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11. Un giro inesperado

¿Te ha pasado creer que todo alrededor parece paralizarse de golpe?

Es exactamente como me siento ahora.

El mundo se detiene.

Siento que mi corazón se paraliza un instante antes de comenzar a latir frenéticamente, cada pulsación más fuerte y más intensa que la anterior.

Mi madre…

Las palabras de la cuidadora retumban en mi mente, confusas y aterradoras, como un eco persistente instalado en mis sesos, enterrados con violencia.

—¿Cómo está?—pregunto y mi voz se eleva sin control, con el miedo nublando mi capacidad de razonar—. ¿Está consciente? ¿Has llamado a una ambulancia?

—Sí, en efecto ya llamé, pero están tardando—. La cuidadora suena al borde del colapso—. Está muy mal, Madalina. No para de decir tu nombre. ¡Ven, por favor!

En efecto, consigo escuchar a mi madre llorando y gimoteando.

Cuelgo el teléfono sin esperar respuesta, mi mente queda atrapada en un caos de imágenes aterradoras. Mi madre, frágil y lastimada. Sangre. La desesperación en su voz. Me giro hacia Nikodem, quien ya me está observando con una preocupación intensa pintada en sus ojos.

—Es mi madre—logro decir, aunque mi garganta está cerrada por el pánico—. Se ha caído. Está mal, muy mal, tenemos que ir de inmediato.

Nikodem no pierde un segundo. Se levanta, su mirada se endurece y pronto busca auxilio en su gente que está vinculada a la ayuda necesaria alrededor.

Nos movemos como si estuviéramos en piloto automático. Nikodem me agarra las llaves del coche y yo apenas consigo tomar mi abrigo antes de seguirlo. Mi mente no puede dejar de imaginar lo peor: mi madre sola, sufriendo, en una situación que nunca debió suceder, ¿cómo hemos llegado aquí? Cada segundo se siente como una eternidad mientras corremos hacia el coche y nos lanzamos al tráfico, el silencio persiste roto solo por mi respiración agitada y el sonido frenético de mis pensamientos.

El camino hacia la casa de mi madre se siente interminable. Cada semáforo, cada cruce, es un obstáculo que parece alargarse más y más, como si el tiempo se burlara de mí, estirando los minutos hasta que se vuelven insoportables. Siento el peso de la culpa apretando mi pecho. ¿Por qué no estaba allí? ¿Por qué no la he visitado más a menudo? Nuevamente su enfermedad me pesa con una culpa terrible.

—La ambulancia ya está ahí—dice Ewa al otro lado. Luego su marido se escucha interviniendo al otro lado de la línea:

—Nosotros también vamos en camino.

—Todo va a estar bien, Madalina, ya llegaremos—Nikodem me dice mientras maneja, su voz firme aunque sus ojos no ocultan la preocupación—. Llegaremos pronto y la ayudaremos, ¿de acuerdo?

Asiento, pero mis manos tiemblan incontrolablemente mientras sostengo a Ivo. Mi madre ha sido mi roca, incluso en los momentos más oscuros y la idea de que ahora sea ella quien necesite ayuda y yo no esté allí para dársela es un dolor que no puedo soportar.

Finalmente, llegamos a la casa. La cuidadora nos está esperando en la puerta, con sus ojos enrojecidos y llenos de angustia. Nos guía apresuradamente hacia el interior, donde encuentro a mi madre siendo atendida y transportada a una camilla.

—Mamá… —murmuro, intentando acercarme a ella, pero los médicos me piden acompañar en la ambulancia mientras el marido de Ewa también llega y se acerca, conversando con uno de los auxiliares que ha estado a cargo.

Nikodem se acerca.

Yo me mantengo con Ivo a un lado y Ewa me abraza. Los niños no están aquí, puede que los hayan dejado con una vecina de confianza con quien suelen establecer contacto.

—Cariño, estás temblando—me dice ella ofreciendo sostener a mi hijo y se lo cedo.

—Hay… Mucha sangre…—farfullo.

Ella asiente.

—Tranquila, siempre la sangre se ve peor de lo que suele ser en realidad.

Sé que solo busca darme tranquilidad, pero no.

Está clara la situación de que mi madre se ha caído en el baño, no puede creer cómo la cuidadora pasó por alto ese momento.

—Madalina.

La voz de Niko me llega desde la entrada.

—Vamos, se la llevan en la ambulancia—le pido.

—Vamos en el auto, ¿sí? Creo que será mejor.

—Pero mi madre…

—Madalina.

Su rostro es serio.

Entonces lo entiendo.

Yo…

Lo entiendo…

—No—murmuro, con la angustia más feroz apareciendo en mi cuerpo y apoderándose de mí—. No, no, no…

Ewa se aleja con Ivo mientras me desmorono en los brazos de Nikodem.




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