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25. La vida por delante

El golpe llega más rápido de lo que imaginaba. No han pasado ni dos días desde que la historia se volvió pública, desde que el mundo comenzó a conocer la verdad sobre Pawel y su abuso, y ya estoy sintiendo las consecuencias. El hecho es un verdadero escándalo que ha escalado en dimensiones afortunadamente previstas: cuántos casos hay como el mío cada día sin ningún tipo de visibilidad. Cuántos casos no tienen ayuda y acaban en lo peor. Al menos, yo tengo de mi parte a un grupo de personas muy cercanas que me aman, que me están protegiendo y otro tanto bastante masivo que se está encargando de que esta situación crezca en los términos necesarios para la masividad suficiente como para que Pawel, esta vez, no salga indemne. Puede haberme hecho todo lo que haya querido, pero jamás permitiré que use a Ivo como moneda de cambio. Jamás.

Estoy en casa, revisando algunos correos, cuando de repente la puerta se abre de golpe. Es Nikodem y no viene solo sino que está siendo avasallado brutalmente por dos policías uniformados que entran sin pedir permiso, seguidos por un oficial que sostiene unos papeles en la mano. Mi corazón da un vuelco, y sé, en este mismo instante, que Pawel ha lanzado su contraataque.

—¿Madalina Kosyova?—pregunta uno de los oficiales con tono formal, aunque su expresión está cargada de la frialdad más detestable que podría existir.

—Sí, soy yo—respondo, aunque mi voz tiembla ligeramente. Siento que mi estómago se contrae de ansiedad.

—Queda detenida bajo los cargos de difamación, calumnias y falso testimonio—dice el oficial, extendiendo los papeles hacia mí, como si esa hoja de papel pudiera contener todo el caos que se desatará a partir de este momento.

El mundo parece detenerse por un segundo. Las palabras del oficial resuenan en mis oídos como si estuviera sumergida bajo el agua y mi mente se niega a procesar lo que está sucediendo. ¿Presión legal? ¿Por decir la verdad? ¿Por exponer a Pawel?

—Esto... esto no puede ser posible —murmuro, dando un paso hacia atrás, alejándome instintivamente de los policías—. Estoy diciendo la verdad, busco desesperadamente defenderme. No pueden arrestarme por esto. ¡Él me hizo todo eso!

Pero mi protesta cae en oídos sordos. Los oficiales avanzan, sacando las esposas con una calma que me enferma mientras otro de ellos intenta contener a Nikodem.

Es una porquería. Sí. Una verdadera porquería que esté sucediendo esto. Cuando vimos las posibilidades con Aldrich, sabíamos que esto podría ser una opción, pero muy diferente es finalmente vivirlo.

—Lo siento, señora, pero tenemos órdenes judiciales. Tendrá que venir con nosotros.

—¡No tienen que hacer esto, por favor, es madre de un bebé muy pequeño!

Un oficial le contesta a Niko:

—Usted puede acompañarla con el proceso a seguir en esto, pero si se opone a que hagamos nuestro trabajo, las consecuencias serían aún más serias para ambos. Por el bien de ustedes mismos, no ejerzan resistencia—advierte el oficial.

Acto seguido siento el frío metal de las esposas rodeando mis muñecas, y en ese momento, todo mi mundo parece desmoronarse. El aire de la sala se vuelve pesado, y la impotencia me invade como una ola imparable. Todo lo que he construido, toda la fuerza que he reunido, parece desvanecerse en el momento en que esas esposas se cierran sobre mí. Niko intenta defenderme, pero su súplica cae en oídos sordos.

—¡Nikodem! —grito, con el corazón en la garganta—. ¡Niko! ¡Cuida de Ivo, por favor!

—¡Aldrich estará contigo de inmediato! ¡No estás sola en esto, amor!

Lo miro con los ojos llenos de lágrimas mientras me llevan hacia la puerta. El mundo se siente irreal, como si estuviera observando todo desde fuera de mi propio cuerpo. Todo ha escalado tan rápido, demasiado rápido.

***

El viaje a la comisaría es una pesadilla. Estoy sentada en la parte trasera del coche policial, las esposas aún yacen aferradas a mis muñecas, con la mirada perdida en el vacío. La realidad de lo que está pasando empieza a hundirse en mí. Estoy siendo arrestada por decir la verdad. Estoy siendo tratada como una criminal mientras el verdadero monstruo sigue libre, jugando sus cartas, usando su poder y sus conexiones para silenciarme.

Cuando llegamos a la comisaría, me llevan directamente a una celda. No es grande, ni cómoda, pero eso es lo de menos. Lo peor es la sensación de injusticia, la rabia que me consume al darme cuenta de que Pawel está ganando esta batalla, al menos por ahora. Siento el nudo en mi garganta, pero me niego a llorar. No le daré ese placer.

Horas pasan, tal vez más. Estoy sola en la celda, sentada en una fría banca de metal, cuando de repente escucho ruido afuera. Voces. Muchas voces.

—¡Justicia para Madalina! ¡No más silencio! ¡Basta de proteger a los abusadores!

Me levanto rápidamente y corro hacia la pequeña ventana de la celda. Lo que veo me llena de una mezcla de sorpresa y alivio. Afuera, una multitud se ha reunido, gritando, con pancartas y carteles. Es la ONG que me protegió. Las personas que han estado a mi lado todo este tiempo, quienes conocen mi historia y se niegan a dejar que Pawel me aplaste.

Veo las pancartas con frases de apoyo, sus gritos resonando en las paredes de la comisaría. Las mujeres que han vivido lo mismo que yo, las que se han cansado de callar. Ellas están aquí, exigiendo justicia. Y eso, por primera vez en horas, me da esperanza.

Nikodem también está allí, su rostro tenso, hablando con un grupo de periodistas que se han acercado al lugar. Él nunca me ha dejado sola, ni lo hará. Lo veo, luchando por mi libertad, por nuestra verdad, y aunque estoy encerrada aquí, siento que algo dentro de mí vuelve a encenderse.

—Esto no ha terminado, Pawel—susurro para mí misma, con una resolución renovada—. No vas a ganar. Vas a pagar por todo, te lo juro.

Sé que esto no será fácil. Sé que Pawel utilizará todo su poder para destruirme, pero ahora, más que nunca, estoy decidida a seguir adelante.




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