Los abogados y psicólogas se retiran lentamente, dejándonos solos a Pawel y a mí, como si estuvieran probando si la situación puede sostenerse por sí misma sin la supervisión constante, aunque sé que Nikodem está conmigo ante cualquier situación que signifique una emergencia.
No lo hará.
Pawel no va a lastimarme aquí, ahora, al menos en lo que puede implicar lo físico. Si al menos esta reunión fuese en Cámara Gesell podrían estar supervisando lo que este monstruo me diga, pero claro que se debe de estar cuidando porque ha de pensar que caeré en la bajeza de grabar sus palabras como él sí debe de esta grabando las mías.
Y es que yo no tendría a quién acudir para buscar ayuda, ya no hay más pruebas ni motivos para incriminarlo ante todo lo que ha sucedido.
Me quedo sentada en una esquina, el teléfono aún apretado en mi mano, lista para actuar si algo sale mal.
Pawel se sienta en el suelo con Ivo, tomando una caja de juguetes que hay en la sala y sacando uno por uno los pequeños autos de colores y bloques valiéndose de que he dado mi aval con mi hijo para permitir cierta aceptación entre ambos. Una parte de mí hubiera deseado que el niño siguiera llorando, pero no llego a un punto así de crueldad, no sometería a que mi hijo sufra para que el tipo que se supone que lo engendró no se salga con la suya al menos hoy porque siempre lo hace, por las malas o por las peores, tomando sus propios términos con los que alguna vez me amenazó.
Ivo mira los juguetes con cierto interés, pero sigue buscándome con la mirada así que no me pierdo de su alcance ni por un segundo.
Pawel intenta interactuar, hacer pequeños sonidos para captar su atención, y aunque parece estar manejando la situación, todos sabemos que esto no es más que una patética pantomima de su cruel manipulación.
—Nunca imaginé que así sería nuestro primer encuentro con nuestro hijo, mi amo… Digo, Madalina—me suelta Pawel, sin levantar la vista de los juguetes. Sé que su “error” no ha sido un lapsus inconsciente, ha sido una filosa cuchilla.
Lo que quisiera contestarle no puede ser dicho en voz alta das las condiciones: “Yo nunca imaginé que sería posible que sucediera siquiera un encuentro o que la locura del sistema en el que vivimos avalaría una situación así considerando los antecedentes”. No caeré en esa trampa.
—Nada de esto es lo que imaginamos, Pawel—respondo sin más, con un filo en mi voz que no puedo ocultar al menos en el tono.
Él asiente, finalmente alzando la vista hacia mí.
Sus ojos claros son como una tormenta, llenos de emociones que no puedo leer del todo. Hay algo que me incomoda en su expresión, una mezcla de arrepentimiento y algo más oscuro, como si aún no hubiera decidido si quiere mostrarse dolido por lo que sucedió en el pasado o si solo está jugando otro de sus benditos juegos.
Mi psicóloga ya me advirtió que un psicópata no tiene arrepentimiento sincero, pero sabe cómo controlar a otros para lograr lo que busca.
—Sé que esto no es fácil para ti, Madalina—. Sus palabras son una invitación a andar en un campo minado—. Tampoco lo es para mí, sin embargo tengo la esperanza de que todo vuelva a ser normal como alguna vez lo fue. Que seamos todos felices—su tono se suaviza, pero sigue sonando hueco, como si las palabras fueran meramente decorativas y en mi corazón cayeran igual que espinas afiladas—. Realmente quiero ser parte de la vida de Ivo. No puedes negarme eso.
—No estoy negándotelo, no tiene que ver directamente contigo. Estoy protegiendo a Ivo lo cual es muy distinto—respondo, sintiendo cómo la ira burbujea bajo mi piel. Si fuera por mí, no quisiera volver a saber de Pawel nunca más en la vida.
—¿Por qué ibas a protegerlo al negarle que vea a su padre?
—Su padre el que casi lo mata cuando estaba yo embarazada.
—Fue un error y fueron tiempos difíciles. Además, ni siquiera sabía que estuvieras embarazada, de hecho tú tampoco.
—Lo supe luego de los chequeos médicos que me realizaron tras una de tus golpizas, ¿te lo debo recordar?
—Ah, sí, cierto, el médico con el que te acostabas cuando aún eras mi esposa.
Claro que intentaría hacerme morder el anzuelo así que decido no contestar a esas estupideces que acaba de proferir porque jamás su punto de vista y el mío van a coincidir de manera real.
De hecho, no van a coincidir y punto.
—Estaba enfermo, Madalina. Ahora estoy curado—me suelta la bomba y admito que me toma por sorpresa.
—¿Curado?
—Yo también estoy con psiquiatra y psicólogos. Como tu, ¿no? Estábamos los dos enfermos, ahora estamos sanando.
Él y yo no podemos ser congruentes.
Quiero reir de manera sarcástica, no puedo terminar de concebir que ahora además tiene avales “médicos”.
Pawel se esfuerza por unirse al juego con mi hijo, pero Ivo mantiene la distancia, su cuerpo se muestra tenso y sus ojos volviendo a mí una y otra vez.
—No quiero lastimarte más, Madalina—dice al fin cuando Ivo gatea en mi dirección y lo tomo en brazos. Pawel se pone de pie y se ubica de cuclillas frente a nosotros y, aunque sus palabras son suaves, su tono aún tiene esa nota de control que siempre ha tenido—. Solo quiero ser parte de la vida de nuestro hijo.
Lo tengo tan cerca que quiero vomitar.
O abofetearlo.
—Pawel, tú…
—Madalina, te amo.
Sí, quiero vomitar.
—Madalina… Vuelve conmigo, por favor.
—Eres un…
—¡Bueno, tuvimos algunos avances!—suelta una abogada del fuero judicial en cuanto se abre la puerta.
Las psicólogas y los abogados regresan; siento un alivio tan grande que casi me mareo.
—La próxima visita será dentro de dos días—me informa una de las psicólogas, su tono busca ser profesional y cargado de fingida amabilidad—. Madalina, podrás estar presente, pero también habrá momentos en los que necesitaremos que te retires para observar la interacción entre Ivo y su padre de manera más independiente.