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1. Esto es URGENTE

No hay otro lugar dónde ir: me encontrará.

Ahora mismo estoy escondida en el rincón más oscuro del armario, con el corazón latiendo como si quisiera salir de mi pecho y romperme desde adentro. Ivo está en mis brazos, su pequeño cuerpo permanece temblando y mi mano se aferra a su espalda como si con eso pudiera protegerlo de todo lo malo. Afuera, los gritos de Pawel se hacen más fuertes, más frenéticos, impactan contra las paredes de la casa como ecos de una pesadilla que no termina hasta llegar a mis oídos y no entiendo por qué mi hijo debe estar pasando por algo así.

Pawel está borracho y estoy segura de que no ha tomado solo alcohol, lo sé. Puedo escucharlo golpeando cosas, el ruido de vidrios rotos y el sonido sordo de sus botas contra el suelo.

Me acerco aún más a la pared, tratando de hacerme pequeña, de ser invisible. El miedo es un sabor amargo en mi boca y mi respiración es tan silenciosa como puedo provoca que sea, pero no puedo controlar el temblor en mis manos, la forma en que mi cuerpo tiembla como una hoja en una tormenta. Ivo respira fuerte contra mi pecho y siento su pequeño corazoncito golpeando, tan rápido, tan asustado. No puedo protegerlo. No puedo protegernos, he fallado.

—¡Madalina! —El grito de Pawel atraviesa las paredes sumamente cortante y lleno de odio. Siento el calor de su furia como una llama cercana—. ¡Sal de donde estés, maldita hija de…! ¡Te juro que voy a encontrarte!

Cada palabra es como un latigazo, cada sonido es una amenaza que cala hasta los huesos como una fría cuchilla. Me muerdo el labio, intentando contener las lágrimas, tratando de no respirar demasiado fuerte. Por favor, Dios, por favor, no dejes que Ivo llore, no ahora...

Pero sé que es cuestión de tiempo. Pawel sigue destrozando cosas a medida que se mueve por la gran casa, su rabia solo va creciendo con cada paso que da, cada puerta que abre de golpe, cada golpe que lanza contra las paredes. Siento el sonido en mi piel, siento su furia, su desesperación. Me odia, nos odia. Sé que si nos encuentra...

—¡Madalina!—grita de nuevo, más cerca y me encorvo sobre Ivo, escondiendo su carita en mi pecho. Mi niño, mi pequeño. No puedo dejar que él...

Se acerca Pawel.

Golpea la pared al otro lado.

Y entonces, sucede… Ivo empieza a llorar.

Es un gemido pequeño, pero en la quietud del armario parece un trueno, parece el final. Mi corazón se detiene un segundo y siento que el aire me falta. Intento acunar su cabecita, murmurarle que todo está bien, pero mi voz es un susurro tembloroso, lleno de pánico.

—Por favor, bebé, por favor, no llores... —murmuro, aunque sé que es inútil, sé que ya no hay vuelta atrás.

Escucho el silencio de Pawel al otro lado de la puerta. Esa pausa fría, terrible, que sé que significa que nos ha escuchado. Mi pecho se contrae con el miedo puro. Pawel está ahí, afuera, justo al otro lado. Puedo casi sentirlo, su presencia tan pesada que casi puedo tocarla.

Y entonces, escucho sus pasos acercándose, lentos, deliberados. Cada pisada es un martillazo en mi alma. La puerta del cuarto se abre con un golpe. Pawel está ahí, respirando fuerte. Ivo llora más fuerte, y yo siento que el mundo se derrumba.

—Ah, ahí estás... —su voz es baja, cruel y el sonido me atraviesa como un cuchillo porque sé que ha llegado nuestro final.

No pude, mi amorcito.

No pude protegernos.

Te he fallado…

—¡NOOO!—grito con todas mis fuerzas en cuanto se abren las puertas.




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