Nora
No sabía mucho de Ares D’ Amico, más allá de lo que sabía por Erin.
Se decía que solía ser exigente, temperamental y era imposible llevarse bien con él cuando se encontraba en un mal momento.
Por eso, de inmediato supe que tenía un problema. Ya que, por lo que se rumoreaba, estaba en un pésimo momento.
Monte de Oro, como todo pueblo pequeño, tenía el potencial para que las noticias se propagaran como reguero de pólvora. Y la historia de Ares D’ Amico era un chisme lo bastante jugoso como para que todos quisieran compartirlo. Después de todo, allí nunca pasaba nada importante.
Había escuchado algunos retazos de la historia.
Algunos decían que su prometida lo abandonó, para escapar con un modelo de ropa interior masculina. Otros aseguraban que ella lo engañó, quedando embarazada y él, loco de celos, le destrozó la cara a su amante.
Realmente, no me importaba que le hubiese ocurrido. En lo único que podía pensar, era en lo mucho que necesitaba ese empleo.
Ingresé por el camino de gravilla que me llevaba a la imponente mansión que se alzaba amenazadora. Conduciendo mi endemoniado armatoste devorador de combustible. Tenía un buen presentimiento.
Un solo hombre, no iba a poder con esa enorme casa. Necesitaría alguien que se ocupase de mantener el lugar, limpiar, preparar su comida y tirarle un cable cuando el trabajo fuese demasiado.
—¿Es una casa embujada? —Me preguntó León, desde el asiento trasero. Sacándome de mis cavilaciones.
Le sonreí a través del espejo al ver sus ojos cándidos, abiertos de par en par, y supe que estaba aterrado por la forma en que temblaba su barbilla.
—Las casas embrujadas son solo un mito —le dije, observando el frondoso jardín que probablemente había tenido tiempos mejores. Excelente, también podría ofrecer mis servicios para arrancar la hierba.
—Un mito… —Repitió, mi Leoncito, restregándose los ojos —. ¿Qué es un mito?
—Mmm… Algo así como una historia, pero no suele ser real —Me incliné hacia adelante, para mirar por encima del volante —. Mira, unos columpios, podrás jugar allí un momento, mientras yo hablo con el dueño de la casa. Qué suerte.
Él torció el gesto, no se creía demasiado afortunado.
—¿El dueño de esta casa es un monstuo? ¿Tenda dientes enormes? —Gimió dramáticamente —¿Y si tiene un parche en el ojo? ¿O garras como las de un lobo? —Me mordí el interior de la mejilla para no reír—. No quiero vivir aquí mami. ¿Por qué no buscamos un papá que nos lleve a vivir a una casa bonita? ¡Esta casa está embujada!
Lancé una sonora carcajada.
—¡Que te digo que no es una casa embrujada! —Estaba realmente asustado y se encogió en el asiento —. Solo es una casa vieja y descuidada. Además, el dueño, no va a ser tu papá. No debes preocuparte por eso.
—¿Es una pomesa? —Su carita preocupada, hizo que mi corazón se estremeciera.
—Lo es —le aseguré, estacionando cerca de los juegos oxidados.
—¿Erin, no puede ser mi papá? —Sus ojos brillaron suplicantes —. Es bueno conmigo, me hace reír y su casa es muy bonita. Me dijiste que si yo buscaba un papá, tú lo aceptarías. Le pegunté si quería ser mi papá y me dijo que nada le gustaría más.
Me di la vuelta para ofrecerle una sonrisa reconfortante.
Puede que Erin, le hubiese dicho eso. Sin embargo, se olvidaba de un pequeño detalle. Él tenía una novia, a la que no le gustaba ni una pizca, que alojara a una vieja amiga y a su pequeño hijo. Menos le gustaría la idea de que se hiciera cargo, aunque fuese temporalmente de un hijo que no era suyo.
Me lo dejó muy claro esa misma mañana, en cuanto mi amigo, salió por la puerta para tomar el autobús que iba al aeropuerto. Me dijo que si no tomaba mis trapos en ese instante, me enseñaría de lo que era capaz.
Así que, tomé el dinero que Erin nos dejó para comida, le dejé una nota agradeciéndole y nos marchamos. No mencioné la visita de su novia, después de todo, puede que fuese una reacción natural por cuidar lo suyo.
—Erin, tiene novia, eso quiere decir que pronto se casará con ella. Por eso no puede ser tu papi, porque será el esposo de alguien más.
—Pero… Puede ser mi papi y su esposo.
—No funciona así, cariño.
—Él, te mira como miran los cachorritos que quieren que los adopten —me bajé del coche y le di un golpe con el puño cerrado al seguro de la puerta trasera para destrabarla. Era la única forma de abrirla —. Me parece que quiere que lo adoptes —. Sonreí al sacarle el cinturón de seguridad.
—Lo dudo, a él ya lo han adoptado.
—Ahh…—Sus pequeños dedos, agarraron firmemente mis dedos —. Entonces, ¿puedo adoptar un cachorrito? —Se bajó del coche, con el caballo colgando de su mano.
Por supuesto, eso era lo que duraba una idea en su pequeña cabeza. Ojalá fuese así para mí, podría dormir bien por las noches.
Lo tomé de la mano y lo conduje hasta el viejo columpio.
Él se apresuró a caminar a mi lado sobre la gravilla.
—Un día podrás adoptar un cachorrito —. Mi niño, nunca pensaba en juguetes, en dulces u cualquier otra cosa. No obstante, de vez en cuando, me pedía lo que más quería en el mundo: un perrito.
—¿Es un tato? —Lo monté en el juego y el pantalón de chándal, se le subió un poco más arriba de los tobillos. Lo que me recordó lo rápido que crecía y lo poco que le compraba ropa.
—Te prometo que si consigo este trabajo las cosas comenzarán a ir mejor y puede que un día…—extendí mi meñique y él me imitó, rodeándolo con el suyo—. Juega un momento aquí, yo regresaré enseguida —. Asintió —. Te amo, Leoncito —. Le dije, antes de ir hacia la entrada trasera que se encontraba abierta, con sombría determinación.
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Editado: 29.11.2023