El aire dentro del coche se siente incómodamente denso, casi sofocante cuando subo con Ivo en brazos. Creí que volver a él sería un lugar seguro luego de la lluvia de balas que significó pasar por el juzgado de familia, pero estaba equivocada.
¿Cómo puedo hablarle ahora que siento que he fracasado? La situación se salió completamente de mis manos aunque sé que ya estaban fuera de mi control desde el comienzo de todo.
Nikodem yace en el asiento del conductor, con las manos firmemente apretadas al volante, sus nudillos se evidencian blancos por la tensión. Lo miro de reojo mientras aseguro a Ivo en su sillita y siento cómo la ansiedad se cuela en cada rincón de mi cuerpo.
Apenas puedo respirar, y mucho menos hablar. Los minutos en la sala de mediación, las palabras de Pawel, el llanto de Ivo… todo sigue martilleando en mi mente, una avalancha de emociones que no consigo ordenar.
Nikodem me observa y sus ojos se muestran cargados de una mezcla de preocupación e impaciencia.
—Vamos—le pido.
—¿Dónde están ellos?
—Vamos…
—¿Aldrich?
—Luego hablaremos con él.
—¿Tú estás bien? —pregunta finalmente, con su voz más baja de lo habitual, pero cada palabra yace cargada de un horrible peso.
—Sí... no, en realidad no lo sé—respondo, con mi voz apenas un susurro mientras me acomodo en el asiento delantero. Me recuesto hacia atrás, cerrando los ojos por un momento, intentando encontrar las palabras para explicarle lo que pasó adentro mientras él arranca el auto lentamente. Ivo ya está empezando a ponerse inquieto, hambriento, y aunque sé que debo amamantarlo, me siento paralizada por el miedo, la frustración, la sensación de haber perdido algo importante hoy.
De haber perdido esta batalla y estar cada vez más cerca de la derrota definitiva, es como si los peores demonios que podría haberme figurado en algún momento comienzan a hacerse realidad.
Como un sueño maravilloso que duró muy poco y del cual poco a poco comienzas a despertar por la fuerza.
Nikodem respira hondo, su paciencia yace al límite. Lo conozco lo suficiente como para saber que está conteniéndose, esperando que sea yo quien hable primero, pero también sé que si no le digo algo pronto, va a explotar.
—Madalina, háblame por favor. ¿Cómo ha ido? —pregunta con más firmeza esta vez—. ¿Qué ha pasado con Pawel?
El nombre de Pawel provoca un escalofrío en mi piel. Me siento tan exhausta emocionalmente, tan desgarrada entre el miedo y la responsabilidad de proteger a Ivo, que las palabras parecen atascadas en mi garganta. Abro los ojos, me inclino hacia adelante y saco a Ivo de su sillita para colocarlo en mis brazos. Lo acerco a mi pecho y él comienza a succionar de inmediato, como si este fuera el único momento de paz en un día tan caótico. Lo peor es escucharlo llorar, mejor debo saciar su necesidad.
Me esfuerzo por encontrar la voz, por articular lo que necesito decir. Nikodem sigue observándome, ahora más ansioso. Sé que está esperando, y siento que cada segundo que pasa sin hablar solo aumenta la presión.
—Le dejaron ver a Ivo —digo finalmente, con mi voz quebrada por la fatiga y el dolor—. Tuvieron su primer encuentro… con las psicólogas y los abogados. Supervisé desde el comienzo hasta el final, sí. Y… —mi voz se apaga, incapaz de continuar. Lo que debería haber sido una protección para Ivo se convirtió en una especie de rendición silenciosa, y esa verdad me está destrozando por dentro.
—Madalina—insiste.
“He fallado, he fallado, he fallado”. ¿Cómo es posible que el solo hecho de estar cerca de una persona te haga sentir la peor basura del mundo?
—Pawel tendrá tenencia compartida sobre Ivo. A partes iguales…
Nikodem se queda en silencio por un momento y siento cómo su respiración cambia, más pesada, más forzada. Luego, lo veo golpear el volante con la palma de la mano, una y otra vez, con frustración.
—¿Cómo pudiste dejar que eso sucediera, Madalina?—me suelta y me asusta. No lo grita, sino que su voz es como un trueno que resuena en el auto, lleno de ira contenida—. ¿Acaso ahora Pawel quiere ser un padre para Ivo? ¿No me prometiste que ibas a controlar la situación? ¿Por qué no me permitiste estar ahí presente, acaso no crees que yo pueda ser el padre que Ivo necesita?
Sus palabras son como puñaladas, cada una duele más que la anterior. Me siento frustrada, vulnerable y a la vez enfadada. No quiero que Nikodem me recrimine, no después de todo lo que he pasado hoy. No lo hice porque quise, no lo hice porque no sé lo peligroso que es Pawel. Lo hice porque no había otra opción, porque lo quería proteger de Pawel, porque no quiero exponerlo más por culpa de la condena moral con la que cargo. Y lo sabe. Él lo sabe.
—¡No tenía elección!—respondo, con mi voz temblando por la mezcla de emociones que siento—. ¿Qué querías que hiciera? ¿Que rompiera todo en el juzgado? ¿Que me llevara a Ivo y huyera? ¿A dónde iríamos, Nikodem? ¡¿A dónde podríamos escapar?! Pawel tiene a todo el sistema de su lado. Si lo desafío, no sólo perderemos el caso, ¡podría perder a Ivo!
Nikodem se gira hacia mí, con sus ojos llenos de una mezcla de furia y dolor. Sabe que nunca le he hablado en este tono y yo tampoco a él.
Ambos sabemos que rozar cualquier límite de violencia verbal es un vil peligro entre los dos y es probablemente parte de lo que Pawel quiere.
Someternos.
Lo veo luchando a Niko por contenerse, por no decir lo que realmente está pensando. Sus manos siguen apretando el volante, y sé que quiere estallar, pero no lo hará.
Porque él es diferente.
—Madalina… —empieza, con su voz ahora más baja, más controlada—. No puedo soportar la idea de que Pawel esté cerca de él ni de ti. No puedo soportar la idea de que ese… monstruo tenga derecho a tocarlo. ¿Y si esto sigue avanzando? ¿Y si consigue la custodia compartida? ¿Y si nos lo quita, definitivamente?
El peso de sus palabras me aplasta. Sé que tiene razón, sé que Pawel no se detendrá hasta conseguir lo que quiere. Y lo que quiere es a Ivo, o más bien, el control que le da tenerlo. Siento una presión en el pecho, un dolor agudo que me corta la respiración.