en tu hermoso rostro…

—Eso es… Vaya, ¿gracias?—. Se sonroja.

—En serio. O poeta. Porque en verdad que eres inspiradora.

—Wao. Entonces hazlo.

—¿Lo hago?

—Sí, solo hazlo, Stefan.

¿Seguimos hablando de los libros? Porque no puedo dejar de ver su boca ni ella deja de ver la mía mientras hablamos.




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