Narrado por STEFAN
—¡Mira, papi! ¡Llegó Santa!
—¿Alenka?
Me vuelvo a ella mientras la escucho pegar el grito mientras andamos por el centro comercial. Hemos dejado al perrito al cuidado de la veterinaria donde pasará la noche en recuperación tras una pequeña cirugía (que fue muy costosa, ¿cuándo el cuidado de la salud y la esterilización de los animales callejeros será una política pública que se tome en serio más allá de la simple opción de eliminarlos en perreras?), así que hemos decidido salir a tomarnos el día alquilando hotel y ahora de compras en un centro comercial siciliano donde también cenaremos.
El asunto que nunca creí encontrarme sería ver todas las vidrieras ya con adornos navideños. Estamos en noviembre, ¿no es demasiado pronto? Recuerdo en Varsovia cuando la gran ciudad adoptaba luces y colores plagados de felicidad, alegría, fiestas. Fiestas sobre todo. Aún recuerdo cuando tenía otra clase de vida en la que podía salir con amigos a los que ya no he vuelto a ver, donde mi estilo de pasar las noches festivas era muy diferente al toque más bien familiar que ahora debo llegar junto a los niños. A veces resulta un peso y extraño las noches de excesos, pero lo cierto es que no cambio por nada del mundo cada minuto que puedo pasar junto a los niños, aún con el estrés que supone estar cerca de ellos.
Voy tras los chicos quienes acaban de salir corriendo en dirección al centro donde yace un inmenso árbol de navidad con un muñeco de Santa Claus en un enorme trono con un trineo alrededor empujado por renos con centelleantes luces que enloquece a todos los niños que están cerca.
Todos vienen a tomarse fotos cerca de los renos o con el Santa. Nos ubicamos junto a este y llevo a los niños mientras eligen qué van a querer de regalo, discuten con Ulises si pedirle libros de regalo a Santa es realmente un regalo o no.
—Claro que no, libros son los que piden en la escuela—suelta Alenka, pero Ulises no está en absoluto de acuerdo con eso.
—Para la gente bruta como tu, lo son.
—¡Oye!
—No digas esas cosas de los libros. Papá trabaja haciendo libros.
—Por eso, son para trabajar, para estudiar, no para jugar. Se pide a Santa cosas que no sean para tortura.
—Alenka, hija, cada uno puede pedirle lo que quiera a Santa—le digo por lo bajo a mi niña—. ¿Tú qué vas a querer?
—Un teléfono móvil aifon.
—¿Un qué?
—Para hablarme con mis amigas.
—¿Tus amigas usan iPhone?
—Sí, todas ellas.
¿Es que tiene amigas? Partiendo por ese punto, aunque lamentablemente plantearle algo así sería cruel ya que si no las tiene es en parte por mi culpa. Y porque acostumbra a darle golpes a sus amigos. Además que solo suele juntarse con varones.
Pero como me lo suponía, es Ulises quien se encarga de cantarle las cuarenta a su hermanita:
—Tus amigas invisibles porque ninguna niña te soporta.
—¡Cállate, bobo! ¿Acaso cuántos amigos tienes tú?
—Mis libros son mis amigos y eso no lo entenderías—sentencia con toda la furia del mundo. Ella le tiende un manotazo al que él le devuelve y me veo en la obligación de separarlas ya que en un santiamén se han montado una escena en medio de toda la cola de niños que esperan a su foto con Santa.
Una mujer es quien se aparece desde atrás y les advierte:
—Tranquilos, pequeños, sino Santa no traerá regalos a quienes se portan mal—les dice inclinándose hacia ellos.
Su voz me resulta familiar.
Aunque su aspecto físico no coincide en absoluto con lo que tendìa a vincularla. Se pone de cuclillas ante ellos. Ha de tener unos cincuenta pero es muy esbelta, con el cabello en carré color negro, alta, con tacones y un vestido de alta costura con un bordado que dice CANDELA con letras doradas en el cierre de la espalda evidenciando su marca de gran relevancia mostrando que tiene el dinero suficiente para comprar de esos.
Los niños al verla primero reaccionan con sorpresa.
Pero luego dan un salto de alegría al descubrir de quién se trata, consiguiendo la reconciliación entre ellos, pero dejándome de piedra a mí.
Intento apartarlos de ella de inmediato, pero la mujer mueve sus gafas de adaptación a la oscuridad del salón, mostrando sus grandes ojos de color musgo. Sumado a una sonrisa muy blanca de notable dentadura y labios pintados de carmesí. Ella es…
—¡Señora Jefferson!—festejan ambos la presencia de ella, lo cual no me parece en absoluto casualidad que esté aquí.
Algo me olía raro desde el comienzo cuando apareció el perro lastimado; de a poco siento que me voy quedado absolutamente acorralado y sin opciones si no cedo ante el daño inminente.
—Qué tal, Stef.
—No es posible…—farfullo.
—¿No estás feliz de que los niños vuelvan a ver a su abuela? ¿Creías que te habías librado de mí por venirte a Sicilia? Una abuela nunca olvida a sus nietos, por eso vine a traerles un pequeño regalito a cada uno.
Espero se trate de un chiste o de una ilusión.
No.
No puede ser.
No…
Es la madre de Sabrina, aún más peligrosa que la madre de los niños, es la cabeza de todo el mal que en la vida de mis hijos ha acontecido.