Se Busca Papá ( Hermanos D' Amico - Libro Uno)

Héroes nocturnos

Ares 

 

Pasé al menos cien veces frente a la habitación donde estaba durmiendo Nora con su hijo. 

 

Sabía que era muy impulsivo, pero aún experimentaba una extraña necesidad de hablar con ella para disculparme. 

 

Me sentía culpable por haber dejado que se fuera a la cama, molesta y sin cenar. Apenas si había logrado pegar un ojo y después de darle muchas vueltas, comprendí que era inútil continuar perdiendo el tiempo. Además, luego de ver la hora, me di cuenta de que ya pasaban de las cinco de la madrugada y de todas formas, solo restaba media hora, antes de levantarme. 

 

Finalmente, decidí marcharme para no ceder a la tentación de llamarla. Por lo que me puse a trabajar en la mansión. Intenté concentrarme lo suficiente como para terminar los planos y realizar costos.

 

 Sin embargo, sobre las seis, estalló una tormenta de proporciones épicas, que me obligó a correr nuevamente a la casa de servicio. El techo de la mansión se encontraba repleto de goteras y por seguridad, salí de allí. 

 

Cerré la puerta justo tras de mí, cuando rompió a llover, y entonces me encontré exactamente con la única persona a la que no quería enfrentarme estando solo.

 

El hijo de Nora. 

 

 Se encontraba de pie en la cocina, con un pijama de pelotas de fútbol, que le quedaba pequeño, llevaba un horrible caballo escualido de peluche que presionaba contra su pecho y la cara cubierta de lágrimas. 

 

Al ver sus delgados bracitos y su mentón tembloroso. Tuve la sensación de que alguien me acaba de dar un codazo en el estómago. 

 

—¿Quién es usted? —Me quedé paralizado y noté un cosquilleo bajando por mi nuca—. ¿Mami? ¿Mamiiii? —Llamó, asustado, cuando me acerqué a él con cautela, como si fuese radiactivo y al no recibir respuestas, preguntó: —¿Dónde está mi mami…? —Sollozó —. No encuentro a mi mami —. Gimió asustado —. No sé donde estoy —balbuceo. 

 

—Eh… —Esbocé una sonrisa tensa —. Tú debes ser León. Anoche no nos presentamos porque dormías como un tronco —. Me rasqué la nuca, nervioso —. Yo soy, Ares. Los fui a buscar a ti y a tu mami, para que vivan un tiempo aquí —, titubeé, sintiendo sus enormes ojos sobre mí. 

 

El niñito me miró con renovado interés. 

 

Increíble, me sentía amenazado por un enano que medía menos de cincuenta centímetros. 

 

—¿Vas a ser mi papá nuevo? —Tuve el fuerte impulso de correr y salir directo hacia la tormenta. No obstante, solo negué con la cabeza y carraspeé. 

 

Casi me había olvidado del niño, la estaba pasando tan bien picando a su madre, que su presencia se me pasó por alto. Como si hubiese desaparecido, en cuanto entramos a la casa. No tenía ni idea de que debía hacer o decir. Así que, dije lo más torpe que se me vino a la cabeza: —No, solo soy un amigo… ¿Así que… Estás despierto? —Despegó el rostro del harapiento bicho que cargaba y me miró como si fuese un idiot@. 

 

No pude evitar sonreír. 

 

Lo aceptaba, ese no había sido mi momento más brillante. Él lo vio y comenzaba a caerme mucho mejor por eso. 

 

Miré hacia el pasillo oscuro e imaginé que la tormenta lo había asustado tanto, que ni siquiera vio a su madre al huir despavorido. 

 

Me pareció muy pequeño y su coronilla apenas si me llegaba a la cadera. Lo que me hizo sentir enorme y torpe. 

 

Suspiré profundamente y me coloqué en cuclillas para estar a su altura y mostrarle que podía confiar en mí. Creía haber visto en algún documental de animales, que si los mirabas a ciertas especies a los ojos, se tranquilizaban. No es que él, fuese un animal, aunque para mí, era tan aterrador como un depredador hambriento —. ¿Te ocurre algo? —Agregué, al ver que su llanto, era cada vez más intenso. 

 

Segundo momento brillante. 

 

Nuevamente, la confusión se apoderó de su rostro y ladeo la cabeza.

 

Arqueo las cejas que coronaban unos enormes ojos de color miel y me observó esperando que le diese una solución práctica o al menos una respuesta. 

 

Obviamente, no estaba acostumbrado a lidiar con alguien con tan pocas luces y estaba impacientándose, ya que parecía tener que explicarme todo con plastilina.  

 

«Evidentemente, le ocurría algo, de otra forma no estaría llorando». 

 

Quise golpearme en la cabeza. 

 

Un fuerte resplandor iluminó el exterior, seguido de un estridente estallido que hizo vibrar los cristales de la casa. Y el niño, hizo lo impensado. 

 

Se lanzó sobre mí, entrelazando sus brazos a mi cuello, mientras lanzaba un chillido agudo. 

 

—¡¿Dónde está mi mami?! —Volvió a preguntar aferrándose más a mi cuello —. Tengo miedo, estamos en la casa embujada —empapó mi sudadera con sus lágrimas —. El dueño, mostuo, viene a buscarme. 

 

«¿Acaso sería el dueño monstruo?». 

 

Lo único que atine a hacer, fue acariciar torpemente la cabeza.

 

—El monstuo estaba en la casa gande hoy… Hizo llorar a mi mami y no quiero que me encuente…—Gimió.   

 

Sí, el monstruo era yo. No cabía la menor duda. Además, hice llorar a su madre y ahora estaba enfada nuevamente. Perfecto, eso era comenzar con buen tino.  

 

Menuda primera impresión se habían llevado de mí. Aunque no recordaba haber visto al niño, seguramente el rostro de su madre mostraba todo lo que debía saber. 

 

¿Me habría escuchado discutir con su madre? 

 

Esa idea me hizo sentir terriblemente culpable, que tan odioso se podía ser, como para que un pequeño, te temiese tanto como para creer que te lo comerías. 

 

—Eh… —Algo en mi interior, se removió, al sentir como su pequeño cuerpo temblaba de miedo contra el mío. No estaba seguro de dónde había salido esa especie de instinto que me llevó a desear abrazarlo. Aunque no me molesté en luchar contra eso. Simplemente, lo hice —. No hay ningún dueño monstruo en la casona y si lo hubiese, yo lo sacaría a patadas para que no vuelva a asustarte, ¿te parece bien? —Dije sin pensarlo. 




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