Narrado por STEFAN
—Vaya, salieron a recibirnos antes de que toquemos al timbre—advierte Wanda en un intento de ser graciosa que no me atrae en absoluto.
Es de pésimo gusto que estén haciendo esto, pero no quiero que mi iniciativa haga del momento algo mucho peor.
—Hola, Stefan—dice Sabrina—. ¿Y los niños? ¿No saldrán a recibirnos?
Levanto el móvil y les hago una foto.
A ambas.
—¿Qué rayos crees que haces?—pregunta Sabrina, captando en una primera instancia por qué acabo de tomarles la fotografía a ambas aquí en casa.
—Será mejor que se larguen de mi casa. Ahora—les digo, con furia, acentuando cada palabra—. O las cosas se pondrán feas en verdad.
Sabrina entorna sus ojos en mi dirección.
—Estoy segura de que no lo harás.
Wanda capta la situación y se adelanta, confrontándome cara a cara.
—A menos que desees que tus hijos vean a su madre y a su tía siendo ejecutadas delante de sus ojos—. Ella me provoca—. Stefan, vamos. Hazles un favor a ellos mismos, la necesitan tanto como ellos a los pequeños.
—Ellos no son un centro de rehabilitación ni un abogado, que eso es lo que realmente Sabrina necesita y toda la familia que ustedes tienen. No sé cómo hacen para vivir tranquilas cada día.
—¿Y quién dice que vivimos tranquilas?—propone Sabrina—. Nuestra vida es un auténtico fiasco de escapar, de despertar cada mañana sabiendo que nuestras vidas no vale nada en absoluto, comparado con todo lo que realmente es valioso.
—Quisiste vender a tus hijos a unos narcotraficantes—le acuso, mordiendo cada palabra y bajando un poco la voz.
Noto que los niños y Tina se acercan por una ventana. La última se encarga de sacarlos para que no observen la situación, pero es demasiado tarde ya que las hermanas Jefferson captan lo que acaba de suceder.
Wanda se vuelve a mí. En su rostro hay un evidente gesto de indignación:
—¿Ella es el motivo por el cual no nos quieres dejar pasar?—. Levanta una ceja y se cruza de brazos—. Tranquilos, no te arruinaremos la cita.
—Tina no es una cita—le digo, furioso.
—Oh, así que se llama Tina—tercia Sabrina.
—Ya basta—les suelto—. Lárguense o la situación de pondrá muy fea. Estoy dispuesto a todo con tal de que dejen en paz a mis hijos.
—Stefan Zajac—. Sabrina se adelanta un paso y me cruza cara a cara, clavando sus ojos ardientes de furia en los míos que aún buscan un espacio de paz en medio de tanta desolación que impregna todo, dondequiera que ellas van—. ¿Acaso crees que tienes el derecho de hacer lo que hace?
—A instancia de la justicia, sí.
—De la jurisdicción polaca, en Varsovia.
—Esto es Italia, stronzetta—me dice Wanda.
Y la fulmino con la mirada ante el insulto en italiano que acaba de arrojarme. ¿Cömo se atreve? Se supone que venían con aires de paz.
—Además—añade Sabrina—. Yo te dejé a los niños, yo los busco cuando se me plazca. Deja de hacerles daño y no les niegues la visita de la madre y la tía, de hecho, hasta trajimos regalos.
—Ni se les ocurra dejar nada acá.
—Por cierto, Stefan. Yo jamás intenté vender a los niños.
—Los otros, que ahora parecen ser tus amigos, intentaron cobrarse ciertos intereses con el secuestro de los niños—añade Wanda.
—Cosa que no sucedió porque te los di a ti—Sabrina aporta.
Y el ácido corre por mi sangre al escucharle.
—Nada de eso tendría que haber sucedido si no tuvieras la vida que tienes, Sabrina—le aseguro—. Y Alenka y Ulises no son moneda de intercambio como para que los uses cuando se te antoja y los busques cuando te conviene. Menos aún tu centro de rehabilitación si es que el objetivo de Wanda compete a ayudarte. Si quieres de verdad ser una buena madre para ellos, aléjate de todas las personas que te rodean y busca auxilio profesional.
—Estoy aquí para dar un primer paso y no me voy a ir hasta conseguir el apoyo sincero de mi familia.
—Stefan—añade Wanda—. Hazte a un lado.
Los niños hacen ruido dentro.
Tina no podría mantenerlos por mucho.
Si no hago algo, la cosa se pondrá aún peor, pero desconozco si funcionaría o no mi plan A, realmente no quisiera que luego los asuntos se pongan feos en verdad, como ya vienen despuntando en un comienzo.
Sin más opción, tomo el móvil y envío las fotos.
—No te creo—murmura Sabrina.
—Será mejor que se larguen de Sicilia.
Les muestro el móvil a ambas.
—No puedes hacernos esto, somos familia de Alenka y de Ulises, Stefan—afirma Sabrina con decisión.
A lo que Wanda le secunda, retrocediendo.
—Tenemos que irnos.
—Sí, deben irse—les aseguro.
Wanda arrastra a su hermana prácticamente hasta el auto.
—¡¿Siquiera estás seguro que ellos son tus hijos?! ¡La INTERPOL vendrá a buscarte luego de que demuestre lo contrario!—Sabrina me grita.
—¡Ya, vámonos!
Suben ambas al auto y veo la manera en la que se alejan.
Los faros desaparecen a toda prisa en la oscuridad de la noche y el corazón me queda presionando con fuerza en mi interior.
Las palabras de Sabrina resuenan en mis oídos, golpeando con fuerza en mi pecho al tiempo que las intento procesar.
Yo nunca hice una prueba de ADN de los niños.
Son mis hijos porque los abandonaron, porque ellos me convirtieron en su padre y porque la justicia lo determinó al ordenar el alejamiento de Sabrina tras los trámites que fueron necesarios antes de marcharnos.
¿Y si tiene razón?
Los siento a ambos en mi corazón, ninguna prueba de sangre dirá lo contrario, pero ellos, ¿me seguirían eligiendo si y en realidad no soy el padre de Alenka y Ulises?