Cuando al fin terminaron de saciar sus cuerpos llegó hasta Alexander la conciencia de que no estaba haciendo las cosas de forma correcta, un sentimiento de culpa se posó en su ser y por más que trato de eliminarlo no pudo. Desde que llegó ella a su vida ese sentimiento era muy recurrente.
Se levantó de la cama, se vistió y marcho sin decir más, dejando unos cuantos billetes a la mujer que la había complacido, esto lo hizo para que no se imaginara cosas que no son.
Mientras el había disfrutado de una mañana acompañada de una mujer, Gabriela reía alegre de las ocurrencias de Humberto quien disfrutaba de la compañía de esta hermosa mujer, no con una mala intención ni mucho menos, él tenía una familia a la cual amaba y no cambiaría por nada, aun cuando las circunstancias lo hayan obligado a trabajar como taxista; todo sacrificio valía la pena por verlos felices.
—Entonces ¿tú eres la esposa de Alexander Johnson? —Es su tono de voz se escuchó algo de rencor que no paso desapercibido por Gabriela.
—¿Lo conoces?
—En esta vida quien no conoce al multimillonario, excéntrico y egocéntrico hombre de negocios y además de influyente.
—Si lo describes de esa manera puedo notar cunado aprecio le tienes a ese hombre.
—No es contra él, es contra su círculo, hombres que piensan que pueden tener el control de todo.
No quiso indagar más y prefirió seguir disfrutando de su desayuno quien hasta ahora no ha tenido problema por digerir todo a la perfección, las náuseas no se han hecho presentes y es algo que agradece al cielo, también es una prueba de que alguien con toda la intención coloca un ingrediente a su comida.
—Gracias por acompañarme, ahora tengo que volver por mis resultados y de ahí de regreso a mi casa, ¿estarías dispuesto a seguir siendo mi chofer?
—Con gusto señora Gabriela.
Mientras estaba de camino al hospital recibió una llamada de Fabricio, eso provoco una sonrisa en su rostro, hace tiempo que no hablaba con él y extrañaba a su ángel.
—Hola Fabricio, me alegra saber que aun te acuerdas de mí.
—Siempre me acuerdo de ti Gabriela, es solo que el trabajo consume la mayor parte de mi tiempo.
—Y ni una llamada pudiste hacerme —Respondió en un tono de reproche.
—Ya no me hagas sentir mal, solo quiero saber cómo está tu bebé, según la agenda ayer tenías cita con el ginecólogo y no sabes cuándo hubiera deseado acompañarte.
—Mi visita con el ginecólogo es algo que quiero platicar en persona, ¿tendrás tiempo para tu amiga?
—Te parece si no vemos más tarde y vamos por un helado al parque —Recuerda a la perfección la primera vez que la llevó a disfrutar de uno de esos helados emblemáticos de la ciudad, la alegría con la que lo recibió es algo que desearía volver a ver en su rostro.
—Me parece muy bien.
Antes de colgar y con Gabriela aun escuchando tras el teléfono se dio cuenta que su jefe lo observaba, habrá escuchado todo y sabrá que hablaba con su esposo, pero después de saber en dónde es que estuvo esta mañana solo podía dedicarle una mala mirada, a pesar de las circunstancias Gabriela no se merecía el trato que le acababa de dar, ella era una mujer que merecía más que un hombre que la tuviera como trofeo en su casa.
—Pasa a mi oficina y dile a mi esposa que la quiero ver aquí inmediatamente.
—Te tengo que dejar Gaby, ya escúchate a tu esposo, te veré aquí y nos vamos por el helado, ¿te parece?
—Muy bien Fabricio, nos vemos al rato.
Fabricio se levantó de su escritorio caminando hasta la oficina de su jefe quien no traía buena cara.
Alexander escucho con atención la agenda del día y lo que se perdió en la mañana por estar metida entre las piernas de una mujer.
—Dime lo que tengas que decirme y deja de verme así. —Le exigió a su asistente al ver la mirada tan penetrante que le estaba dedicando.
—Señor, no soy nadie para expresar lo que pienso, pero también creo que debe priorizar las cosas con su esposa, ayer usted no pudo acompañarla al ginecólogo, sin embargo, hoy en la mañana pudo llegar tarde y dejar sus ocupaciones para estar con otra mujer que no es su esposa.
Estas cosas se las decía porque conocía a su jefe, sabia sus debilidades y además de su jefe en ocasiones se permitía decirle las cosas como son para que pusiera los pies sobre la tierra, no se mordía la lengua al hacerlo caer en la realidad.
En esta ocasión no fue la excepción, escucho a Fabricio y se dio cuenta que su asistente tenía la razón, quisiera golpearlo para que se callara o despedirlo por tener la osadía de decirle lo que acababa de decirle, sin embargo, él se lo permitió y es algo que agradece, ahora cayo en la realidad del tipo de hombre que se está convirtiendo, un hombre casado con mujeres a su disposición, tal como su padre hacía, mientras frente a todos aparentaba una familia correcta el sabia de sus andanzas aun cuando era pequeño sabia la realidad.
—Tienes razón Fabricio y agradezco tu golpe de realidad, pero tú que me conoces, sabes como soy, un hombre que le gustan las mujeres y aun cuando haya aceptado tener una esposa no puedes pedirme que deje de lado eso.