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3. Alguien en quién confiar

Estoy de pie junto al maletero del coche, sacando las bolsas de la compra, cuando oigo la voz de Ewa retumbando por la calle acercándose a mí luego de que su coche se aparque a un costado, un poco más adelante. Siempre tiene ese tono enérgico, como si cada palabra le diera cuerda a la siguiente. Me hace sonreír a pesar de lo que siento por dentro, supongo que es bueno en mis condiciones.

Ewa, siempre tan alegre, tan llena de vida, con su bata blanca de médico aún puesta y el cabello recogido en un moño que ya está deshaciéndose un poco. Siempre está saliendo de la guardia o entrando. Sus hijos están alrededor, correteando como pequeños torbellinos, y ella los envía hacia mí con una sonrisa y un movimiento de cabeza.

—¡Tía Madalina!

—¡Hola, bellezas!—. Son dos mellizos de seis años, acaban de entrar en educación primaria, nena y varón. Son una maravilla.

—¡Vamos, niños, ayuden a la tía Madalina a bajar las bolsas!—dice Ewa y ellos vienen corriendo, felices de tener una tarea o simplemente de jugar un poco con mi pequeño.

Tomo aire, agradecida por la distracción. Estoy en automático, como si mis manos se movieran por su cuenta, sacando las bolsas y dándoselas a los niños, mientras Ewa sigue hablando sin parar al tiempo que sostiene a Ivo. Ewa e cuenta del caos que fue su día en el hospital, de las cirugías que se alargaron más de lo previsto, de temas administrativos que los tienen pagos de manera deficiente, de los pacientes que se quejaban, de la máquina de café rota y de cómo tuvo que lidiar con todo eso mientras pensaba en lo bien que estaría aquí, con nosotros.

—De verdad, Madalina—me reconoce abriendo un paquete de galletas que le doy permiso con un gesto—. Creo que en algún momento voy a mandar a todos al diablo y dejaré de salvar vidas para venir a armar sets de decoración para cuartos de chicos contigo—bromea, riendo con esa risa clara que siempre me hace sentir un poco más ligera, un poco más viva.

Le sonrío de vuelta, aunque siento mi cara tensa, casi un reflejo automático intentando corresponderle.

Las palabras de Ewa son un aliado en este momento, pero mi mente sigue atrapada en la imagen de Nastia en el supermercado, su cara llena de ese sarcasmo y malas intenciones evidentes, sus palabras todavía resonando en mi cabeza como una canción triste que no puedo dejar de tararear.

Ewa se detiene de repente y frunce el ceño, notando mi silencio o la preocupación que se me hace imposible de ocultar. Deja de hablar por un momento, lo que es raro en ella y su mirada se clava en la mía.

—¿Madalina?—pregunta, con su voz suave, preocupada—. ¿Estás bien?

—Ejem , sí, claro.

—Parece que te hubieran sacado el hígado, estás pálida y enojada. O triste. Nunca te ves enojada. ¿Cómo estás?

Trato de sonreír más ampliamente, pero me sale torcida. Tomo otra bolsa del coche, sintiendo el peso en mis manos como si me anclara de nuevo a la realidad para ya encaminarnos a la casa.

—Sí, sí... estoy bien. Solo ha sido un día... un poco largo. —Mi voz se quiebra apenas, pero ella lo nota. Ewa siempre lo nota.

—No creo que sea por culpa de mis clientas—dice acompañándome al interior.

Ella deja las bolsas y se acerca un poco más, inclinándose hacia mí. Su cabello castaño se mueve con suavidad en el viento y puedo sentir el calor de su preocupación como si me envolviera en un abrazo invisible.

—¿Ha pasado algo? —insiste, buscando la verdad detrás de mi débil sonrisa que puedo apenas impostar.

De modo inútil.

Me muerdo el labio, vacilando. No quiero preocuparla. Ewa ya ha hecho tanto por mí, ha estado a mi lado en los peores momentos, en los más oscuros. Pero también sé que no puedo mentirle. Así que hago una pausa, respiro hondo y finalmente hablo.

—¿Te suena el nombre de Nastia?

—Ay, caray.

—Sí. Me encontré con Nastia en el supermercado—digo, tratando de sonar casual, aunque sé que mi voz tiembla un poco tras cerrar la puerta principal de la casa.

Ewa parpadea, como si no esperara esa respuesta.

—¿Nastia? ¿La ex de Nikodem? —pregunta, arqueando una ceja—. Madre mía, ¿te cruzaste con esa mujer? ¿Te contó de su pérdida?

—¿Qué?

—Perdieron un bebé cuando estaba con Nikodem.

—Por…todos los…cielos…




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