Se Busca Mamá

CAPÍTULO 41

Narrado por ALENKA

 

No tengo miedo. No tengo miedo. No tengo miedo. No tengo miedo. No tengo miedo. No tengo miedo. Me lo repito una y otra vez mientras intentamos alejarnos de la señora Jefferson, pero ella ahora no solo tiene sus ojos puestos en mí sino que el señor con el que se la ha pasado hablando también se muestra muy interesado en seguirnos el paso. Necesitamos un momento por pequeño que sea con tal de conseguir nuestro objetivo, porque algo me dice que ese señor que ahora se muestra interesado, podría ser nada menos que un nuevo papá o alguien que nos quiere llevar con Ulises.

La puerta donde sale la gente de limpieza permanece abierta. Mi misión es aprovechar cualquier distracción con tal de acercarme hasta la puerta para meterme por ahí.

Hay una torre construida a base de copas que van llenas de champaña y alcohol. Me tiene un poco inquieta ver que se acercan y beben y los camareros se vuelven a acercar para seguirlas llenando cada vez más. ¿Piensan salir todos borrachos de aquí? Escucho que hablan de dinero, también de números que aún no nos han enseñado en la escuela.

—¿Y el señor Jefferson?

Una mujer se acerca por detrás de la señora Jefferson. Al verse parecen reconocerse y algo dentro de mí me indica que es el momento.

Es la distracción que estábamos esperando.

El otro otro acaba de salir a fumar por lo que vemos desde el lugar, concluyendo en que Ulises se acerca a las copas de vino y yo me mezclo entre la gente, acercándome a la puerta.

—¿Niños? ¿Dónde van? ¿Dónde están?

Él me mira.

Y yo a él.

Intenta acercarse a la torre de vidrio, pero no demasiado. Hay unas personas sacando algunas copas, por lo que Ulises se limita a no hacerlo.

—¿Ulises? ¡Qué haces! ¡Aléjate de ahí!—escucho el grito.

Y mi hermanito lo hace.

Arroja el libro a la torre de vidrio, ocasionando un grito primero de parte de las personas alrededor y luego de parte de todos los demas.

Yo le digo:

—¡Corre bobo, corre!

Él intenta rodear los vidrios y venir hasta mí, pero se tropieza y sus manos dan en algunos pequeños cristales.

—¡AAAYYY!—él suelta con horror.

¡Por todos los cielos, no! Intento volverme a él y ayudarle, pero él se vuelve a mí, de rodillas en el suelo y me dice:

—¡Corre, boba!

—¡Ulises! ¡Levántate!

—¡Agárrenlo!—grita uno de los guardias.

—¡¿Alenka?!—esta vez quien me llama es la señora Jefferson metiéndose entre la gente. Mi hermano vuelve a mirarme:

—¡Que corras de una vez!

Mis ojos se ponen borrosos.

Apenas distingo las manos de mi hermano que tienen sangre, el libro de papá en el suelo con un montón de vidrios y bebida fea, se debe haber arruinado.

Pero es ahora.

Lo atrapan.

Un hombre lo toma por los hombros y lo levanta

—¡¿Qué crees que haces, niño?!

Es tarde.

Le han atrapado.

Él deja de mirarme para que no sepan en qué dirección estoy. La señora Jefferson se acerca a él y vuelvo a escucharle, esta vez sin mirarme:

—¡Que corras, te digo!

Con un dolor muy fuerte en mi pecho, decido darme la vuelta y meterme por ese pasillo, donde está la salida por donde la gente anda.

Sigo corriendo y encuentro una mesa grande con un montón de cosas que se sirven en las mesas como copas y platos.

Hay gritos.

—¡Hay que limpiar ese desastre!—se escucha desde lo que creo que es una cocina.

Salen camareros y van en dirección al lugar donde ha sucedido el desastre.

Una vez que pasan, me seco las lágrimas y sigo corriendo hasta lo que es la cocina, por donde creo que sacan la basura. Aquí distingo que nadie ha quedado y han salido todos a ver a qué se han debido los ruidos y los gritos.

Ulises…

Me meto en la cocina.

Encuentro la puerta en cuestión que tiene salida a un extraño bosque pequeño. Parece ser que estamos en un salón clavado en mitad de un campo.

Respiro profundo y pienso en mi hermano.

En ese bobo.

En sus abrazos.

En sus libros.

En su risa cuando estamos con papá.

En las noches que nos pasamos llorando con mamá en otra habitación.

En los días que anduvimos en la calle y me abrazó cuando algo me daba miedo.

El bobo.

Mi hermano.

No puedo.

No puedo dejarle ahí.

¡No puedo abandonarlo! Aunque eso lleve el asunto de quitarme la oportunidad de salvarme a mí misma.

Su risa, su llanto, sus gritos. Queda todo eso dando vueltas en mi cabeza mientras decido darme la vuelta y regresar a ese salón enorme a buscarlo.

 




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