Narrado por STEFAN
¿Cómo un padre asume el desafío de comprar los regalos de Navidad sin dejar a sus hijos para no romper con su ilusión de que te vean adquiriendo los regalos que se supone que Santa Claus le entregará en su día?
Dos opciones: lo pides por Internet con envío exprés a la casa, o bien, te decides a asistir con ellos al centro comercial y que elijan.
Tengo la carta de ellos en manos, porque es el lugar donde ellos elijan lo que aquí escribieron, lo que debo comprarles, o mejor dicho, el lugar donde le dejaremos la carta a Santa Claus para que él pase por el lugar, compre los regalos y los lleve a casa en Nochebuena.
—¡Papáaaa, allá está!—grita Alenka, presa de la emoción, al ver al poni con rueditas que está al frente de una juguetería. Ella corre en su dirección y debo detenerla para evitar que se suba a este. Lo veo un poco pequeño, y preferiría comprarles algo que les resulte de mayor utilidad que subirse a un animal para desplazarse sobre las ruedas, pero ¿quién soy yo para decir que esto no puede marcar esperanzas, una carrera o una nimia idea de futuro?
Una vez que conseguimos alcanzarla con Ulises, evaluamos las opciones, decidimos uno parecido que es un pelín más alto para que tenga más vida que pueda acompañar su crecimiento, luego miramos algo para mi hijo ya que es obvio que su pedido ha sido un libro y, por primera vez, me gustaría que además de eso, opte por algo que pueda serle de utilidad más allá que un libro es siempre un buen regalo, él ya tiene varios y a algunos solo los ha llevado como un amuleto mas no leerlo.
—Una computadora—dice él que quiere.
Le miro con suspicacia.
—Dudo que sea buena idea.
—¡Por favor, papá!—esta vez es Alenka quien salta—. ¡Todo el mundo tiene computadoras, somos los únicos niños de la escuela que no llevan una a clases!
—Dudo que sea buena idea, además…
—¡Oye! ¡El regalo es para mí, tu ya elegiste el tuyo!—le contesta Ulises.
Con cierta extrañeza les escucho y debo darle la derecha a mi hijo. Es cierto, él ya eligió, pero ella también merece quizás el acceso a un dispositivo electrónico que la tenga a la altura de lo que es necesario para los chicos de su época.
¿Les haré un mal? Debe de ser la pregunta que todos los padres de esta época se hacen cuando se plantean si regalar un teléfono móvil o un computador a sus hijos.
Finalmente decido que es una posibilidad óptima y aunque sé que podrá suscitar algunas peleas entre ellos a futuro, me decido por hacer lo que me piden y vamos hasta una tienda donde ver computadoras portátiles especiales con controles parentales que puedan estar vigentes cuando no pueda brindar la supervisión que es necesaria.
Una vez que terminamos de “dejar las cartas de Santa Claus con nuestra dirección” y los datos para transferir el dinero o que las centrales de juguetería de Santa se dignen a hacerlo. Vaya, eso sí que sería maravilloso.
Pero es un gasto placentero.
Siempre pensé que paga algo a otras personas que no sea a uno mismo resultaría insoportable o tedioso, pero creo que me equivocaba tajantemente, porque al tratarse de mis hijos me siento feliz de poder verles felices a ellos y pensar cuánto de lo que hago por uno o por otro realmente les marque para el resto de su vida.
A veces un pequeño gesto de nuestra parte puede ser suficiente para cambiar mucho más de lo que un padre se imagina.
Tras pedir unas hamburguesas y llevarlas en bandejas hasta unas mesas en el patio de comidas, una mujer me reconoce y ofrece tomarse una fotografía conmigo. Dice haber leído todos mis libros, lo cual me pone muy contento y a la vez incómodo. Cuando esto sucede, busco algún recoveco lo más alejado posible para dejar de ser el centro de atención y para que no vean que su escritor favorito es un simple mortal que tiene hijos y también se alimenta. Qué va, mis hijos son maravillosos, que los vea el mundo entero.
Le ayudo a Ulises con la comida ya que sus manos están sin cobertura y están cicatrizando, pero me sigue generando un poco de temor que la sala o los condimentos de la hamburguesa o de las patatas fritas le haga daño.
Prosigo por la mía, percibiendo que en mi móvil tengo algunas llamadas perdidas. ¿Conviene atender a ellas?
Trago grueso, considerando si sería o no buena idea, no tengo los contactos guardados, pero aún así evalúo que podría ser algo complejo y procedo con atender el llamado marcándole nuevamente.
—Administración, buenas tardes.
—Eh…¿hola?—pregunto—. Tengo un llamado perdido de este contacto.
—Es el Departamento de Asuntos Judiciales de relaciones internacionales. ¿Usted es?
—Ejem, ¿por qué me llamarían?
—Su nombre y apellido, por favor.
—Zajac. Stefan Zajac.
—Hummmm—parece evaluar algo, los niños mientras tanto se pelean por quién le pone más ketchup a su hamburguesa—. Oh, sí. Aquí está. Debo derivarle con uno de nuestros asesores letrados quien ha intentado comunicarse.
—¿Por qué será?
—Confidencialidad. Él es quien requiere hablar con usted.
Bien, me pasan.
Aguardo en línea un tiempo bastante prolongado mientras mi cabeza pasa por muchas teorías hasta que el sujeto en cuestión atiende.
Y la información que me brinda me deja atónito.
—¿C-cómo dijo?—pregunto con apenas un hilo de voz. Esta situación me ha dejado prácticamente sin aliento.
—Lo siento mucho, señor. Sabrina dejó una carta para usted antes de morir en prisión. Necesitamos conversar en audiencia privada, por favor. ¿Puede mañana por la mañana?
—Ca…ray…
—Si gusta le puedo dejar un momento para que procese la información y me comunico nuevamente en unas horas para programar nuestra reunión.
—No, descuide… Envíeme un horario y mañana… Mañana estoy allá.
—Bien, muchas gracias.
Al colgar, me quedo de piedra observando a los niños.