El día apenas comienza y siento cómo el aire pesa más de lo normal mientras me dirijo al edificio gubernamental acompañada de las personas más importantes de mi vida, más una turba de reporteros detrás.
La ciudad de Varsovia hoy se ha despertado tranquila, siendo revolucionada con el seguimiento de mis pasos hasta el lugar más inesperado de todos, al menos para mí. Porque otros en sus debates televisivos ya vieron como opción que yo pudiera llegar hasta este lugar.
He sido convocada por el propio gobernador tras la llamada que me hizo mi abogado para hacerme todas las advertencias correspondientes.
Y no soy ingenua.
No creo en sus disculpas ni en su repentino interés por "hacer justicia". Aldrich me lo advirtió anoche: esto es una movida política. El gobernador y su partido están tratando de limpiarse de cualquier vínculo con la familia de Pawel antes de que el escándalo los arrastre a ellos también, sobre todo acoplándose e imitando la estrategia de sus contrincantes. Sé que me estoy adentrando en un terreno de manipulación e intereses terribles, pero no estaría aquí si no llevase la esperanza de que algo positivo se pueda llegar a extraer.
La sala está llena cuando llego.
La prensa ha llegado temprano también a este lugar, ocupando casi todas las sillas del frente. Nada de charlas privadas ni de secretos entre cuatro paredes.
Las cámaras están listas, los micrófonos distribuidos por todo el estrado y yo me siento como una pieza de ajedrez colocada en un tablero que no controlo del todo, o bien, como el payaso del circo junto a Niko y junto a mi bebé a quien no he querido dejar solo. El gobernador está de pie, impecablemente vestido, con un rostro que intenta proyectar empatía, aunque se nota que está tan nervioso como yo. Su cabello rojizo y entrecano está peinado con pulcritud hacia atrás y su mirada se ve profunda, intensa.
Me invitan a sentarme a su lado y siento el murmullo de los periodistas a mi alrededor. Trago saliva, tratando de mantenerme firme, recordando todas las palabras de Aldrich para hacer frente a esta negociación, con la variante de que es pública completamente.
De un momento a otro, el gobernador toma la palabra y el murmullo de la sala se apaga. La expectativa crece.
—Hoy, Varsovia quiere pedir disculpas —comienza él, con su voz clara y autoritaria, diseñada para calar hondo en el público—. Nos encontramos ante una situación que nos avergüenza como institución y como representantes de la justicia. La señora Madalina Kowalska ha sufrido una injusticia terrible, producto de un sistema que, lamentablemente, falló en su misión de proteger a los vulnerables. Lo cual es un llamado de atención que aceptamos con autocrítica responsable y sensata que implicará que paguen todos los que tengan que pagar.
Escucho sus palabras sin parpadear, mi expresión creo que va más lenta que mi cabeza mientras busco los verdaderos intereses de este hombre que ha plantado este lugar como su conferencia de prensa y yo soy audiencia prácticamente. Siento que los ojos de todos en la sala están sobre mí, esperando una reacción, esperando que, tal vez, me sienta agradecida. Pero no es gratitud lo que siento. Es rabia. Porque sé que cada palabra que el gobernador dice está ensayada, destinada a salvar su propio pellejo y el de su partido. Ellos siempre supieron de los negocios turbios de la familia de Pawel. Las conexiones y favores, las licitaciones y los contratos, ni hablar de los favores personales para distinto tipo de beneficios como el que implicó mi detención días atrás; todo estaba sobre la mesa, hasta que el escándalo estalló y ya no pudieron ignorarlo.
—Queremos hacer justicia —continúa el gobernador, con su mirada fija en el público, aunque sé que cada palabra va dirigida hacia las cámaras—. No podemos cambiar el pasado, pero sí podemos comprometernos a construir un futuro donde historias como la de Madalina no se repitan. Es por eso que hoy, quiero ofrecer una disculpa pública en nombre de las instituciones que, lamentablemente, no estuvieron a la altura de lo que merecía. Pero también somos conscientes de que la situación ha levantado polvareda en otras direcciones, lo cual nos convoca a ocuparnos.
Siento que cada palabra suya es una farsa. La disculpa, el compromiso, todo es una estrategia. No puedo evitar que la ira burbujee en mi interior, recordando cada día que pasé en silencio, en miedo, mientras ellos miraban hacia otro lado. Pero me mantengo en silencio, mis manos apretadas sobre mi regazo, concentrada en no dejar que mis emociones se desborden.
Y entonces, algo cambia. El gobernador se vuelve hacia mí, su expresión se ve transformada en una solemnidad tan ensayada que casi parece real.
—Madalina, en primer lugar te agradezco tu voto de confianza y el hecho de que estés aquí. Además, quiero que sepas que no estamos hablando solo de palabras que se van con el viento. Anoche, tras largas reuniones y la evaluación exhaustiva de las pruebas aportadas por usted y su equipo legal, se ha emitido una orden de arresto contra Pawel Kaczmarek y todos los miembros de su familia directa, quienes están vinculados a causas gravísimas de corrupción, violencia doméstica y violencia institucional.
La sala estalla en murmullos de sorpresa, las cámaras enfocan mis ojos, y por un instante, siento que el mundo gira bajo mis pies. Pawel. Su familia. Todo ese imperio de poder y dinero, ahora enfrentado a la justicia. La misma justicia que ellos creían tener a sus pies. Siento cómo el aire me falta por un momento, la noticia me golpea con una intensidad que no esperaba. Había imaginado este momento, lo había soñado en los días más oscuros, pero nunca pensé que realmente llegaría.
Y no sé por qué siento tanto terror ahora mismo.
—¿Es… cierto? —murmuro, incapaz de controlar las palabras que se escapan de mis labios. Mi voz apenas es un susurro, pero el gobernador asiente solemnemente, mirándome directamente a los ojos.