Se compra esposa

El tiempo no perdona

Amanecer abrazada a su esposa es una de las mejores sensaciones que pudo experimentar, porque ya no solo durmieron al fin se entregaron a la pasión y disfrutaron mutuamente de la entrega de sus cuerpos; después de aquella noche las cosas jamás volvieron a ser de la misma forma, el tiempo avanzaba a prisa como si quisiera que aquel acuerdo firmado el día de la boda terminara pronto.

Alexander de algún modo se sentía querido, amado, reconfortado y es una sensación que pocas veces había experimentado. Veía en Gabriela una mujer tenaz y con mucha vida por delante, por lo tanto, como el mismo se lo prometió, ayudo a su esposa en el proceso para terminar de sanar aquellas heridas que en su camino había adquirido, no solo la más reciente en donde sufrió la pérdida de su hijo, si no aquellas que traía arrastrando desde su niñez, aquellas que eran difíciles de salir, porque de algún modo ella seguía añorando a aquella familia que siempre tuvo, pero no de la forma en la que ella hubiera deseado.

En cuanto a su padre, creo que por su propio bien decidió alejarse de su vida personal, los socios no pudieron hacer algo más contra él ya que estaba cumpliendo al pie de la letra sus absurdas condiciones, condiciones que hasta ahora solo le han traído beneficios como lo es la mujer que se encuentra a su lado, una mujer admirable y que cada día que la ve se convence más de cuanto la ama y a la cual quiere tener a su lado por siempre.

Mientras tanto Gabriela disfrutaba de los beneficios que le pudiera ofrecer ser el esposo de uno de los magnates más importantes de la ciudad, se prometió en aquella noche que buscaría memorar a su hijo, y que cada una de las personas a su lado recibirían solo lo que le ofrecían. A partir de aquella noche se sentía orgullosa de caminar de la mano de su esposo, que los hombres la admiraran y que dejaran de verla como la mujer simple que era hasta antes de su transformación, era consciente de que eran apariencias ya que, en el fondo ella seguía sintiéndose como aquella chiquilla que salió de su pueblo en busca de una mejor vida para ella y aquel ser que ahora la cuida desde el cielo y lo guía en su camino, pero eso nadie lo tenía porque saber, todos verían solo el exterior que la final de cuentas es lo que importaba en aquella sociedad.

Se prometió ser leal a quien lo fuera con ella, amar a quien le profesara amor y esa persona es Alexander, ese hombre que en un principio era indiferente, un hombre que solo pensaba en él y su beneficio y a quien pudo conocer un poco de su yo real aquella noche de la boda en donde ambos hablaron desde la sinceridad de su corazón, sin embargo, ella era consciente de su lugar, a pesar de que este hombre le dedicaba tiempo, le dedicaba amor, le compraba joyas, coches, ropa, la llevaba a viajes y todo aquello que se pueda imaginar y que en sus pensamientos jamás llego siquiera a  imaginar que tendría, en pocas palabras Alexander se estaba desviviendo por ella, él no aplico aquel dicho que rezaba “a las mujeres ni todo el amor ni todo el dinero”, pues estaba haciendo todo lo contrario y eso lo agradecía, pero tampoco podía negar que aún estaba guardada una espinita en su corazón, una espinita que por más terapia que tomara era difícil sacarlo de su sistema.

Gabriela había comenzado un proyecto junto con su entrañable amigo Fabricio quien siempre la acompañaba en sus locuras, sabía que tenía que llegar el momento de marchar y antes de que aquello pudiera ocurrir aprovechaba cada segundo de la fortuna y nombre de su esposo.

Las cosas se estaban tornado muy tranquilas, casi se acercaba el aniversario de esta pareja y el ambiente se podía sentir algo tenso.

—Buenos días hermosa —decía Alexander a su esposa como todas las mañanas mientras le dedicaba una de sus mejores sonrisas y le regalaba un beso, amaba despertar a su lado y era algo que no cambiaría por nada.

—Hola hermoso, buenos días —respondía su esposa después de dedicarse su primer beso en la mañana, a ninguno de los dos le importaba el aliento mañanero del otro, al parecer habían aprendido amarse con todo y sus imperfecciones.

—Te amo, por la tarde me encantaría ir a un lugar contigo —Le informaba Alexander a su esposa justo cuando se estaba despidiendo de ella, eso claro después de la ducha que se dieron juntos, haber compartido el desayuno y que ella lo ayudara a arreglarse para irse.

Era una hermosa rutina que ambos habían adquirido, esta y muchas más, quienes los veían en cualquier evento de sociedad o cuando salían a caminar o cenar fuera, la gente veía a una pareja que se amaba, que se complementaba; pareciera que se encontraban en una eterna luna de miel. Y eso debe ser la señal para entender que algo andaba mal, eso Alexander no lo entendía, jamás vivió en un ambiente de armonía, nunca vio a sus padres dedicarse algún gesto de cariño, bueno tal vez solo no lo recordaba.

—Tu avísame en donde te veo, o si gustas, pasaría por ti a la oficina y sirve que saludo a Fabricio a quien no he visto.

—No exageres que lo viste apenas el fin de semana, comenzare a ponerme celoso de él por el cariño que le tienes.

—Es que acaso, ¿desconfías de mí? —Su pregunta no le gusto porque parecía demasiado seria, él solo estaba jugando ya que conocía la naturaleza de su relación y lo unidos que son sin segundas intenciones, jamás dudaría de su relación.

—Nunca desconfiaría de ti hermosa, eres mi esposa a la cual amo. Te veo en la oficina —Corto la conversación porque lo que menos quería era seguir discutiendo con ella, siempre pasaba eso, el siempre encontraba las palabras correctas para que no existiera dudas de que la amaba y terminar una discusión que jamás empezaba.




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