Se compra esposa

Un ángel en la oficina

El nuevo día llego, Gabriela trato de buscar lo mejorcito dentro de su guardarropa, después de unos minutos se dio por vencida ya que descubrió con tristeza que no había nada a la altura de la empresa a la que iría hoy a trabajar, se sentó en la cama resignada y con las manos cubriendo su rostro.

Las lágrimas comienzan a brotar de sus ojos al darse cuenta de la miseria en la que vive, hoy la tristeza se posó en su alma, recuerdos de su pueblo, de su familia, de todo lo que dejo atrás llegan a su mente y a pesar de las dificultades que vivía, había cosas que la hacían feliz. Cuando su madre la mandaba al mercado, a ella le encantaba el olor de las frutas y verduras mezcladas, también recuerda el prado donde pastaban sus ovejas, ella se recostaba en el pasto mientras veía el cielo azul, y cuando el calor era insoportable corría hasta el arroyo cristalino que fluía por ahí, sin ningún miedo se desnudaba y entraba al agua disfrutando de las sensaciones que en su cuerpo producía.

Esas cosas la hacían feliz, y hoy más que nunca las añora. Hoy más que nunca las preguntas llegan a su mente ¿Por qué sus padres no fueron capaces de apoyarla? ¿Por qué le toco vivir en un pueblo en donde por ser mujer no tenía el mismo valor que sus hermanos varones? ¿Por qué le toco ser la única hija? ¿Por qué? ¿Por qué? Muchos por qué llegaban a su cabeza y ahora las lágrimas se convirtieron en sollozos, los sollozos en gritos desesperados.

Seguía cubriendo su rostro para mitigar un poco el llanto, de pronto siente unos brazos rodearlo, recuerda ese olor y sabe perfectamente que se trata de su ángel de la guarda. Se aferra a él como si fuera un koala al árbol.

—Shh, tranquila pequeña, tranquila. No estás sola, no más.

Lo escucha decir y por alguna razón le cree, cree en las palabras de este hombre que apenas conoció hace dos días, un hombre que se convirtió en su salvador.

—Gracias. —Apenas logra decir entre hipidos.

—¿Qué dije sobre esa palabra?

—Es que como no quieres que las diga, si has sido mi salvador.

—Solo soy un hombre con corazón, mujer, así que levántate, cámbiate y vámonos.

—Nada de lo que hay es digno del lugar al que asistiré.

—Toma —Se separa de ella y le tiende una bolsa, previniendo que ella no tendría ropa que ponerse para ir a la oficina fue temprano a una de las tiendas de las que son socios en el corporativo, la ventaja de ser el asistente del presidente es lo mejor, ya que es casi como si fuera él.

Gabriela observa la bolsa mientras se limpia los últimos rastros de lágrimas que quedaban en su rostro. Con un poco de inseguridad toma la bolsa y observaba su contenido, fijándose bien no era la única bolsa que había aquí, pareciera que este hombre se fue de comprar compulsivas.

Emocionada escogió lo que más le gustó y se dirigió al baño a terminar de cambiarse, decir que este detalle no la ponía feliz seria mentir, porque en su rostro se podía observar la emoción y sería difícil que algo borrara su sonrisa.

Inmediatamente que sale del baño, Fabricio se pone de pie admirándola, luce realmente hermosa y radiante, es increíble lo que un cambio de ropa puede hacer.

—De verdad que luces genial.

—Gra… —Iba a decir la palabra prohibida y recordó la advertencia de Fabricio, así que lo menos que pudo hacer fue lanzarse a sus brazos, lo apretó y este gesto fue su manera de decirle las gracias que no se puede decir con palabras.

—Ya basta, que me pondré a llorar y además tenemos que irnos. Estamos justo a tiempo y si llego tarde ten por seguro que mi jefe se encargará de gritarme.

Sonriendo se dirigen a la empresa, mientras en el camino él coloca un poco de música para terminar de alegrar el día.

—Y ¿Cuál será mi función estos días?

—Tranquila mujer, espera a que lleguemos y el jefe te explicara todo.

—¿Por qué no me explicas tú? —Recordaba que aquel hombre la puso nerviosa el día que lo conoció, y eso que no hablaron mucho, ahora lo tendría cerca hasta que se efectuara el día de la boda, realmente no sabe muy bien cómo actuar respecto a esta situación o frente a él.

—Órdenes del jefe.

—El jefe es algo extraño ¿no?

—Ya lo conocerás y extraño no es la mejor palabra que lo define.

Eso la deja pensando y prefiere dejarlo de lado por ahora.

Llegan hasta la oficina y ella vas tras Fabricio como un corderito, este es un nuevo lugar al que ha llegado, cada paso que da es incierto para ella, este es un nuevo lugar que está conociendo.

Fabricio llama al ascensor, suben y cuando este comienza a avanzar un piso más alto de pronto siente un poco de vértigo, o tal vez será el embarazo.

—¿Estas bien? —pregunta Fabricio al verla palidecer.

—Sí, es solo un ligero mareo, nada de qué preocuparse.

—Ya casi llegamos —Es lo único que le queda decirle, para darle un poco de confort.

Al llegar al último piso, mira su reloj y se da cuenta que han llegado con algunos minutos de retraso, seguramente su jefe ya se encontraba en su oficina. Con cautela llega hasta la puerta y toca hasta escuchar el característico pase.




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