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10. ¿Todo bajo control?

El sol se está ocultando cuando llegamos a la casa de Ewa, y la ansiedad que he estado intentando mantener bajo control durante todo el día comienza a desbordarse. Cada paso que doy hacia la puerta parece más pesado que el anterior. Nikodem camina a mi lado, su mano firme en la mía, pero puedo sentir la tensión en su cuerpo, la preocupación que ambos compartimos como un peso invisible que nos aplasta. Aunque intente darme ánimos o fuerzas, sé que no sirve de nada ya que estamos perdidos con las condiciones alrededor.

Ewa abre la puerta antes de que tengamos que llamar, su rostro amable se ilumina con una sonrisa al vernos, pero esa expresión cambia rápidamente al percibir nuestras caras. Ha estado alerta a lo que suceda, pero seguramente no se imagina que en realidad no hemos podido siquiera negociar porque Pawel ya venía con su propio juego armado para imponerse sin dar lugar absolutamente a nada.

—Por favor, que no sean malas noticias. ¿Qué ha pasado?—pregunta, con sus ojos viajando de Nikodem a mí, captando la gravedad en nuestro semblante.

—Ewa, no quiero preocupar a los niños... —comienza Nikodem, bajando la voz para no alertar a sus hijos, que están jugando en la sala—. ¿Preparamos un café…?

Claramente no lo que no quiere es repetir la historia delante de mí porque ello solo intensificaría mi propia preocupación.

Yo solo busco a mi hijo y es todo lo que quiero ahora mismo.

Ewa nos hace pasar sin dudarlo, asintiendo en silencio. El olor del almuerzo recién terminado aún flota en el aire y la casa está bañada en esa calma cálida que siempre parece rodear a Ewa. Ewa no cocina, tiene una empleada que es buenísima en todas las labores domésticas y a quien tiene bien reconocida en todo su talento. La chica nos cede espacio en la sala, acompañando a los niños que ya han comido, al patio para hacer la tarea.

—Ivo está durmiendo, comió hace un rato, Kya le dio la comida y se portó como un ángel toda la mañana—dice con su tono suave pero lleno de preocupación—. Por favor, cuéntenme qué ha sucedido. ¿Quieren comer algo?

—No sé si me pasaría bocado, pero haría bien que comieras algo, Madalina—me dice Niko y no sé qué decir en realidad.

Asiento, sintiendo que las palabras se me atascan en la garganta. Nikodem suelta mi mano para que pueda ir a ver a nuestro hijo, y le da a Ewa un breve resumen de lo que sucedió en la reunión con los abogados. Pero no puedo quedarme a escuchar. Necesito ver a Ivo, necesito asegurarme de que está a salvo, aunque sé que lo está realmente.

Me muevo por el pasillo hacia el cuarto donde descansa él, mi corazón persiste latiendo con fuerza contra mis costillas mientras me acerco. Abro la puerta lentamente, dejando que solo un rayo de luz suave de la lámpara se filtre en la habitación. Ivo está ahí, acurrucado en lo que ha de haber sido una vieja cuna de los hijos de Ewa, con su pequeño cuerpo envuelto en la manta que lo mantiene reposando con la paz de un angelito. Su respiración es suave y regular y su expresión es de pura inocencia y paz.

Lo sé, lo sé, constantemente reviso su respiración, dicen que una vez que eres madre no vuelves a dormir de la misma manera.

Me arrodillo junto a la cuna, con mis dedos tocando suavemente la barandilla de madera. Miro a mi hijo, mi bebé, y una oleada de emociones me atraviesa como una ráfaga de viento frío. Todo lo que ha pasado, todo lo que hemos soportado para llegar aquí, y ahora… ahora la amenaza de Pawel vuelve a oscurecer nuestra vida.

Cierro los ojos un momento, dejándome llevar por los recuerdos. Las noches en las que lo acuné para dormir, sus primeras sonrisas, sus primeros balbuceos, y la promesa que hice en silencio de protegerlo a toda costa. Las lágrimas comienzan a caer, una a una, silenciosas y amargas.

Me inclino sobre la cuna, apoyando mi frente en la madera, tratando de contener el llanto que amenaza con desbordarse.

—Madalina… —La voz suave de Nikodem me arranca de mis pensamientos. De hecho, no lo había oído entrar, pero ahora está a mi lado, con su mano cálida reposando en mi hombro.

Me giro para mirarlo, con los ojos llenos de lágrimas y él me toma en sus brazos, envolviéndome de tal modo que intenta contener todas mis preocupaciones. Es un refugio en mi vida, su calor, su firmeza solo dan cuenta de lo que significa un hogar verdadero. Me aferro a él como si fuera lo único que me mantiene a flote.

—Nikodem, tengo tanto miedo… —admito, con mi voz temblando mientras me aferro a él, dejando que mi dolor se derrame en su pecho—. No puedo perderlo, no puedo dejar que Pawel lo aleje de nosotros.

Nikodem me sostiene con más fuerza, como si su abrazo pudiera alejar todas mis preocupaciones.

—Escúchame, Madalina —dice él con una convicción y una convicción tal que trato de incorporar—. Has pasado por tanto, has salido de las garras de Pawel antes. Y sé que fue difícil, pero lo hiciste. Eres más fuerte de lo que crees. Somos, los tres, más fuertes que nunca, ¿estamos?

Sus palabras, aunque llenas de promesas y seguridad, no pueden apagar completamente el fuego de la preocupación que arde en mi interior. Pero me aferro a ellas, a la esperanza que me ofrecen. Si lo hice una vez, si logré salir del control de Pawel y construir una vida nueva, entonces tal vez… tal vez podamos superar esto también.

Me separo un poco, lo justo para poder mirarlo a los ojos… Cuando el sonido de mi móvil rompe el silencio en la habitación. Es un tono agudo, insistente, como un grito en medio de la calma frágil que Nikodem y yo hemos intentado construir alrededor de Ivo. Me sobresalto, casi soltando la mano de Nikodem y me apresuro a sacar el móvil del bolsillo que parece estar despertando a mi bebé. Veo el nombre de la cuidadora de mi madre en la pantalla, y un mal presentimiento se instala en mi pecho antes de que siquiera conteste.

—¿Hola?—mi voz sale tensa, casi entrecortada al tiempo que Niko se encarga de consolar a Ivo quien está saliendo de su sueño.




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