El aire en la Capilla de Santa Faustina Kowalska es denso, pesado con el aroma de las flores y la tristeza de todos los que han venido a despedirse de mi madre. Aún no salgo de mi asombro y de la densa sensación de culpa ante la idea de que la dejé sola y de que esto es mi culpa.
Estoy sentada en la primera fila, junto a Nikodem y todo parece un sueño borroso, prácticamente irreal. El ataúd está frente a nosotros, cubierto de rosas blancas, las favoritas de mi madre, pero no puedo conectar con la realidad de lo que está pasando. Es como si estuviera viendo la escena desde fuera, como si mi cuerpo estuviera aquí, pero mi mente se negase a aceptar la verdad que ya no tiene vuelta atrás: ella se ha ido.
Niko sujeta mi mano y sé cuáles son sus palabras en un momento como este. “Madalina, no te culpes de nada, tu hiciste cuanto estuvo a tu alcance y más por tu madre, aún en el complejo momento que estabas viviendo”.
Las palabras del sacerdote se mezclan con el sonido apagado de mis pensamientos, frases de consuelo que me resbalan como el agua sobre una piedra. No hay consuelo en esto, no hay palabras que puedan llenar el vacío desgarrador que siento en el pecho. Mi madre, mi roca, mi guía… ya no está.
De repente, siento un golpecito en mi hombro y me vuelvo con cierta sutileza. Es el abogado, el señor Aldrich, su expresión se ve seria y preocupada. Niko también se vuelve en su dirección mientras los demás siguen orando.
—Madalina—me dice por lo bajo—. ¿Podrías acompañarme un momento fuera?
En su mano sostiene un sobre blanco, sencillo, sin nada escrito encima. Me lo entrega sin decir palabra alguna, pero sus ojos me dicen lo que necesito saber: por lo que entiendo, es de Pawel.
Tomo el sobre con manos temblorosas y desagrado, en verdad siento que el papel parece quemar contra mis dedos. Quiero arrojarlo lejos, romperlo en mil pedazos, pero una parte de mí necesita saber qué dice, necesita entender qué es lo que Pawel quiere de mí en un momento como este.
Me levanto y ando hacia una orilla fuera del templo. Lo abro con torpeza al sobre, el ruido del papel rasgándose parece un grito en el silencio sofocante de la iglesia. La carta es breve con las palabras impresas en tinta negra, no necesito leerlas para saber que no le creeré en absoluto nada. Leo en silencio, sintiendo cómo cada frase se clava en mí como un cuchillo.
"Madalina, lamento mucho la pérdida de tu madre. Sé lo que significa perder a alguien tan cercano y, aunque hemos tenido nuestras diferencias, quiero que sepas que no estoy aquí para causarte más dolor. Este comunicado mediante nuestros abogados implica que estés al tanto que, por un lado, me compadezco de lo que te ha sucedido y por otro lado, que seguiré con mis acciones respecto de mis derechos por sobre Ivo.”
Aun no me puedo creer cómo sigue intentando algo así en un momento como este nada menos, pero está claro que Pawel siendo Pawel no dejaría pasar un momento de debilidad. Me asusta estar entendiendo cómo piensa y su manera psicópata de operar constantemente. Sigo leyendo con la indignación corriendo amargamente en mi garganta:
"Ivo es mi hijo también y tengo derecho a verlo, a estar en su vida. Sé que tienes miedo, sé que piensas lo peor de mí, pero no puedo simplemente desaparecer. No quiero pelear, no quiero hacer esto más difícil para ninguno de los dos. Estás siendo formalmente notificada, luego de nuestra reunión de que conoces mi determinación que te atienes a las consecuencias de lo que pueda suceder, con lo cual ya he sido lo suficientemente honesto contigo.”
Sí, claro que lo tengo presente: avanzará a cualquier precio y tiene la voluntad de usar el poder a su alcance para arrebatarme mi potestad de ser madre, de ser escritora o de intentar liberarme de él.
"Espero que podamos encontrar una solución antes de que esto se salga de control. Todo lo que pido es una oportunidad. Una oportunidad para ser el padre que Ivo merece."
Es que eso no lo entiende él. Ese padre él ya lo tiene y es Niko…
Mis manos tiemblan al terminar de leer, la carta cae sobre mi regazo y siento que el mundo se estrecha a mi alrededor. Pawel… incluso ahora, incluso en este momento de absoluto dolor, no se detiene.
—Madalina—me dice Aldrich, acercándose luego de darme un tiempo de leer la notificación por escrito a solas—. Debemos de responder a esta carta y como tu abogado, tengo que advertirte los riesgos de no hacerlo, los riesgos de demorar una respuesta o de emitir una negativa.
—Hazlo—contesto por fin con todo el dolor del mundo.
Aldrich traga grueso.
—¿El qué?—me contesta, aunque ambos sabemos de qué se trata.
—Dile. Dile que procedamos con las benditas visitas supervisadas. Vamos a darle el gusto, aunque por favor, no puede quedarse solo con Ivo bajo ningún motivo.
—Madalina, tu vida corre riesgo junto a él, dadas las condiciones del pasado.
—Prefiero que me destruya a mi, pero que no se atreva a hacerle daño a mi hijo. No pienso ceder en esta batalla contra él. Ya no le tengo miedo.