Camino por las góndolas, tratando de concentrarme en los productos, en las etiquetas, en el sonido de la voz de Ivo que vuelve a tranquilizarse mientras juega con mi collar mientras lo mantengo cerquita de mí. Pero siento la presencia de Nastia aún cerca, siguiendo mis pasos. Su energía se siente pesada, incómoda, como una suerte de molestia que no me puedo sacudir. No estoy segura de por qué se quedó. Quizás porque no terminé de rechazarla o, tal vez, porque tiene algo más que decirme lo cual me inquieta un poco, me conoce aunque yo a ella no.
Estoy a punto de decirle que no necesito nada de ella, que he tenido suficiente por hoy y desligarme con cortesía, cuando rompe el silencio con una voz que suena dulce, pero no me agrada:
—¿Sabes, Madalina?—comienza, como si fuera a contarme un secreto—. Siento que una parte de mí siempre estuvo esperando este momento.
—Ah, entonces ¿leíste mi libro?
—No precisamente. Tenemos una persona en común.
—¿Sí?
—Nikodem.
—¿Lo conoces?
—Claro que sí. Es irónico, ¿no? Que tú y yo nos encontremos así. Pero supongo que no debería sorprenderme. Nikodem tiene una debilidad por las damiselas en apuros como es tu caso.
Miro a Nastia, desconcertada. No entiendo exactamente a qué se refiere, pero siento una punzada en mi estómago por la sensación ponzoñosa que me ha generado. Sus palabras tienen ese tono meloso, casi de burla, que me pone en alerta.
—¿Como yo?—respondo, tratando de sonar neutral, aunque mi voz está evidentemente un poco quebrada.
—Sí, como tú. —Hace una pausa, dejando que las palabras se cuelen entre nosotras como un susurro envenenado—. Mujeres que no saben defenderse solas. Mujeres a las que Nikodem siente que tiene que salvar.
El golpe es directo. Intento mantener la compostura, pero sé que mi expresión se traiciona un poco. Nastia lo nota, por supuesto. Y le da fuerza, como si su plan fuera desmoronarme pedazo a pedazo.
—Nikodem y yo... bueno, él nunca te lo dirá, pero éramos algo—continúa con un tono fingidamente casual, sus ojos oscuros persisten clavándose en los míos—. Antes de que tú aparecieras, claro. Antes de que te convirtieras en su nuevo... proyecto. Caray, lo siento, es que casi no sé cómo llamarle a lo que Nikodem intentó contigo.
Me quedo quieta, incapaz de moverme.
—Disculpa, no tengo idea de quién eres ni de…por qué…
—Oh, déjame ponerte en contexto, no lo tomes a mal sino que, por el contrario, agradezco que me traigas a consideración y dediques de tu tiempo para que tengamos el placer de conocernos. ¡Es el destino!
Las palabras de Nastia son como pequeñas cuchillas que se clavan en mi piel y no sé cómo reaccionar. Siento a Ivo que se extiende desde su sillita y lo sujeto en mis brazos, aferrado a mí, aqui me esfuerzo por mantenerme firme.
—Él no me dejó por ti porque te amara como se aman las personas fuertes que buscan hacer crecer una a la otra, Madalina—dice con una sonrisa amarga—. Lo hizo porque sintió pena. Porque sabía que Pawel iba a matarte. —Sus palabras son lentas, pesadas—. Lo siento… Yo… No quería ser tan ruda, pero tú misma lo has enunciado a los cuatro vientos, consiguiendo que muchos corazones se apiaden y te acompañen, hasta compren tu libro. Convertiste a la adversidad en una campaña de marketing. ¡Fabuloso! Casi que ni se nota que eres débil considerando cuánto sabes de manipular una situación para ponerla a tu merced. Quién lo diría de alguien que no sabe cuidar de sí misma.
Es como si el suelo se moviera bajo mis pies con cada segundo que me habla. Trato de no dejar que me vea afectada, pero sé que mi rostro está pálido, que mi voz tiembla un poco mientras sostengo a Ivo y que mi corazón se está desangrando.
—Nikodem… Nikodem está conmigo porque quiere estarlo, no entiendo por qué dices algo así, Nastia, ni siquiera te conozco de hecho—digo, con más firmeza de la que siento, pero Nastia suelta una risa suave, burlona.
—Ahora sí me conoces, ¿acaso no te había hablado antes él de mí?—pregunta con sarcasmo—. Claro, claro... —Se inclina hacia mí, como si fuera a contarme algo confidencial—. Él estaba conmigo, en pareja, cuando te atendió en las urgencias la primera vez y vaya que lo preocupaste. ¿Sabes qué me dijo él cuando te conoció? Que eras solo una chica que no puede cuidar de sí misma y que estabas embarazada de casualidad, pero vaya que conseguiste salir adelante quedándote con el hombre de otra... Nikodem no podía dejarte sola porque... bueno, sería como dejar un gatito herido en medio de la carretera. Y, Madalina, él es un buen hombre. Le gusta recoger los pedazos rotos.
Las palabras me golpean en el pecho como un puño. ¿Por qué tiene que ser tan cruel conmigo? ¿En serio llevaba tiempo esperando este momento? Cuando él terminó con ella, me dijo que fue de común acuerdo.
Me siento débil, humillada, expuesta ante una mujer que, aparentemente, sabe mucho más de Nikodem y de mi situación de lo que yo podría haber imaginado. Intento respirar profundamente, mantenerme serena, pero el dolor de sus palabras es demasiado.
—No sabes nada de mí —murmuro, pero incluso yo escucho el temblor en mi voz—. Y no tengo idea de por qué vives con tanta amargura en tu interior, pero no tenemos nada que hacer hablando nosotras, déjame terminar en paz mis compras.
—Claro, tranquila, no quiero que lo tomes a mal. Lamento si te molesté—. Consigo finalmente que se aleje un poco—. Solo te estoy advirtiendo porque ya te han lastimado lo suficiente. Ten cuidado con Nikodem, ¿está contigo por amor o por compasión? Eso, querida, la compasión, no es lo mismo que el amor.
Me quedo helada, sin palabras.
Siento que estoy a punto de romperme, como si el mundo se estuviera desmoronando a mi alrededor, ladrillo a ladrillo. Ivo me observa con esos ojos grandes y curiosos, ajeno a la tormenta que se desata dentro de mí. Necesito creer que lo que dice Nastia no es verdad, pero no puedo evitar que sus palabras se filtren en mis pensamientos, envenenando cada recuerdo, cada momento que he compartido con Nikodem. Casi no consigo controlarlo, rápidamente mis redes neuronales se encaminan buscando aspectos que me hagan sentir que él me ama de verdad y no que está conmigo por pena.