Siento que la habitación comienza a girar. Cada palabra de Pawel es un golpe más, una invitación a entrar en su juego y dejarme atrapar por sus mentiras. Sabe perfectamente que no busca solo visitas supervisadas; esto es solo el comienzo de algo que irá luego escalando hacia otros intereses. Pawel quiere que bajemos la guardia, que le demos una oportunidad para después quitarle a Ivo de nuestras manos lentamente y lo más aterrador es que puede conseguirlo. Tiene los métodos y no quiero permitirlo, pero las herramientas para hacer algo al respecto se me están quedando acotadas.
—¿Y qué sigue después de eso, Pawel?—digo con la voz temblorosa, al borde del desmayo, sintiendo que mis fuerzas me abandonan, pero atreviéndome a llamar todo por su nombre—. Sabes muy bien lo que pretendes, lo sabemos, está claro. Esto no se trata de visitas supervisadas. Tú lo que quieres es ganar tiempo, ganar terreno. Quieres acercarte poco a poco hasta tener suficiente para pedir la tenencia de Ivo. Y eso no lo voy a permitir. ¿Cómo crees que te podrás acomodar a hacer tu vida de pronto con un niño a cuestas si eres alguien que pierden tan fácilmente el control?
Pawel me mira con una sonrisa ladeada, como si mis palabras fueran exactamente lo que esperaba. No niega nada, porque no necesita hacerlo. Todo está en sus términos, en los términos que pretende imponer.
—Madalina —dice suavemente, casi con una falsa compasión—, no tengo ningún interés en quitarte a Ivo. Solo quiero ser parte de su vida como padre, sin más obstáculos, sin estas... restricciones. Lo que pasa es que no confías en mí y por eso necesitamos empezar poco a poco. Pero con el tiempo, las cosas cambiarán.
—¿Acaso tenemos que recordarte cómo fue que encontré a Madalina mientras la molías a golpes? De hecho, tenía huesos molidos, hijo de una gran…
—Nuestro cliente está en tratamiento y se encuentra procesando de manera sentida lo que pudo tener incidencia en el pasado—interviene uno de los abogados.
La sala se vuelve un torbellino de emociones. Nikodem se inclina hacia adelante, listo para explotar de nuevo, pero Aldrich lo detiene con un gesto severo. No es el momento para perder la cabeza, aunque cada palabra de Pawel o de su gente sea realmente un motivo de sobra que vale la pena levantarse y reventarles la cara de tan dura que la tienen. ¡Se notan los maravillosos efectos que tienen esos tratamientos en Pawel, que viene a sentarse amenazarme y amedrentarme con mi hijo de esa manera! ¡Y que lo quiere usar solo para tratar de limpiar un poco su imagen, incluso dándome órdenes de cómo se supone que puedo o no puedo trabajar!
—Vamos a establecer los términos—dice Aldrich, tratando de devolver algo de cordura a la situación—. Necesitamos conocer por escrito las condiciones: supervisión total en cada visita, evaluaciones periódicas y ningún contacto sin previo aviso. Y, por ahora, la orden de restricción se mantiene.
—Perfecto—contesta otro de los abogados pasando ya por escrito lo solicitado.
—¿Cuándo nos volveremos a reunir para dar una respuesta?—pregunta Aldrich.
—Ahora mismo—salta Pawel y el abogado a su izquierda lo secunda:
—Pasaremos a un cuarto intermedio. Nos urge tratarlo lo antes posible porque la restricción perimetral no es algo que se pueda seguir sosteniendo.
Pawel asiente lentamente, como si avalara lo que el otro idiota al que tiene contratado pudiese dar la derecha.
Aldrich nos mira y sé que aunque nos tomemos un momento para definir algo al respecto, no tenemos muchas opciones.
Sabemos qué sucederá.
Se saldrá la suya, como siempre.
Porque el poder no está hecho para proteger a la gente común de los malvados. Está hecho para proteger y perpetuar a quienes encarnan el poder señalando de malvada a la gente común.
Estoy al borde de un derrumbe emocional, pero sé que no quedan muchas otras opciones ahora más que pasar al bendito cuarto intermedio y proceder de una bendita vez.