La tarde se desvanece en tonos suaves de naranja y rosado, y la cocina se llena con el aroma reconfortante de la cena que estoy preparando desde hace un rato, luego de haber almorzado con Ewa más tarde y luego de una siesta de Ivo que hace muy poquito interrumpió para acompañarme en las labores, aunque está especialmente caprichocito en este momento.
Escucho el chirrido suave de la puerta al abrirse y el sonido característico de los pasos de Nikodem al entrar. Mi corazón se acelera, no solo por la emoción de verlo, sino por la maraña de nervios que me ha atado el estómago todo el día. En cuanto aparece, se va quitando la bata y la arroja en el perchero de la entrada, cuando me encuentra y su mirada llena de luz mi vida, pese a que sé que está un tanto agotado.
—Hola, amor—dice Nikodem, su voz profunda y cálida como siempre. Deposita un magnífico beso en mis labios que está acompañado de un reconfortante abrazo de esos que parece que evitarían que escape tu alma, mientras pasa a mi lado para ir hacia donde Ivo está jugando en su corralito.
—Hola, amor—respondo en un largo suspiro, intentando sonar más animada de lo que me siento. Observo cómo levanta a Ivo, llenándolo de besos y risas, y cómo nuestro hijo se ilumina con la presencia de su padre, poniéndose a jugar prontamente y sacudiendo cochecitos y juguetes. Esta escena, tan llena de amor y simple alegría, debería calmar mi inquietud, pero la inquietud persiste, pesada y sofocante. Es la clase de escena que quisiera evocar en mi interior cuando pareciera que el mundo se puede venir abajo, aunque sé que con Ivo eso no sería así.
Me concentro en revolver la olla sobre la estufa, pero mis movimientos son mecánicos. Cada tanto, lanzo miradas furtivas hacia Nikodem, quien parece completamente ajeno a la tormenta que se gesta dentro de mí al tiempo que dedica su atención entre contarme acerca de su jornada atendiendo pacientes y repartiendo cochecitos por toda la cocina junto a Ivo. Mi mente repasa una y otra vez las posibles formas de iniciar la conversación o de ir al punto sin interrumpirle, cómo decirle lo que pesa tanto en mi corazón sin que parezca que estoy desmoronándome, si bien Ewa ayudó a que no me caiga en pedazos antes.
—Parece chiste, pero no lo es si digo que tuve un día de locos —Nikodem me sonríe, colocando a Ivo en el suelo para que gatee libremente—. ¿Y tu día, amor? ¿Todo bien aquí? Me dijo Ewa que pasaría, pero vi el mensaje un poco tarde y ya estaban almorzando juntas cuando tuve un momento para responderle. ¿Qué tal les fue? ¿Mucho trabajo por delante?
Su pregunta, tan inocente y despreocupada, me hace tragar con fuerza. Siento la necesidad de decir algo, de liberar este peso, pero temo su reacción.
—Bueno, fue… un día interesante —comienzo, dándome valor. Nikodem frunce el ceño ligeramente, captando el cambio en mi tono.
—¿Interesante cómo?—se acerca, con su expresión ahora preocupada.
Tomo aire, decidiéndome.
—Me encontré con alguien hoy en el supermercado, Niko. Fue antes de mi encuentro con Ewa.
—¿Ah, sí? Cuéntame.
—Una vieja conocida tuya, por lo visto.
El cambio en su expresión es inmediato, una mezcla de confusión y una pizca de alarma. —¿Quién?
—Me dijo que se llama Nastia—digo simplemente, observando cómo su rostro se endurece ligeramente al oír el nombre.
—¿Nastia?—repite y su voz tiene un borde de cautela ciertamente calculada—. ¿Qué quería?
—Hablamos un poco. —Mi voz tiembla a pesar de mis esfuerzos por controlarla. Intento darme seguridad recordando lo que me dijo Ewa, que no tengo la culpa de nada de lo que sucedió en el pasado, que Nastia nunca fue muy buena persona que digamos, lo cual sigue dejándolo claro, pero con Niko todo es diferente ahora—. Dijo algunas cosas sobre ti, sobre ustedes... sobre lo que tenía contigo.
Nikodem se acerca más, con sus ojos ahora completamente fijos en los míos mientras sigue sosteniendo a Ivo en sus brazos.
—Madalina, no tienes que preocuparte por Nastia. Lo que tuvimos terminó hace mucho tiempo y no fue nada bueno. Agradezco que haya estado en mi vida, pero no hay motivos para seguir en contacto con ella.
Es mi oportunidad, el momento de hablar, pero la ansiedad me paraliza la lengua.
—Dijo que… —Suelto un suspiro haciéndome de fuerzas para decirlo de una vez por todas—, solo estás conmigo por lástima. Que me salvaste de Pawel porque no podía defenderme sola.
—Pero…
—Y también—le interrumpo—. Que tuvo una pérdida. Un hijo tuyo. Y eso sucedió mientras estabas conmigo—. Se me quiebra la voz—. Al comienzo de todo… Niko… ¿Por qué no me lo dijiste? Te abrí mi corazón y mi vida. ¿Por qué no me habías contado tu verdad de todo esto y me vengo a enterar ahora más de un año después? ¿Qué más hay que…que deba saber?
—Caray, Madalina.
Su gesto queda como si hubiese visto a un fantasma, entonces me decido que es momento también de hablar de otras cosas.
—Y no fue lo único que sucedió hoy—. Me aclaro la garganta y miro a Ivo con cierto dolor—. No fue la única persona que reapareció hoy.
Niko lo capta.
—Caray, no puede ser.
Sí.
Sabe que hablo de Pawel.