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22. Peligrosa jugada

—Qué rato esté llorando, si estos días fue el niño más feliz.

—Sólo dame a la criatura.

—Es que este bebé quiere pasar más tiempo con su papi, ¿no es así?

—¡Pawel, está llorando!

—Llora porque es un nene caprichoso que necesita límites, necesita de su padre.

—¡Dámelo ya!—escupo las palabras apenas Pawel se acerca lo suficiente con Ivo en brazos.

Mi hijo llora desconsoladamente, su carita se muestra enrojecida y su cuerpecito agitado. Mi corazón se parte al verlo así, cómo puede ser que permití que se lo llevarán y esté con estos monstruos estos días; todo en mí se pone en alerta máxima. Lo tomo de los brazos de Pawel sin esperar su consentimiento, sintiendo cómo el peso de Ivo en mis brazos trae tanto alivio como angustia.

—Está bien, mujer, por todos los cielos—dice Pawel con ese tono insoportable que parece reducir todo a una trivialidad—. Solo es un bebé, no pasa nada. Estaba llorando porque todos los niños hacen berrinche, eso es todo, por suerte su padre ahora podrá darle los límites que se merece.

—¿"Eso es todo"?—repito con furia, sin apartar la mirada de Ivo, quien se aferra a mí como si fuera su única salvación.

—Habría que analizar qué clase de límites concibes tú, Pawel—le contesta Nikodem y noto que Aldrich le hace un gesto para que mantenga silencio. Hemos acordado que yo no puedo ser más el saco de boxeo de Pawel, pero claro que podrá conseguir hacerle daño a Niko como lo hizo en el pasado, así que lo mejor es mantenerlo a raya.

Beso a Ivo en la frente, lo acaricio y en cuanto siento que busca mi pecho con desesperación, me siento en la banca más cercana y lo amamanto allí mismo, sin importar quién esté mirando. Mi bebé está muerto de hambre y cada sorbo desesperado que da es como una daga que se clava en mi corazón. Tenía mis motivos para impedir que se lo llevaran de mi lado, motivos que incluso van más allá de lo que sucedió en el pasado, Ivo es muy pequeño y esta familia nunca podría ser de utilidad para atender las necesidades de mi hijo.

Los padres de Pawel, esos dos seres impecablemente vestidos y con sus sonrisas falsas, se acercan con una calma que me resulta francamente aterradora.

—Se portó de maravilla—dice su madre con una sonrisa que no llega a sus ojos, dando aval al verdadero mimado desquiciado de su hijo—. No hubo ningún problema, comió bien, durmió un rato… Estuvo perfecto.

—¡¿Perfecto?! —escupo, levantando la mirada llena de rabia hacia ella—. ¿Eso les parece perfecto? Mi hijo está llorando de hambre. Si estuvo tan bien como dicen, ¿por qué está desesperado por mi pecho?

El padre de Pawel interviene, colocando una mano en el hombro de su esposa como para mantener la compostura.

—Los niños lloran, Madalina. No puedes exagerar cada cosa. Te lo dicen dos adultos que ya tienen larga experiencia con crianza y ahora como abuelos.

Cómo es posible que decidan llamarse a sí mismos “abuelos” y aún peor, cómo es posible que se pongan como padres ejemplares siendo conscientes de la clase de basura que tienen por hijo. Eso solo puede dar testimonio de que son conscientes ellos mismos que son una basura.

—Madalina, cálmate—dice Pawel con esa voz fría y calculadora que conozco tan bien con la que busca tratarme a veces como si estuviera por fuera de mis casillas cuando él es un verdadero peligro para la sociedad—. Estás dando espectáculo y esto no te hará bien en una instancia seria de mediación como la que estamos, qué irán a pensar las psicólogas o el juez de familia, ¿no?

—¡¿Es eso lo que te preocupa, Pawel?—le respondo, mi voz apenas un susurro feroz—. ¿Cómo quedo yo ante el juez cuando recibo a mi hijo que apenas es un bebé en este estado? ¡Tú nunca quisiste ser padre! ¡Estás haciendo esto para controlarme, para demostrar que todavía puedes manejar mi vida!

Sus padres retroceden un poco, incómodos por la tensión, pero Pawel permanece quieto, con las manos en los bolsillos y una sonrisa mínima que solo aviva mi furia. Acto seguido se adelanta lo suficiente como para que solo yo pueda escucharle:

—Lo único que quiero es lo que es mío—responde con una calma escalofriante—. Y si sigues con esta actitud, Madalina, voy a hacer lo que sea necesario para que te consideren incapaz. ¿Me entiendes? No me va a temblar el pulso para hacerte pasar por insana si eso es lo que hace falta para quedarme con Ivo. Te equivocas si crees que puedes ganarme en esto.

Esas palabras son la confirmación de todas mis sospechas, y mientras las pronuncia, apenas puedo contener la sonrisa amarga que quiere asomarse en mi rostro. Porque, esta vez, lo tengo. Mi teléfono, oculto en el bolso, está grabando cada palabra. No me importa que esté haciendo algo ilegal o que podría meterme en problemas. Esto es supervivencia.

—Eres un monstruo—murmuro con suma honestidad, sintiendo la náusea subir por mi garganta—. No amas a Ivo, no amas a nadie. Todo esto es una maldita guerra para ti, y estás dispuesto a destruirnos solo por el placer de ganar.

—¿Y qué?—responde Pawel con un encogimiento de hombros; su mirada siempre estuvo completamente vacía de empatía—. Al final, Madalina, yo siempre gano. ¿No lo has aprendido ya? Nos vemos en unos días.

Me levanto, apretando a Ivo contra mi pecho, su cuerpecito ya más relajado gracias a la leche que lo calma. No le doy una respuesta. No necesita una. Con la grabación en mi poder, finalmente tengo una carta certera que puede hacerle frente.




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