La elegante sala de baile estaba llena de gente, la música resonaba en el aire y las risas se mezclaban con el tintineo de las copas. Amelia Parker, una talentosa diseñadora de moda, se encontraba en una fiesta exclusiva de la alta sociedad de Nueva York. Con su vestido deslumbrante y su confianza radiante, Amelia se movía entre la multitud, pero en su interior, una voz le decía que faltaba algo en su vida.
Fue entonces cuando sus ojos se posaron en un hombre alto y enigmático al otro lado de la sala. Gabriel Reyes, un empresario exitoso y enigmático, estaba rodeado de admiradores, pero parecía estar en su propio mundo. Sus ojos se encontraron por un instante y, en ese momento, el tiempo pareció detenerse, una chispa de conexión instantánea surgió entre ellos.
Movida por una fuerza irresistible, como si un imán la atrajera, Amelia se dirigió en dirección a Gabriel. Con paso decidido, atravesó el mar de personas hasta llegar a él, sintiendo una mezcla de curiosidad y atracción, se tomó su tiempo para poder contemplarlo. Ninguno desvió la mirada, y al estar frente a frente, trató de entender cómo se atrevió a tanto, nunca hubiese pensado ser tan directa, aunque, a decir verdad, no se sentía avergonzada.
Durante unos segundos se contemplaron, hasta que Gabriel, cautivado por la belleza y la energía de Amelia, se acerca lentamente, sintiendo una mezcla de intriga y cautela. Con una sonrisa cálida y una mirada intensa, extiende su mano hacia ella; un gesto cargado de cortesía y encanto. Amelia siente una corriente eléctrica recorrer su cuerpo, cuando sus manos se encuentran, su corazón se acelera ante la cercanía de este hombre. En ese momento, sus ojos se vuelven a conectar y el mundo a su alrededor desaparece, dejando solo espacio para el misterio y la promesa de algo extraordinario.
El brillo en los ojos de Gabriel revela una profunda determinación y una pizca de vulnerabilidad. Su voz, suave pero firme, llena el espacio entre ellos, mientras se presenta con elegancia. "Soy Gabriel", pronuncia, dejando que su nombre se deslice como una melodía en el aire. Amelia se encuentra cautivada por su presencia magnética y la melodía de su voz. Una sensación de conexión instantánea comienza a crecer dentro de ella, como si el universo hubiera conspirado para que se encontraran en ese momento preciso. La curiosidad se despierta en ambos, generando una chispa de anticipación que los envuelve en un aura de posibilidades infinitas.
Amelia, con una sonrisa tímida, pero radiante, responde con su nombre. Sus ojos brillan con una mezcla de curiosidad y emoción contenida. Seguían estrechando sus manos, era como si un destello de magia hubiera surgido en ese instante. La voz de Gabriel resuena en su mente, provocando un cosquilleo en su pecho y desencadenando una serie de preguntas e intriga. En ese momento, Amelia sabe que este encuentro no es una mera casualidad, sino el inicio de algo especial y significativo. Un sentimiento de confianza se instala en su corazón, impulsándola a explorar más allá de las apariencias y adentrarse en el misterio que rodea a Gabriel.
Sin saberlo aún, juntos se embarcarán en un viaje en el que descubrirán que las conexiones más poderosas, a menudo se forjan en los momentos más inesperados.
Gabriel con seguridad, le ofrece una copa y comienza a conversar, las frases fluyen con una naturalidad y espontaneidad, como si se conocieran de tiempo atrás. A medida que intercambiaron historias y risas, Amelia se dio cuenta de que había algo especial en Gabriel. Había un aura de misterio que lo rodeaba, pero también una genuina calidez en su sonrisa. Aunque disfruta de la vida lujosa y glamorosa que la moda le proporciona, Amelia anhelaba una conexión más profunda, algo que trascendiera las apariencias.
Gabriel también sintió la intensidad del momento. Aunque había aprendido a proteger su corazón, la presencia de Amelia despertaba emociones que deseaba haber enterrado.
Amelia sonrió, encantada por su elogio.
Amelia se ruborizó ante su comentario, disfrutaba el marcado interés que mostraba. Siguieron charlando animadamente, los temas no se agotaban.
La química entre ellos era palpable y comenzaron a perderse en la conversación, olvidando por un momento el bullicio de la fiesta que los rodeaba.