Es viernes y el sol brilla con una calidez primaveral que me envuelve como un abrazo, pese a que estamos entrando en los primeros días de otoño, según el calendario.
El cielo está despejado, el aire huele a flores frescas y, por primera vez en lo que parece una eternidad, siento que la opresión en mi pecho afloja, aunque sea solo un poco tras una propuesta de Niko al levantarnos temprano para iniciar la jornada laboral de este viernes. Algo parece darme la sospecha de que no piensa ir a trabajar.
—Niko, ¿viste la hora?—le pregunto, tras abrir las cortinas dando lugar al amanecer. Él siempre está arriba antes del amanecer.
Tras desperezarse, me dedica una sonrisa al tiempo que estira sus brazos y marca sus brazos musculados mientras se dirige a mí:
—Es que me he pedido el día en el hospital.
—Ay, Niko, no tenías que hacerlo—. Temo estarlo poniendo en perjuicios o situaciones complicadas por mi culpa.
—Prepara tus cosas, Madalina—me dice con una chispa de emoción en la mirada—. Nos vamos de paseo mientras me siento a su lado—. Y no acepto un "no" como respuesta.
—¿De paseo?—pregunto, riendo ante su entusiasmo—. ¿A dónde? ¡No me has dicho nada!
Él me atrapa en sus brazos y me deja un reguero de besos al igual que de caricias y miradas cargadas de complicidad.
—Porque es una sorpresa—responde con un guiño, recogiendo a Ivo y dándole un beso en la mejilla, lo que provoca una risa inmediata de nuestro pequeño—. Así que, anda, cambia esa cara y vístete. ¡Hoy vamos a divertirnos!
No puedo evitar sonreír ante tal propuesta, su energía es contagiosa, y por primera vez en días siento algo parecido a emoción corriendo por mis venas. Me pongo de pie, saliendo a buscar a nuestro hijo, pero como duerme tranquilamente, primero me doy una ducha y busco alistarme.
Al salir, él también lo hace desde otro de los baños, a veces nos duchamos juntos, pero me he metido antes esta vez.
—¿Estás seguro de que puedes tomarte el día libre?—pregunto mientras me seco el cabello, aún sintiendo la sorpresa de que se haya tomado este viernes para nosotros—. No quiero que descuides tu trabajo.
Él me mira con fingida seriedad y luego me besa la frente con suavidad.
—Ya lo hablé en el hospital, en efecto todo está cubierto. Hoy es un día especial para ti, para nosotros. Nada más importa.
—¿Para mí?
—Cumplimos un año de novios.
—¡MADRE MÍA!
Realmente no lo había tenido en consideración. Tras la sorpresa y el gesto cómico que él pone, me vuelve a atacar a besos y risas.
—¡Lo siento, prometo que te compraré un regalito!
—Eres el mayor regalo que podría haberle pedido a la vida. Tanto tú como Ivo lo son, mi amor.
—Cielos—. Suspiro al escuchar sus palabras. El brillo en sus ojos combina con el mío a la perfección.
—Ahora, anda, que Ewa y su familia nos esperan. No me juzgues, ella se invitó sola en cuanto le pedí opinión de la salida, de hecho, fue obra del bocafloja de su marido.
La mención de Ewa me saca una carcajada. Si ella está involucrada, sé que lo pasaremos de maravilla como siempre es en su compañía y en la de toda su familia.
—Entonces, yo también tengo el día libre—murmuro, en consecuencia.
—¿Qué comes que adivinas?
Entre risas, una vez que me suelta, me dirijo a cambiarme y preparar las cosas de Ivo mientras mi mente empieza a dejar de lado, al menos por unas horas, todas las preocupaciones que me han perseguido estos últimos días.
Madre mía, ¡un año ya! ¿En serio pasa tan rápido el tiempo? Un año de haber formalizado nuestra relación.
Y me lo olvidé.
Definitivamente él sabe cómo ampliar mi panorama cuando parece ser que el mundo entero se cierra alrededor.
Nos encontramos con Ewa, su marido y sus dos hijos en la entrada de FUNNYLAND, un parque de diversiones que queda justo a las afueras de la ciudad. El lugar está lleno de colores vibrantes, risas infantiles y el sonido constante de las atracciones que se elevan y caen en el aire; claro que hay juegos para todas las edades.
—¡DESPACIO, CHICOS!—suelta mi amiga/jefa.
Los niños de Ewa corren de un lado a otro, saltando de emoción, y veo cómo sus ojos brillan al ver los juegos mecánicos y los puestos de comida.
—¡Finalmente llegaron!—exclama Ewa, abrazándome con una energía desbordante—. ¡Los niños no paraban de preguntar por Ivo! Definitivamente ya lo consideran parte de la familia.
Suspiro, al imaginar en lo delicado que es el tema de qué implica “una familia para Ivo”; aun así, sonrío sosteniendo a Ivo en mis brazos mientras él mira a los hijos de Ewa con curiosidad.
Nikodem se acerca a Ewa y su marido, bromeando sobre las veces que los niños ya han montado en la rueda de la fortuna.
—Es su atracción favorita y ya llevan tres vueltas —dice Ewa, riendo—. ¡No puedo con ellos! Pero hoy es para disfrutar, así que hay que dejarlos ser… ¡CHICOS, NO SE ACERQUEN A ESE JUEGO!
Ella sale corriendo y los trae a los tirones mientras ellos parecen exaltados y ríen a carcajadas.
El bullicio de la gente y la risa de los niños se mezclan en el aire como una sinfonía de alegría. Ivo, que está sentado en su cochecito, observa todo con ojos grandes y curiosos, señalando cada vez que algo llama su atención. Mi pequeño está fascinado por las luces, los sonidos, la vida a su alrededor y no puedo evitar sentir una oleada de felicidad al verlo tan contento.
—¡Mira, Madalina! —Nikodem me llama desde el puesto de algodón de azúcar, con una enorme bola rosa en la mano—. ¿Quieres un poco?
—¡Hace tanto no como de esos!—respondo, riendo—. Pero te advierto, si le das uno de esos a Ivo, no dormirá hasta mañana y le hará mal a los dientes, ¡que ni lo vea!
—Un poquito muy poquito está bien—. Ewa me guiña un ojo. Okay, ella es la experta.
Nos reímos mientras compartimos el algodón de azúcar, que inevitablemente termina pegado en nuestras manos y rostros. Ivo intenta agarrarlo con sus pequeñas manos, y cuando finalmente prueba un pedacito, su cara se ilumina de sorpresa y alegría. Verlo tan feliz, tan despreocupado, me llena el corazón. Por un momento, no hay Pawel, no hay juicios ni amenazas. Solo somos nosotros, disfrutando del día y nada más.