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7. ¿Alguien puede escucharme?

—No podemos permitirlo, Niko—me tiembla la voz de solo considerarlo como opción—. No puedo dejar que Pawel se acerque a Ivo, no después de todo lo que ha hecho, no después de todo lo que hemos pasado y lo que hemos luchado para conseguir hacer algo… Algo bueno con mi vida—. Mi voz suena quebrada, llena de una mezcla de miedo, rabia y desesperación, cada palabra es un eco de las noches sin dormir, de las interminables discusiones sobre lo que podría suceder. Estamos aquí, en la oficina del abogado, atrapados entre lo que tememos y lo que debemos hacer.

Nikodem me aprieta la mano bajo la mesa, un gesto que, aunque pequeño, me mantiene anclada en esta realidad que desearía poder evitar. Siento su fuerza, su apoyo incondicional, pero también su miedo.

El abogado de Niko que ahora también es mi abogado es quien destaca algunos puntos que le parecen esenciales, pero a mi solo me parecen la encarnación de la mayor de las pesadillas:

—Madalina, hace meses tuvimos esta conversación con los abogados que trabajan para Pawel. Acordamos en que solo sería una fachada, él necesita demostrarle al mundo que es un buen padre.

—¡No lo es! Es que simplemente no es un padre. Él mismo me dijo de su propia boca que prefería que yo abortara.

El corazón se me hiela de solo pensarlo. La manera en la que Ivo cambió rotundamente todo no solo en mi vida sino para Nikodem es rotunda, dejarlo en manos de Pawel se me hace terrible de solo imaginarlo.

—No los dejaría a solas jamás—sentencio.

—Habría que gestionar el cese de la orden perimetral—interviene el abogado—. Eso porque tenemos algo muy importante que definir y es que si eliminamos la perimetral contigo, ello implica que no habría problema alguno con Pawel.

—Es que Pawel jamás cumplió la orden perimetral—dice Niko, lo cual es obvio sino no hubiera sucedido gran parte de todo lo que hemos tolerado hasta ahora.

La sala parece oscura a pesar de la luz tenue que entra a duras penas por las ventanas, como si el sol también dudara en testificar esta conversación. La mesa de madera pulida que se extiende ante nosotros refleja la luz en pequeños destellos, pero para mí no es más que un abismo que separa lo que queremos de lo que tememos perder. Frente a nosotros, el señor Aldrich, nuestro abogado, organiza los papeles con la precisión de un cirujano antes de una operación crucial. Sus ojos, fríos y calculadores detrás de las gafas, recorren los documentos como si estuviera leyendo no solo palabras, sino también el destino que se juega en esta sala. Pero cuando nos habla, su voz cambia, cálida y firme, un pilar en el que nos aferramos para no caer.

—La única alternativa es que los abogados que lleguen ahora—intervengo—, entiendan que están pidiendo algo que no va a suceder.

—Madalina, Nikodem—comienza Aldrich de manera que me corta en seco; él habla con ese tono que mezcla profesionalismo y comprensión, aunque sus palabras llegan cargadas de advertencias que ambos ya conocemos—. Entiendo perfectamente la preocupación que tienen y créanme, Pawel no va a ceder fácilmente. Su equipo está preparado y respaldado porque la familia de Pawel viene de…

—Sé perfectamente quiénes son esas personas y ojalá nunca hubiera tenido que poner a prueba realmente la clase de poder que esos demonios manejan—salto con indignación y los ojos llenos de lágrimas—. ¡Es increíble que esas basuras sean nada menos que la encarnación de la justicia!

Mis manos tiemblan, no solo por el miedo, sino por la rabia contenida. Nikodem lo nota y me aprieta un poco más fuerte, intentando transmitirme la tranquilidad que él mismo está luchando por mantener.

—Lo que queremos—interviene Nikodem, su voz es baja, pero cargada de una convicción que no admite dudas— es que las personas con las que tenemos que negociar ahora exploren todas las opciones posibles para proteger a Ivo. Queremos restricciones, queremos evaluaciones, queremos supervisión. Lo que sea necesario para que Pawel no tenga ni un segundo a solas con él, ni un momento para envenenarlo con sus manipulaciones ni quién sabe la clase de males que estaría dispuesto a cometer. Ivo es mí hijo también y aunque biológicamente Pawel sea el padre, debe quedar en claro mi responsabilidad parental, mi decisión también ha de tener peso contra la de él.

Aldrich asiente despacio, tomando nota con una calma que contrasta con la agitación que siento.

—Entiendo y estamos preparados para eso, aunque es preciso saber qué cartas traen ellos, las cuales seguramente serán coercitivas. Vamos a enfatizar el historial de comportamiento violento y abusivo de Pawel. Solicitaremos evaluaciones psicológicas, limitaciones estrictas de contacto y, si es posible, supervisión constante en cada visita. —No puede ser, no puede ser, no puede ser, ¿en serio estamos hablando de visitas? ¿Es que se les ha olvidado lo que esa basura me hizo? ¿Esta pesadilla nunca va a acabar, cuál puede ser el freno contra él?—. Si logramos demostrar que su presencia es perjudicial para el bienestar de Ivo, podremos argumentar la restricción de sus derechos. Todo dependerá de lo que podamos probar y de cuán convincente sea nuestro caso.

Miro a Aldrich, buscando en su rostro alguna señal de certeza, de promesa de que todo saldrá bien. Pero sé que esto es una batalla, y ninguna guerra se gana sin sacrificios.

En ese momento, la puerta de la oficina sufre unos golpes que ya sabemos lo que significa y luego, antes incluso de que el dueño del despacho llegue, la puerta misma se abre bruscamente, cortando la conversación como un cuchillo.

Entonces, el rostro de Nikodem queda tan de piedra como el mío.

Pawel entra, acompañado no solo por un abogado, sino por tres, todos vestidos con trajes oscuros que parecen más armaduras que vestimenta profesional.




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