Miro a Nikodem mientras se incorpora en la mesa del restaurante donde hemos venido para huir un poco de todo el caos del funeral que hemos decidido sea acotado.
Veo que sus ojos arden con una furia contenida que rara vez le he visto. Él toma la carta de mi mano, la lee rápidamente y puedo ver cómo su expresión se endurece con cada palabra. Cuando termina, sus nudillos están blancos de apretar el papel.
—No puedo creer hasta dónde llega la malicia y la perversión de este tipo—susurra entre dientes, con su voz apenas un murmullo lleno de rabia—. No tiene derecho, no ahora… no así. ¿Qué le pasa?
Puedo ver el dolor en sus ojos, no solo por mí, sino también por Ivo, por todo lo que esto significa. Nikodem ha sido un padre para Ivo en cada sentido que importa, ha estado en cada paso, en cada risa, en cada noche sin dormir. Y ahora, la amenaza de que Pawel se infiltre en nuestra vida, de que su veneno alcance a nuestro hijo, lo llena de una impotencia que puedo sentir en mi propia piel.
—Niko, he accedido.
—¿Qué?
—No conoces a Pawel. Es capaz de cualquier cosa, hasta de lo peor cuando no se le da lo que quiere. ¿Recuerdas lo que hizo a mi madre?
—Esto es diferente.
—Lo es, por ello habría que considerar el peor escenario posible. Aquí, el peor escenario es que quiera quitarme completamente a Ivo y está dispuesto a desplegar las herramientas que tiene al alcance de su mano. Además, hay opción de iniciar con visitas supervisadas. Yo misma puedo estar ahí presente.
—Entonces yo también.
No sé cómo podría tomarse Pawel algo así, pero ahora que me lo pienso considero que Niko pueda perder la paciencia y que esto le afecte laboralmente ya que es precisamente lo que nuestra parte intentaría con Nikodem ahí.
Quiero gritar, quiero llorar, quiero romper algo, pero todo lo que puedo hacer es sentirme atrapada. Pawel siempre ha sabido cómo herirme, cómo golpearme en los momentos en que soy más vulnerable. Y ahora, con mi madre recién enterrada, está usando a Ivo como un arma para doblegarme, para forzarme a ceder.
—No puedes… Niko. —Mi voz se quiebra y las lágrimas que he estado conteniendo durante todo el funeral comienzan a correr por mis mejillas aún con Ivo en mis brazos mientras le doy de amamantar. Me quito las lágrimas e intento endurecer nuevamente mi voz—. Tengo mis motivos para ayudarte a que protegerte a ti mismo al impedir que te acerques a él y también los tengo para impedir que le demos más motivos para que pueda tenernos en sus manos.
Acto seguido llegan a tomarnos el pedido, pero la camarera parece notar la tensión del momento asi que le pido que nos de un minuto.
Él está furioso, indignado, pero también sabe que esto no es una batalla sencilla. No se trata solo de ganar, se trata de proteger a nuestro hijo del caos que Pawel podría desatar.
—Niko—insisto—. Te necesito cerca, te necesito conmigo. Esto debo hacerlo sola, pero será importante que te mantengas cerca todo el tiempo, ¿sí? Entiendo que eres profesional, que eres genuino conmigo y que me salvaste la vida más de una vez, pero ahora te pido, por favor, que lo hagamos a mi manera porque conozco de primera mano a Pawel, sé cómo piensa y lo que será mejor en este punto. ¿Estás conmigo en esto?
Apenas eleva un poco la mirada e intento dirigirle una sonrisa, pero ojalá esa sonrisa fuese genuina.
La luz suave de la lámpara de mi escritorio ilumina tenuemente la habitación mientras me siento frente a la pantalla del móvil mientras tengo un libro que reposa en la mesita de noche y creo que la carga de sentimientos es tan grande que no podré leerlo.
Pero algo puedo y es intentar descomprimir al menos en parte lo que llevo dentro.
Mis dedos teclean con una mezcla de dolor y determinación, la carta que nunca podré entregarle a mi madre. No es la primera vez que uso Instagram para desahogarme, para conectar con las personas que me leen, pero esta vez siento que cada letra pesa una tonelada.
“Mamá, sé que ya no estás aquí para leer esto, pero necesito escribirte, enviando estas palabras al cielo eterno donde ahora descansas. Necesito sentirte cerca aunque sea a través de estas palabras… Hoy te despedí, y aunque traté de ser fuerte, siento que no lo logré. Quisiera poder abrazarte una vez más, cuidar de ti, escucharte reír, sentir tu mano en la mía como cuando era niña y tú eras mi refugio. Todos los días implican el desafío de seguir adelante y eso me lo enseñaste tú, enfrentando adversidades con valentia, con dignidad. Es el regalo más importante que me has legado. Te amo y te extraño más de lo que jamás podré poner en palabras. Descansa en paz, mamá. Espero que estés orgullosa de mí, donde quiera que estés."*
Subo la carta sin pensarlo demasiado; con los ojos borrosos por las lágrimas y apenas presiono el botón de publicar, las notificaciones comienzan a inundar mi pantalla. Mensajes de condolencias, palabras de aliento, de seguidoras y lectoras que me han acompañado desde hace tanto tiempo. Me reconforta un poco, sentir que no estoy completamente sola en este dolor, que de alguna manera mi madre vive en cada recuerdo compartido, en cada mensaje de ánimo.
Pero entre todos esos mensajes hay uno que me hiela la sangre:
"Madalina, lamento mucho tu pérdida. Sé lo difícil que es perder a una madre. Si necesitas hablar, sabes que estoy aquí. De hecho, me encantaría hablar contigo más seguido."
El nombre de usuario me indica mi sospecha en cuanto entro a su perfil y corroboro que se trata de Nastia.
Esto es una provocación. Sé que lo es. Nastia nunca ha sido una amiga, nunca ha estado de mi lado pese a que incluso no la conocía, y no puedo evitar sentir que su mensaje está cargado de una falsa compasión, una máscara de empatía que oculta algo más oscuro. Leer sus palabras me hace sentir vulnerable, como si me estuviera observando, esperando a que caiga para tener una excusa para atacar.
Quiero bloquearla o insultarla, no sé con qué clase de gesto corresponder luego de lo que me hizo cuando nos cruzamos en el super de compras.