Se Busca Mamá

CAPÍTULO 50

Narrado por STEFAN

 

“Buenos días, señor Zajac, ya están los regalos para que pueda pasarlos a buscar. Atentamente, Salomon’s”.

He dejado pagado todo y debo retirarlos, ahora lo importante está en cómo engañar a los niños para que no sepan que he sido yo quien los ha comprado. Tener dos hijos pequeños es más complejo de lo que me imaginaba siendo solo uno.

Les indico que tenemos que salir a hacer las comprar de comida para la cena de mañana, ellos suben a alistarse, no obstante, mientras busco los abrigos paso por la entrada de casa y me encuentro con una imagen que me deja un tanto desconcertado.

Observo por la ventana que un taxi se detiene en la puerta de casa y una chica baja. Lleva puesto un abrigo largo, guantes y las orillas de la calle se tiñen con una suerte de cordón doble blanco que da cuenta del frío que me empaña el vidrio, dificultándome la tarea. Ando hasta la puerta, abro y observo la imagen que tengo delante.

El taxista se baja, abre el maletero, saca una maleta y se la entrega a la mujer quien le paga y luego arrastra las rueditas hacia la acera mientras el auto se marcha.

En cuanto ella se ubica de frente con la manija en una mano y la otra en el bolsillo de su pesado abrigo, levanta la vista y me observa.

Me dedica una sonrisa.

Yo tengo la sospecha de estar viendo a un fantasma o algo así, como esos videos de las aplicaciones que ven mis hijos desde mi celular donde dicen “¿esto es real?” y resuena en mi cabeza la idea de que puedo estar delirando.

Sí.

Esto es real.

—Por todos los cielos—farfullo y en cuanto habla, corroboro que mis oídos escuchan lo que mis ojos ven.

—¡Holaaaa!

—Tina. ¡Tina! ¡Eres tú!


 

—¡Señorita Bello!

Alenka baja con una camiseta a medio colocar y Ulises más o menos en las mismas condiciones, creo que se quedaron mirando dibujos animados, eso hace que se coloquen una zapatilla de cada clase o a veces que se demoren hasta tres veces más de lo normal en ponerse una muda de ropa.

Pero les importa poco ya que han escuchado que una de las personas más bonitas que nos hemos encontrando en nuestras vidas está acá.

—Espero no les moleste tener una invitada extra en Nochebuena—dice ella en medio de los abrazos y besos que la llenan los niños mientras la sostienen.

Yo estoy que aún no me lo creo.

Me siento como un chiquillo más al verla acá, no tenía idea que me pondría tan contento verla de nuevo.

—Por Dios, Tina, en serio, qué felicidad verte aquí. ¿Qué te trajo por Varsovia en navidad? ¿Tienes…familia?

Ella se vuelve a mí y se pone de pie para mirarme a los ojos y aclararme lo que suponía, pero le temía un poco aceptarlo en realidad,

—Les extrañaba y quería pasar estas navidades junto a ustedes. Se ganaron un lugar especial en mi corazón y estuve muy preocupada cuando sucedió lo de semanas atrás. Estaba ansiosa esperando el receso hasta que me decidí y tomé el vuelo—declara, llenándome el corazón con cada una de sus palabras.

¿Puede existir una persona así? Tan sencilla, humilde, trabajadora, bella y buena persona al mismo tiempo.

Parpadeo, atolondrado aún con su confesión.

Los niños me espabilan.

—¡Papá! ¡¿Puede quedarse la señorita Bello?!—pregunta Alenka.

—¡¡¡Sí!!! ¿Puede quedarse?—le apaña Ulises.

Las palabras se atropellan en mi boca hasta que por fin consigo articular algo más o menos entendible:

—P-puede, sí, c-claro que puede quedarse, p-por supuesto. ¡Sí! Pero…no sabemos si la señorita Bello tenga otros planes para su estadía en la ciudad o donde ella quiera ir. No la podemos tener capturada entre nosotros, ¿verdad?

Aunque mucho me gustaría eso.

Los niños la miran ahora a ella.

—¡¿Que dice usted?!—insiste Ulises.

—Pues…yo opino…

Se agacha y queda a la altura de ellos:

—Que prometo ser una buena invitada y les propongo que me llamen por mi nombre, directamente Tina. Ya que no soy la maestra esta vez sino una invitada en vuestra casa para que les haga galletas navideñas.

—¡Waaaaao, sabe hacer galletas de navidad!—dice Ulises.

—Je, je, papá no sabe cocinar nada de nada—le cuenta Alenka como si fuese un secreto y los tres se matan de la risa.

—Ya me expusieron—murmuro.

—Me propongo voluntaria a enseñarles mi receta secreta para galletas de jengibre, glaseadas con caramelo y pepitas de chocolate.

—¡Siiiii!

—¡Claro que acepto quedarme con ustedes!—suelta ella con emoción y yo mismo voy hasta ellos para recibirla a Tina en un abrazo.

Ella me mira de frente.

Y la cercanía hace que salten chispas.

—Bienvenida, Tina—le digo.

Ella me sonríe.

—Gracias, Stefan. Es un honor. Perdón por haberme venido sin avisar, no quería darle más vueltas al asunto. Tienes una familia maravillosa.

—Descuida, tú eres parte de nuestra familia y no necesitas avisar. Puedes estar con nosotros cuando desees—le aseguro.

Y los niños nos vuelven a encerrar en un abrazo de a cuatro.

Cuatro.

Hasta hace poco solo era uno.

Y ahora cuatro.

Jamás creí que algo así me haría tan feliz.

 




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