Pasa algo de una hora hasta que Lewandowski llega. Su presencia es imponente, incluso en una sala de visitas tan miserable como esta. Lleva un traje impecable y a su lado están dos asesores, ambos serios, con cuadernos en mano y maletines que seguramente tienen computadores o muchísimo dinero para quién sabe qué. Me siento pequeña frente a ellos, pero también tengo una sensación renovada de poder. Ellos están aquí por mí. Porque mi historia, por dolorosa que sea, tiene el peso suficiente para mover las piezas del tablero que les ha traído ahora a este lugar para negociar. Una parte de mí se siente desesperada por querer llegar a un buen acuerdo, pero otra realmente tiene sus dudas de si podré hacer algo por ellos o no.
Lewandowski se sienta frente a mí, me llama la atención que no es una suerte de candidato feo, viejo y gordo como suele figurar en mi idea tradicional la noción de cómo sería un potencial presidente. Durante un breve momento, él me estudia en silencio antes de hablar como si esperase a que yo sea quien responda primero.
—Madalina, un placer conocerte al fin.
—Lo mismo digo, señor—contesto, aunque temo que la parte de mí que no confía del todo en él y en sus “buenas intenciones” se pueda filtrar.
—Primero que nada, quiero decirte que admiro tu valentía —comienza, con su tono lleno de esa calidez política que sé que tiene intereses de por medio—. Lo que has hecho al exponer a Pawel y su abuso no es algo que muchas personas tendrían el coraje de hacer. Pero el sistema no está siendo justo contigo. Por eso estoy aquí.
Asiento lentamente, manteniendo la mirada fija en él. Aldrich me ha dejado a solas con él para darle una impronta “genuina” a la conversación, en vías de generar quizás algo de confianza.
—Señor, yo… He pasado por mucho—le digo, intentando ponerle a tono de aquello por lo que he tenido que enfrentarme para ahora estar aquí—, tengo más recuerdos dolorosos que felices en mi historia y mi hijo se ha convertido en lo más importante para mí. No es un asunto de ego la idea de perderle, es un asunto genuino de salvarlo aunque sepa que pongo mi propia vida en riesgo.
—Créeme que se nota tu valentía y supongo que eso es lo que ve la gente que te sigue a ciegas desde que se desató toda la situación contigo el año pasado.
—Y eso “desatado” es lo que usted…quiere.
Me mira y no sonríe ni nada. Se mantiene serio:
—Lo que quiero es sencillo—continúa—. Quiero que formes parte de mi campaña. Quiero que tu historia sea la bandera de nuestra lucha contra la corrupción y el abuso de poder. Hay miles de mujeres como tú, Madalina, que necesitan una voz. Tú puedes ser esa voz y es el espíritu con el que se ha fundado mi campaña política, que pueda encarnar lo que el sistema de porquería que tenemos en la actualidad no está sabiendo ver, queremos quitarle la venda a las alimañas criminales que están ocupando rangos de poder con presupuestos millonarios a costilla de que otros no tienen para comer, no tienen justicia, buscan empleos dignos o se llenan de titulaciones académicas sin una bendita oportunidad que les permita salir del pozo en el que llevan generaciones sumergidos. Yo mismo he tenido que negociar con Dios y con el diablo para salir de ese pozo donde parecía que mi familia jamás iba a poder salir a flote y por ello me identifico contigo. Por ello quiero que estés de nuestro lado, Madalina.
Creo que me he quedado con la respiración a mitad de camino mientras le escucho hablarme. Sé que es muy hábil con las palabras y aquí encerrada no tengo mucha manera de corroborar si son reales o no sus palabras, pero sí he de admitir que si quiero apoyar a alguien haciendo valer mi situación tan terrible sería justamente a una persona que piense como él.
—Señor, yo…
—A cambio—prosigue y me detengo, quisiera escuchar toda la historia o todo lo que tenga para decir, aunque temo que sea demasiado fácil de palabra y yo termine sin ver alguna parte de sus intenciones—, yo me encargaré de que recibas toda la protección y apoyo que necesitas. No solo para tu caso, sino para todas las víctimas que vengan después de ti ante lo que estás pasando, solo una persona que ha vivido lo que tú has tenido que pasar y estás teniendo que pasar sabrá cómo bajar lineamientos concretos y honestos que sean de utilidad real a quienes más lo necesitan hoy.
Sus palabras son directas, pero también tengo la sensación de que algo falta. No sé si es la desconfianza natural que siento hacia cualquier figura política o el hecho de que este hombre esté usando mi dolor como herramienta para hacerme caer en sus buenas intenciones que disfrazan ambiciones. Aldrich tenía razón. Lewandowski es astuto, pero no deja de ser un excelente orador.
Intento evocar todos los consejos y algunas palabras vienen a mi mente al tiempo que pongo esfuerzos en que lo emocional no me derribe.
Plazos.
Compromisos.
Hechos.
Datos concretos.
—Señor, yo… agradezco su oferta—digo, con mi voz tranquila, aunque por dentro estoy a punto de explotar—. Pero quiero saber más. No me basta con una promesa de apoyo. Necesito garantías. ¿Cómo exactamente va a protegerme? ¿Cómo planea asegurar que no seré solo un símbolo para la campaña? No quiero sonar impertinente… Me identifico con todo lo que ha dicho, pero sabrá bien que estoy acostumbrada ya a que personas con discursos bonitos me arranquen la vida a pedazos.
—No confiaría en ti si no hicieras un planteo como este, Madalina.
Lewandowski hace un gesto a uno de sus asesores, quien saca un documento y lo coloca sobre la mesa.
—Aquí está lo que te ofrezco, Madalina—dice Lewandowski—. Un acuerdo legal que te asegura apoyo económico, protección judicial y seguridad para ti y tu hijo. No serás una simple figura pública. Serás la clave de una reforma que cambiará el país con toda la fuerza necesaria para exhibir hilos de corrupción pública nacida hace muchísimo tiempo, siendo atacada desde las entrañas.