—Madalina, lo hiciste. —La voz de Nikodem me saca de mi ensimismamiento. Está despierto, mirándome desde la cama luego de mirar el móvil apenas acaba de amanecer, sus ojos se muestran llenos de una mezcla de preocupación y apoyo incondicional. Sabe lo que significa todo esto, lo que hemos desatado—. Sabía que tenías el valor, pero aun así… —Suspira, frotándose las manos como si tratara de aliviar una tensión invisible. Lo sé, soy consciente de que teme por mí.
Respiro profundamente, sintiendo el frío de la ventana abierta en mi piel. Las vibraciones del teléfono parecen resonar dentro de mí, en sincronía con el latido acelerado de mi corazón.
—No tenía opción, Niko. No podía seguir callada y dejarle que nos avasalle de esa manera. —Mi voz apenas es un susurro, pero las palabras están cargadas de una convicción que nunca antes había sentido tan fuerte—. Esto va a cambiarlo todo.
Me acerco a la ventana, dejando que el aire fresco invada la habitación, como si pudiera borrar la sensación de opresión que me pesa en el pecho. Los primeros rayos de luz del día apenas logran atravesar las cortinas, pero ya hay suficiente claridad para saber que debemos salir de la cama y afrontar este complejo día, pese a que parezca que no se ha cortado nunca porque, yo sobre todo, no he pegado un ojo ni por medio segundo a lo largo de toda la noche.
Han pasado unas horas desde que publiqué el libro en internet y las notificaciones no cesan, los titulares se multiplican, cada uno más escandaloso que el anterior: Madalina Kosyova rompe el silencio: Pawel Szekely, hijo del fiscal Szekely y sobrino de jueves, acusado de abuso y corrupción.
Nikodem se levanta de la cama, camina hasta donde estoy para luego detenerse a mi lado. Su mano roza la mía con suavidad y, por un momento, encuentro en su tacto el ancla que necesito.
—Estamos listos para esto, ¿verdad? —pregunta, aunque sé que su verdadera preocupación no es si estamos listos, sino si yo lo estoy.
—No lo sé, Nikodem. —Respondo con sinceridad, apretando los labios mientras observo los titulares saltar de una plataforma a otra, como llamas que se expanden sin control—. Pero ya no hay vuelta atrás. Todo el mundo sabe la verdad ahora.
Él asiente en silencio, sus ojos recorren la pantalla, leyendo lo que yo ya no puedo seguir mirando. Los medios, las redes sociales, los comentarios de extraños y conocidos, todos empiezan a formar una narrativa que ya no me pertenece del todo. La historia que yo controlé por unos segundos cuando presioné "publicar" anoche, ahora es del mundo entero.
—Lo hiciste por ti. Lo hiciste por nosotros, por Ivo. —Su voz es baja, pero las palabras se clavan en mí con una intensidad que no esperaba. Me obliga a recordar la razón por la que todo esto empezó.
Sí, lo hice por mí. Porque ya no podía soportar el peso de las mentiras, de los secretos que Pawel me obligó a guardar. Lo hice por Ivo, nuestro hijo, para que no crezca bajo la sombra de un hombre que ha manipulado y destruido tantas vidas. Y lo hice por Nikodem, porque él ha estado a mi lado en cada paso, apoyándome cuando el miedo me paralizaba, recordándome que soy más fuerte de lo que Pawel jamás quiso que creyera.
—Pero Pawel no va a quedarse quieto en absoluto, se pondrá como una bestia—digo, y la realidad de esa afirmación me golpea de lleno. Una mezcla de miedo y adrenalina que me nubla los pensamientos al ser consciente de que, en realidad, él ya es una bestia a la cual estoy volviendo a enfrentar—. Él va a contraatacar. Va a usar todo su poder para destruirme, para desacreditarme.
Nikodem aprieta mi mano con más fuerza y su mirada se endurece, pero sigue siendo comprensiva.
—Ya sabíamos que lo haría. Pero esta vez no vas a enfrentarlo sola, Madalina. Estamos juntos en esto. No voy a permitir que te destruya.
Asiento, aunque el miedo aún está presente, constante, como una sombra que me sigue a cada paso. Sé que tiene razón, pero la incertidumbre me carcome.
Tras algunas horas en que pasamos refugiados en nuestro hogar, cuando creo que el caos está bajo control, una nueva notificación aparece en mi pantalla, una que me congela en el lugar. Hemos pasado largo tiempo entre videoconferencias con Aldrich y con gente que representa a Andres Lewandowski, candidato opositor a los grupos que respaldan a la familia de Pawel, quien en cierto modo usa nuestra causa para su postura política, pero a nosotros nos resulta de utilidad contar con quien nos represente en altas esferas. A ese nivel hemos llegado con el reclamo.
Lo que recibo en mi notificación es un video. Titulado simplemente como “Otra víctima de Pawel Kaczmarek habla."
Mi corazón se detiene un segundo antes de darle play. La imagen muestra a una mujer sentada en una entrevista. Su rostro está pálido, sus manos entrelazadas en su regazo, pero sus ojos arden con una furia contenida. Cuando empieza a hablar, su voz es segura, cada palabra retumba en mi cabeza como una sentencia, un tono y una angustia con los cuales me identifico casi de inmediato.
“Pawel Kaczmarek es el padre de mis dos hijos. Nunca los reconoció. Nunca quiso saber nada de ellos. Los tuvo mientras estaba casado y me amenazó cuando intenté reclamar lo que nos correspondía por derecho, pero usó todos los medios que tenía para extorsionarme, amenazarme y apartarme de manera definitiva al igual que a mi familia. Cada día fue una pesadilla desde que tuve la desgracia de conocer a ese hombre que además parece blindado por los agentes que tiene en el poder, pero lo que está sucediendo nuevamente con Madalina me permite darme cuenta de que tengo que vencer mis miedos y ser fuerte. No tengo las herramientas necesarias para confrontarlo, pero no puede seguir así indemne”.
Las palabras de la mujer me atraviesan como cuchillos. Mi estómago se revuelve y mi boca queda seca. No estoy sola. No soy la única. Pawel ha destrozado más vidas, ha manipulado a más mujeres, ha escondido más secretos de los que jamás pude imaginar. Bueno, al menos una más, no sé cuántas otras habrá en el itinerario.